“Soy hijo del Holocausto. Y repetir el genocidio en Gaza es inadmisible”

Enrique Rajchenberg es un prestigioso académico argentino con estudios internacionales. Sus padres sobrevivieron al Holocausto. Y él se prometió hacer lo imposible para que la historia no se repita.

Desde la experiencia de sus padres en el gueto de Varsovia hasta la actualidad en Gaza, Enrique compara las atrocidades y reafirma su postura en contra de la violencia sistemática. / Foto: Enrique Rajchenberg
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Desde la experiencia de sus padres en el gueto de Varsovia hasta la actualidad en Gaza, Enrique compara las atrocidades y reafirma su postura en contra de la violencia sistemática. / Foto: Enrique Rajchenberg

Nadie puede explicarle a Enrique Rajchenberg lo que fue el Holocausto. Aunque es un académico destacado –con un posgrado en la Universidad de París y un doctorado en historia y economía por la Universidad Nacional Autónoma de México, donde enseña desde 1976–, no conoció el genocidio nazi a través de los libros. Lo vivió en carne propia, a través de la vida –y supervivencia- de sus propios padres.

“Mamá se llamaba Sara y venía de una familia acomodada de Varsovia. Quedaron todos dentro del gueto de Varsovia. Mi papá advirtió lo que se venía y sacó a mamá del gueto. Se refugiaron en casa de polacos católicos”, recuerda Enrique.

“Pero un día mamá iba por la calle y los alemanes la apresaron. Fue deportada a Dresden a trabajar en la fábrica Osram. Papá se incorporó a la resistencia en Polonia y se reencontraron al final de la guerra”.

De Polonia escaparon a Bruselas. Y de Bruselas, en los años ’50, a Argentina, donde tenían familia y donde, tiempo después, nació Enrique.

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Enrique Rajchenberg junto a sus padres, Sara y José, durante su visita a Treblinka en 1993, un viaje que marcó su compromiso con el "nunca más" a cualquier genocidio. / Foto: Enrique Rajchenberg

Después de 50 años, el regreso al horror

En su hogar flotaba en el aire el relato sombrío de lo que había sido el Holocausto en la vida de sus padres: una larga noche de atropellos y matanzas. Enrique respiró ese legado y, en 1993, cuando se celebraron los 50 años del levantamiento del gueto de Varsovia, acompañó a Sara y José a reencontrarse por primera vez con el horror que habían dejado atrás.

“Estuvimos en Treblinka. Y fue conmovedor. Caminamos por los lugares donde fallecieron abuelos y tíos de mamá”, evoca Enrique. Juntos pasearon por ese lugar desolador, desmantelado por los propios nazis, piezas de la memoria deshecha de su familia. Y allí entendió todo. “Ese día todos dijimos: ‘nunca más’. Nunca más al genocidio. Pero nunca más a ningún genocidio. Ese episodio debía servirnos de memoria a la humanidad para no volver a cometer nada así”.

Pero Enrique estaba equivocado. Había otro genocidio en puerta y esta vez roles cambiados. Y aquel “nunca más” cayó en el olvido.

Denunciar el genocidio palestino

A decir verdad, ni Enrique ni sus padres fueron judíos practicantes. Sólo celebraban el Año Nuevo y Pascuas con amigos y familia. Eran, en todo caso, judíos laicos. Honraban sus raíces pero no iban más allá de eso.

“Yo nunca fui sionista”, reconoce. “La historia de cuando se constituyó Israel, o más atrás, la historia misma de construcción del sionismo, me alertó acerca de los vicios y peligros que transportaba esa ideología. Adherí siempre a la causa palestina, pero en silencio… Hasta octubre del 2023, cuando todo explotó”.

La vida de Enrique también fue nómade: de Buenos Aires, donde nació y cursó en una escuela francófona, partió a Bruselas a estudiar en la universidad. Y de Bélgica a París donde siguió formándose. En el camino, se enamoró de una mexicana y junto a ella, volvieron en 1976 a Ciudad de México, donde vive desde entonces, y donde se ha transformado en uno de los académicos más respetados en el área de economía e historia.

Pero hay dos tipos de académicos: los comprometidos con su claustro, con su temática, y aquellos que van más allá y también se comprometen con la verdad. Y Rajchenberg pertenece a este último grupo.

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Enrique Rajchenberg, académico y profesor, canaliza el legado de sus padres sobrevivientes del Holocausto para alzar su voz en defensa de los derechos del pueblo palestino. / Foto: Enrique Rajchenberg

La voz de los oprimidos

En octubre del 2023, cuando se desató la escalada de violencia en Gaza e Israel avanzó bombardeando escuelas y hospitales, matando miles de niños y madres, desoyendo las advertencias de las organizaciones internacionales, Enrique decidió dar un paso al frente. Se sumó a un foro de académicos por Palestina en México: una red de 1.500 profesores e intelectuales comprometidos con la verdad. Dio ponencias en mesas redondas, tomó el micrófono en marchas y conferencias, puso el pecho a la defensa de la causa Palestina en tele, radio y periódicos. Y, sobre todo, aportó su propia historia. El legado de lo que a él, como hijo de padres sobrevivientes del Holocausto, le tocó vivir. Y cómo se había prometido hacer todo lo posible por evitar que la historia se repita.

“Defender el legado de mis padres defendiendo la causa palestina es una obligación moral. Una manera de refrendar el hecho que somos judíos. Soy hijo del Holocausto. Y no puedo ser ajeno a esto que sucede en Gaza. La repetición del genocidio allí es inadmisible. Por eso, es indispensable tomar una posición de condena absoluta. Estamos viendo todos los días delante de nuestros el mismo genocidio que les tocó vivir a mis antepasados”, dice.

Junto a otros académicos, movieron cielo y tierra para concientizar del drama que sucedía en tiempo real, mientras pocos en Occidente prestaban atención a su gravedad. En febrero del 2024, exigieron al rector de la Universidad Autónoma de México dar de baja todos los acuerdos con instituciones israelíes. ¿Qué línea ética y moral puede seguir un establecimiento educativo cuando tiene vínculo con instituciones que apoyan la gran masacre de estos tiempos?

La respuesta del rectorado al reclamo fue, como mínimo, pueril: ‘¿Hay tantas causas y tantos pueblos oprimidos, por qué van a apoyar especialmente esta?’.

Enrique tiene una hipótesis: “En el fondo, en la universidad hay mucha gente que presiona vinculada al sionismo y a la embajada de Israel. De hecho, existe un importante comercio de armamentos y equipos de seguridad de México con Israel, donde están involucrados la alta finanza mexicana y el ejército. Eso también tiene un peso”. La lucha aún continúa.

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Enrique Rajchenberg lidera una red de académicos por Palestina en México, buscando la conciencia global sobre las condiciones críticas en Gaza y Cisjordania. / Foto: Enrique Rajchenberg

Evitar confrontar en la familia

Los padres de Enrique murieron con el cambio de siglo: Sara en 2003, a los 80 años. Y José en el 2004, a los 87. A pesar de lo que les tocó vivir, Enrique siempre eludió el tema de la causa Palestina para no provocar discusiones familiares. “En mi familia, es un tema que intento no abordar”, explica. “Si vivieran mis papás, tal vez tendríamos una discusión algo ríspida. Con otros familiares preferí no hablar. Cuando hay posiciones tan opuestas, es difícil encontrar una plataforma de diálogo donde cada uno pueda plantear sus posturas”.

“Es imposible no condenar esto. Palestina es una población que sufre de todo: hambre, enfermedades, una población asesinada como fue el gueto de Varsovia en el holocausto nazi. Y los de Cisjordania son acosados diariamente y son sujetos del apartheid. Yo vivo en México con una población indígena importante y donde la matriz ideológica dominante fue, desde hace 500 años, el racismo. Y es tan intolerante como el estado de Israel”.

Mientras la red de académicos pro-Palestina de la que forma parte inicia diálogos con el nuevo gobierno de México, Enrique proyecta un futuro que, de no detenerse el genocidio, sólo queda esperar lo peor.

“Hay algo que pocos mencionan: el “academicidio”. El asesinato de intelectuales, científicos, artistas. La producción cultural de un pueblo, pasada o actual, es la que proporciona sentido de identidad. Los sobrevivientes del genocidio actual quedarán sin referentes culturales que les permitan reconocerse como pueblo con un pasado común, compartido, materializado en obras artísticas y científicas. Quedarán sin brújula identitaria. Igual que le pasó a los judíos después de la guerra”.

Sólo queda una vía: repetir todos juntos: ‘nunca más’. Antes de que sea demasiado tarde.

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