Perla Abu-Ghosh, el arte de encontrar la identidad palestina en la diáspora

Perla Abu-Ghosh utiliza su arte como puente entre mundos, una narración visual de los palestinos desplazados pero decididos a preservar su identidad.

“Cada obra”, explica señalando los vibrantes lienzos que la rodean, “es fruto de la frustración y la tristeza”. (Fotos: Perla Abu-Ghosh)
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“Cada obra”, explica señalando los vibrantes lienzos que la rodean, “es fruto de la frustración y la tristeza”. (Fotos: Perla Abu-Ghosh)

El pincel de Perla Abu-Ghosh se cierne sobre una paleta de colores. A su lado permanece una lata de refresco olvidada. En un momento de distracción, Perla toma un sorbo de lo que cree es su bebida. Su expresión cambia rápidamente, seguida de una carcajada que resuena en las paredes de su apartamento de Gijón, España, que también es su estudio.

“No sabes cuántas veces me ha pasado esto”, confiesa Perla entre risas.

Lejos de los olivares bañados por el sol de Beit Jala, en Palestina, y de las costas azotadas por el viento de Chile, Perla está creando su última obra, un lenguaje visual para dar a conocer la causa palestina.

Su historia no comienza en este acogedor estudio español, sino en la fértil tierra de Beit Jala. Allí, sus abuelos cuidaban fragantes huertos repletos de albaricoques, uvas y nueces.

En 1948, la Nakba, que traduce catástrofe en árabe, desplazó violentamente a cientos de miles de palestinos. La familia de Perla se unió al éxodo, tomando el último barco de carga que partía ese mes rumbo a España. Luego se establecieron en Chile.

Este país alberga la mayor diáspora palestina fuera del Medio Oriente, con unos 500.000 palestinos viviendo allí.

Trasladados pero no olvidados

El abrazo de Chile fue un bálsamo agridulce. El clima, tan similar al de Palestina, se convirtió a la vez en un consuelo y una maldición, un recordatorio constante de lo que se había perdido.

“Mis abuelos extrañaban la comida, así que plantaron berenjenas, calabacines y otras verduras para poder cocinar con los mismos ingredientes que usaban antes de la ocupación”, recuerda Perla.

“Crecí rodeada de los olores y sabores de Palestina, aunque entonces no comprendiera del todo su significado”.

La cocina se convirtió en una máquina del tiempo, que transportaba a la familia de vuelta a Beit Jala con cada aromático plato.

La infancia de Perla estuvo impregnada con estos ecos sensoriales de una patria que nunca había visto: la suavidad aterciopelada del hummus, el calor reconfortante de la maqluba y la crujiente perfección del falafel recién frito.

El silencio: la herencia más pesada

A pesar de todos los sabores vibrantes de su educación, se cernía un profundo silencio. El camino de Perla hacia la comprensión de su identidad palestina no fue nada sencillo. La palabra “Nakba” no se pronunciaba, era un espectro que asistía a todas las reuniones familiares.

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El camino de Perla hacia la comprensión de su identidad palestina no fue nada sencillo. (Fotos: Perla Abu-Ghosh)

“Curiosamente, ellos nunca hablaron de la Nakba conmigo,” revela Perla mientras agita sus pinceles con agua. “Mis abuelos llegaron a Chile de pequeños y, aunque hablan árabe perfectamente, casi nunca lo hablan en casa ni mencionan su tiempo en Palestina”.

“Creo que perder su hogar fue tan traumático para ellos que, cuando llegaron a Chile, decidieron hablar exclusivamente en español”, añade.

No fue hasta la universidad cuando Perla empezó a desentrañar y comprender las complejidades de su herencia.

“Ya sabía que había un conflicto, pero no conocía todos los detalles”, afirma.

Una conferencia de un profesor sobre conflictos mundiales abrió las compuertas de la historia familiar.

“Ese día llegué a casa y hablé con mis padres para enterarme de la historia”, recuerda.

“Ellos decidieron llevarme a casa de mis abuelos, y fue allí donde me contaron cómo, en el 48, sus padres se vieron forzados a casar a todas sus hijas y a abandonar sus casas una noche, tomando el último barco de carga que partía ese mes rumbo a España, con las pocas pertenencias que lograron salvar”.

El lienzo como campo de batalla

Ahora, el arte de Perla sirve tanto de catarsis como de resistencia. Sus ilustraciones se han convertido en testimonios visuales de la actual lucha palestina.

“Cada obra”, explica señalando los vibrantes lienzos que la rodean, “es fruto de la frustración y la tristeza”.

“Mi frustración proviene de imaginar cómo sería mi vida y la de mi familia si la Nakba no hubiera existido, o si no hubieran logrado escapar a tiempo”, explica.

A veces, parece que pinta con las lágrimas de su abuelo.

“Viene de la rabia de saber que mi abuelo nunca podrá volver a ver su casa, ni a probar uno de esos albaricoques tan dulces y sabrosos que estaban en su campo en Beit Jala”, sostiene.

“También viene de las imágenes que veo en las redes sociales de niños, mujeres y hombres detenidos en Cisjordania ocupada por el simple hecho de existir, y de las tumbas que parecen no tener fin, llenas de niños en Gaza”, añade.

El arte de Perla trasciende las barreras lingüísticas y ofrece al público de todo el mundo una comprensión visceral de la experiencia palestina. Su obra, que abarca desde pinturas hasta GIFs y otras ilustraciones digitales, ha cosechado millones de visitas en Internet.

A través de su arte, Perla da vida al trauma generacional, la esperanza inquebrantable y las realidades cotidianas de los palestinos, tanto en la patria como en la diáspora.

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“No tengo palabras para explicar lo que significaría para mí ir a ver la tierra de mis antepasados, pero creo que sería algo catártico”, comenta. (Fotos: Perla Abu-Ghosh)

“Hay palestinos que aún no pueden volver a casa, que murieron aferrados a las llaves de casas que nunca volverán a ver”, afirma Perla. “Una foto no puede transmitir eso, pero un dibujo sí”, dice.

Su paleta creativa va más allá de los pigmentos y los pinceles, abarcando también el poder de la palabra escrita. Se inspira en gigantes escritores palestinos como Fadwa Tuqan, Noor Hindi y Mahmoud Darwish.

La identidad en la cuerda floja

El viaje de Perla como artista palestina-chilena ha sido una constante negociación de identidad.

“En cuanto a Chile, es un país que me encanta por su clima, montañas, campos y playas hermosas. Aunque me siento conectada con su tierra, nunca me he sentido parte de su gente. Al crecer, sufrí mucho acoso”, comenta la artista.

“Al crecer mi familia siempre me decía que si hablaba de mi herencia, la gente me trataría mal o los profesores me pondrían peores notas. Me encantaría decir que eso es mentira, pero lamentablemente es verdad”, cuenta.

“Sin embargo, tampoco hablo árabe”.

Esta sensación de estar atrapada entre dos culturas –demasiado árabe para los chilenos, demasiado chilena para los árabes– ha conformado la perspectiva de Perla y alimentado su expresión artística.

Es un sentimiento con el que muchos en la diáspora se identifican.

“Es difícil no sentir que pertenezco a algún lugar. Creo que por eso me siento más cómoda en España, donde no tengo que pretender ser algo diferente de lo que soy. Aquí mis culturas pueden coexistir en paz", reflexiona.

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Un legado de defensa

La conexión de Perla con Palestina es profunda. Su tío, Mauricio Abu-Ghosh Parham, fue presidente de la Federación Palestina de Chile.

Perla cuenta que por esa razón su apellido tiene prohibida la entrada en Israel.

"Mis primos intentaron ir, pero los devolvieron en cuanto abrieron sus pasaportes chilenos y vieron el apellido", relata.

"Mi tío también trató de ir en 2012, pero lo retuvieron tres días en el aeropuerto prácticamente desnudo casi todo el tiempo, fue una experiencia traumática para él. Pese a ello no se compara con lo que sufren los palestinos en las cárceles israelíes".

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Perla Abu-Ghosh, el arte de encontrar la identidad palestina en la diáspora. (Fotos: Perla Abu-Ghosh)

Cuando se le pregunta sobre visitar su tierra ancestral, Perla se calla. Tras una pausa que lo dice todo, recupera la voz.

“No tengo palabras para explicar lo que significaría para mí ir a ver la tierra de mis antepasados, pero creo que sería algo catártico”, comenta.

"Siento una necesidad persistente de ver la casa de mis abuelos, de ver si aún queda alguno de los árboles de albaricoques de los que no paran de hablar cada vez que comen el primero del verano. Es de lo único que se permiten hablar libremente", continúa.

Mirando al futuro

Al atardecer en Gijón, Perla da los últimos retoques a su obra más reciente: un fanzine palestino, un pequeño libro artístico con ilustraciones, minicómics, poemas ilustrados y datos sobre Palestina.

"Los palestinos siguen enfrentándose a la desposesión y el desplazamiento. Los asentamientos israelíes se expanden, se derriban casas, se confiscan tierras. Pero persistimos. Creamos", dice Perla.

Su mirada destella con determinación mientras continúa: “Durante demasiado tiempo nuestra narrativa ha estado controlada por otros. Ahora, utilizo mi arte como una vía para reclamar nuestra historia.

"El mundo por fin empieza a ver la verdad", afirma. Las acciones de Israel se están reconociendo por lo que realmente son. Por eso hago un esfuerzo consciente para decir que soy de Palestina. Existimos. Somos humanos. Tenemos caras, familias, sueños: no somos los 'terroristas' como algunos nos pintan”.

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