El negocio de la venta de armas

Los conflictos armados tienen un enorme y trágico coste, pero algunas empresas y quienes las financian hacen caja con ellos. Y parte de este beneficio se dedica a influenciar las políticas que hacen necesarios más conflictos.

El expresidente estadounidense Barack Obama le entrega una medalla a Edward Campbell, director ejecutivo de Raytheon Technologies. / Foto: Reuters
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El expresidente estadounidense Barack Obama le entrega una medalla a Edward Campbell, director ejecutivo de Raytheon Technologies. / Foto: Reuters

“Hay muchas buenas noticias de fuera. Y para nosotros es solo cuestión de sacarlo por la puerta”. Estas son las palabras de Gregory J. Hayes, director ejecutivo de RTX Corporation, durante una reunión con accionistas para presentar los resultados del primer trimestre de la compañía en 2023.

La compañía presume en su web de que el 50% de la población mundial está protegida por sus sistemas de defensa. Raytheon Technologies, la división armamentística de la compañía RTX, es uno de los mayores proveedores de sistemas de misiles del mundo. Entre muchos otros fabrica los misiles de la ‘cúpula de hierro’ israelí.

Parte de las buenas noticias a las que Gregory J. Hayes se podía estar refiriendo es que, de acuerdo con el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI, por sus siglas en inglés) el gasto militar mundial en el 2022 alcanzó los 2,2 billones de dólares, el nivel más alto desde la Guerra Fría, incluso después de ajustarlo a la inflación.

Y por “sacarlo por la puerta” se refería a que la demanda de equipamiento militar es tan alta que el desafío es producir suficiente. Las ventas están aseguradas.

“Existe la absurda creencia de que la guerra crea riqueza, cuando lo real es que la destruye, en especial para las poblaciones que la sufren. El único beneficiario son las empresas militares que vacían stocks y tienen que aumentar su producción, además prueban la eficacia de sus nuevos artilugios militares” asegura Pere Ortega, presidente honorario del Centre Delàs d’Estudis per la Pau, en Gerona.

El coste de la guerra

Todo conflicto armado tiene un elevado coste. En primer lugar, uno trágico y directo sobre los seres humanos. En segundo lugar, el ligado a la destrucción de la infraestructura civil y económica de los países que lo sufren. En tercer lugar, una factura en gasto militar desorbitada.

En solo los primeros 30 días de bombardeo de Israel sobre la franja de Gaza en octubre de 2023 se usaron 18.000 toneladas de bombas, lo que supone una fuerza destructiva de 1.5 veces más que la bomba atómica detonada por los Estados Unidos en Hiroshima.

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Un logotipo de Raytheon Technologies (RTX) se muestra durante el 54º Salón Aeronáutico Internacional de París. (REUTERS/Benoit Tessier)

Esto causó la muerte de más 10.000 personas además de miles de heridos, la destrucción de 32.500 edificios y daños a 275 escuelas y 12 hospitales.

Prácticamente todas las bombas usadas fueron del modelo Mk80, o “bombas tontas”, usadas desde la guerra de Vietnam y modernizadas para convertirlas en “bombas inteligentes”.

Para transportar y lanzar estas bombas Israel ha usado el avión F-16. Este avión puede transportar, de media y dependiendo del tamaño, 4 bombas en cada vuelo. Teniendo en cuenta una media de 1.000 kg por bomba se requieren, al menos, 4.500 vuelos para 18.000 toneladas.

Israel paga un precio aproximado de 25.000 dólares (22.742,77€) por cada tonelada de bombas. 18.000 toneladas le cuestan 450 millones de dólares (409.369.950€), y esto es solo el coste de la bomba simple sin los añadidos tecnológicos inteligentes.

Para este bombardeo se estima que Israel ha necesitado 300 horas de vuelo diarias del F-16. Este avión se considera “eficiente” teniendo un coste de vuelo de 8.000 dólares (7.279,20€) por hora, lo que nos da 2,4 millones de dólares por día o 72 millones de dólares (65.521.800€) en un mes.

Esto es solo un ejemplo que se podría extender a rifles, munición, vehículos o cualquier otro gasto relacionado con una ofensiva armada.

Brad Wolf, abogado, fiscal y director ejecutivo de la Red de acción por la paz de Lancaster (Pensilvania, EEUU), asegura que “ganar dinero con la guerra es bueno para los fabricantes de armas, pero no es bueno para los contribuyentes estadounidenses, la fuerza laboral estadounidense o los millones de inocentes en el extranjero que mueren innecesariamente a causa de sus armas”.

Los fabricantes de armas

Los cinco mayores fabricantes de armamento del mundo son de Estados Unidos -Lockheed Martin, Raytheon, Boeing, Northrop Grumman y General Dynamics- seguidos por Inglaterra -Bae Systems- y China -Norinco y Avic-.

Los cinco fabricantes estadounidenses, sus subsidiarias y otros menores, componen lo que se ha llamado el complejo industrial-militar.

Estados Unidos tiene un gasto en defensa mayor que los diez siguientes países combinados, incluyendo China y Rusia. Gran parte de este gasto -financiado con los impuestos de sus ciudadanos- está dedicado a la compra de armas y equipamiento de estos fabricantes.

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Edificios dañados después de los ataques israelíes en Khan Yunis, en Gaza, en diciembre de 2023. (GETTY IMAGES)

Brad Wolf afirma que “numerosos estudios han indicado que, si esos dólares de los impuestos se invirtieran en segmentos no militares de la economía, proporcionarían un retorno de la inversión mucho mejor. El complejo industrial-militar no tiene incentivos para trabajar de manera eficiente o productiva”.

Confirmando esto, Pere Ortega añade que estas empresas no crean riqueza, porque estas empresas necesitan de las ayudas estatales en I+D y de los presupuestos del Estado “unos recursos que destinados a la producción civil crearían más riqueza y puestos de trabajo (demostrado por múltiples investigaciones sobre todo por expertos en EEUU). Sin las ayudas estatales las industrias militares seguramente serían deficitarias”.

Estados Unidos dio en 2020 -el último año con datos disponibles- 11.600 millones de dólares (10.566 millones de Euros) en ayuda militar a otros países. El principal receptor de esta ayuda es Israel.

Este gasto se ha incrementado teniendo en cuenta que, desde el inicio de la guerra entre Rusia y Ucrania, Estados Unidos ha entregado a este último cerca de 45.000 millones de dólares (41.002 millones de euros) y que, durante el primer mes del bombardeo de Gaza, Israel ha recibido 14.000 millones de dólares (12.757 millones de euros) además de los 3.800 millones de dólares (3.462 millones de euros) que ya recibía anualmente.

Estos fondos incluyen el pago o entrenamiento de ejércitos extranjeros, así como el envío de armas, vehículos y otro equipamiento militar. Armas y equipamiento que proviene de los fabricantes estadounidenses.

Más conflictos armados, más beneficios

De acuerdo con datos de la Academia Ginebra (GA, por sus siglas en inglés) en abril de 2024 había 45 conflictos armados en Oriente Medio y el norte de África, 35 en el resto de África, 21 en Asia, 7 en Europa y 6 en América Latina.

No todos son de la dimensión de la guerra entre Rusia y Ucrania o de Israel y Palestina, pero todos necesitan armamento.

Muchos de estos conflictos armados podrían haberse resuelto por medios diplomáticos. Esa es la opinión de Pere Ortega, que asegura que lo que busca este conglomerado militarista es “resolver los conflictos mediante el uso de la fuerza militar, cuando los Estados disponen de múltiples mecanismos para resolver los conflictos por la vía diplomática”.

El gasto del complejo industrial-militar en Estados Unidos en donaciones a campañas y grupos de presión durante 2021 fue de más de 200 millones de dólares (182 millones de euros).

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Exposición de la Asociación del Ejército de los Estados Unidos (AUSA, por sus siglas en inglés de Association of the United States Army). (REUTERS/Cheney Orr)

Brad Wolf asegura que “los fabricantes de armas gastan grandes cantidades de dinero financiando think-tanks e instituciones académicas que producen estudios que dicen que el mundo es un lugar muy peligroso y que sólo las soluciones militares funcionarán”.

Este fenómeno no es único en los Estados Unidos. Las reglas de juego político en Europa son diferentes a las de EEUU -por ejemplo, las compañías privadas no pueden hacer donaciones a partidos políticos para financiar sus campañas- pero, según Pere Ortega “el complejo industrial-militar es un fenómeno que se ha ido extendiendo en todos los países industrializados y más especialmente en los que aspiran a ser potencias económicas, por tanto, en Europa”.

Europa tiene una potente industria militar -BAE Systems, Airbus, Thales, Leonardo, Reimenthall, Dassault, o Indra son algunas de las compañías más importantes- que quieren competir con las estadounidenses.

Pere Ortega asegura que estas empresas “tienen delegaciones en Bruselas para hacer lobby sobre la Comisión Europea (UE) en favor de sus intereses y que se puede constatar en cómo son las beneficiarias de los fondos económicos (ayudas en I+D) del Fondo Europeo de Defensa”.

Ampliar el contexto

Las grandes compañías tienen grandes necesidades de financiación, y el negocio principal de los bancos y fondos de inversión es ese. Las instituciones financieras siempre estarán donde puedan prestar dinero y cobrar un interés, es su negocio.

Según Pere Ortega, el complejo industrial-militar y las instituciones financieras tienen intereses en común “porque son accionistas de las empresas militares, porque comercializan sus fondos de inversión donde esas empresas están presentes y porque financian a las empresas militares y cobran por ello”.

Sin la financiación e inversión de bancos y sin los presupuestos de gobiernos de todo el mundo, los fabricantes de armas no podrían existir. O, al menos, no lo harían con la dimensión e influencia que tienen hoy.

En enero de 1967 el presidente de Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower, quien fue general de cinco estrellas del ejército de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y comandante supremo aliado en el frente de la Europa Occidental, advirtió en su discurso de despedida sobre el complejo industrial-militar diciendo que “no debemos dejar de comprender sus graves implicaciones. Nuestro trabajo, recursos y medios de vida están todos involucrados; también lo es la estructura misma de nuestra sociedad”.

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Dwight D. Eisenhower, 34º presidente de los Estados Unidos de América, durante un discurso en 1956. (GETTY IMAGES)

Brad Wolf, de la Red Acción por la Paz de Lancaster (Pensilvania, EEUU), ilustra esta cita diciendo que, en el contexto de Estados Unidos, “nuestros medios de comunicación, nuestros deportes, nuestro entretenimiento, nuestro proceso político están todos impregnados de una narrativa de guerra muy peligrosa”.

“El complejo industrial-militar está luchando por controlar el campo de batalla de nuestras mentes. Para ganar esa batalla sobre nuestras mentes, debemos preguntarnos seriamente quiénes somos y quiénes deseamos ser”, concluye.

Es posible que esa misma realidad no esté muy lejos de nuestras fronteras.

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