El cese del fuego en Gaza se construye sobre escombros y cadáveres
A medida que avanza el frágil alto el fuego en Gaza, los palestinos pueden encontrar un respiro fugaz a la devastación, pero el camino que les queda estará plagado de incertidumbre.
Para los palestinos en Gaza, finalmente llegó el día esperado. Las matanzas y la inhumanidad a la que se han visto sometidos diariamente durante los últimos 470 días de asedio israelí cesarán. Al menos por ahora.
Habría que ser un optimista absoluto o tener el don de la autodecepción para albergar la ilusión de que, al aceptar finalmente un alto el fuego el miércoles –al que estuvo a punto de renunciar al día siguiente–, Israel pretende poner fin a su ofensiva brutal contra el pueblo que habita esta pequeña y atormentada franja de tierra.
En Gaza, sólo los muertos, incluidos los quizás decenas de miles de muertos que están aún enterrados bajo los escombros o en tumbas improvisadas, han visto el fin de la ofensiva.
Los vivos aún tendrán que lidiar con el agravio constante del estado sionista, solo por ser palestinos –un reproche que el Estado sionista ha mantenido desde que se metió en Palestina hace casi ocho décadas.
Aún así, el alto el fuego fue bien recibido por la población de Gaza, donde la gran mayoría han quedado con sus cuerpos mutilados o con sus almas heridas por el inmenso dolor de haber perdido a sus seres queridos. El cese de violencia se celebró el martes con estallidos espontáneos de alegría e incluso demostraciones públicas de afecto, expresando una abrumadora sensación de alivio en medio de las calles llenas de escombros. Sin embargo, en medio de este alivio y júbilo, seguía presente el hecho de que el acuerdo que tanto estaban celebrando es extremadamente frágil.
Sí, el alto el fuego fue bien recibido por los palestinos y por quienes los apoyan en todo el mundo. está lejos de parecerse a eso. Muy lejos.
Sin embargo, eran conscientes de que este cese de hostilidades no se asemejaba al acordado, por ejemplo, en el frente occidental el 24 de noviembre de 1914, cuando soldados franceses, británicos y alemanes celebraron durante toda la semana previa a la Navidad, intercambiando saludos y canciones navideñas entre las trincheras. Sabían que este acuerdo está lejos, muy lejos de ser así.
Así, el miércoles, un día después de la firma del acuerdo y tres antes de su aplicación sobre el terreno, el ejército israelí lanzó ataques horrendos contra el centro y el norte de Gaza, mataron a 123 personas, entre ellas, 33 niños y 33 mujeres, y dejaron 270 heridos.
Esto, sin duda, señala una potencial infrahumanidad latente en el arquetipo del estado sionista. ¿De qué otra manera se podría explicar una mentalidad tan vengativa?
En Gaza, solo los difuntos han presenciado el fin de la violencia. (Reuters)
Una tregua frágil
Por lo tanto, nuestro escepticismo por la viabilidad de un alto el fuego y por su sostenibilidad en su tercera fase, durante la retirada de las tropas israelíes de Gaza, no es del todo injustificado, teniendo en cuenta dos hechos incuestionables.
Según informes, el acuerdo fue redactado de forma tan ambigua y sus términos formulados de manera imprecisa por mediadores ansiosos por concluido que podría desmoronarse con facilidad.
Luego, está el inestable, errático e impredecible gobierno de coalición de Israel. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, se encuentra presionado por lo que se reconoce generalmente como extremistas de derecha, que están desenfrenados, mesiánicos y acérrimos. Y cuyas acciones han desenmascarado los profundos desacuerdos dentro de la sociedad israelí y los caprichos de la política israelí actual.
No hace falta decir que ellos, mientras sigan siendo parte de esta coalición, representan una amenaza para la continuidad del acuerdo de alto el fuego a lo largo de sus tres fases, todas ellas plagadas de incertidumbre.
La primera fase –el intercambio de prisioneros– es la parte fácil y lógica. Después, viene la segunda fase, improbable e ilógica, en la que las tropas israelíes se retiran de Gaza. Esto debe realizarse manteniendo las líneas acordadas en la tregua, una en la frontera norte y otra a lo largo del corredor de Filadelfia, en el sur. Y también mientras cientos de miles de habitantes de Gaza “regresen a sus hogares”.
Pero, ¿qué hogares? En Gaza no quedan casas en pie. El enclave es un páramo cuya desolación evoca no sólo a Dresde en la historia moderna, sino también a Cártago, arrasada por las legiones romanas en el año 146 a.C. y a Bagdad, saqueada por las hordas mongolas en 1258.
Las casas a las que los palestinos podrán regresar durante el alto el fuego han sido destruidas y convertidas en escombros. (Reuters)
Una devastación abrumadora
La devastación, según la evaluación del Centro de Satélites de las Naciones Unidas (UNOSAT), es impresionante: aproximadamente 257.800 casas han sido destruidas en Gaza, desplazando a cerca del 95% de los 2,3 millones de personas que vivían en el enclave antes del asedio. Esta cifra no incluye la destrucción deliberada de mezquitas, escuelas, tiendas, centros comunitarios y similares, así como la detonación deliberada de edificios públicos, como universidades y sitios de infraestructura.
Para ponerlo en perspectiva, si los escombros se apilaran en 11 montones gigantescos, cada uno tendría un tamaño similar a la Gran Pirámide de Guiza en Egipto. O, calculado de otra manera, en Gaza se han destruido tres veces más edificios que en la isla de Manhattan, en Nueva York.
Y luego están los escombros en sí. La eliminación de esta inmensa cantidad de escombros en un enclave tan pequeño como Gaza –gran parte de ellos tendrán que trasladarse fuera de las fronteras del territorio, un esfuerzo que se estima que llevará 14 años– antes de que los palestinos puedan comenzar la reconstrucción, que está prevista en la tercera fase del acuerdo.
La semana pasada, el ahora exsecretario de Estado, Antony Blinken, pronunció un discurso –que utilizó para ensalzar su legado como facilitador del caos israelí en Gaza–, ante una audiencia en el centro de estudios Atlantic Council. Allí habló frívolamente sobre la “reconstrucción” y la “gobernanza” de Gaza, buscando inculcar un futuro de optimismo –. Debería ser despreciado.
Para que el alto el fuego se mantenga, es necesario abordar y resolver las causas profundas del ataque para romper el ciclo de violencia. (Reuters)
¿Queda esperanza?
¿Es esta frágil tregua el principio del fin del sufrimiento de Gaza? Lamentablemente, la respuesta parece ser no.
En algún lugar de Gaza, mientras se espera que los misiles y las bombas de 2.000 libras ya no caigan sobre las cabezas de civiles inocentes, hay un niño se dice a sí mismo: "Todavía tengo hambre. Todavía estoy solo. Todavía estoy inseguro. Todavía tengo frío". Como él, hay miles.
Si no se aborda la opresión sistémica, el bloqueo económico y el estancamiento político que definen la vida en Gaza, este alto el fuego corre el riesgo de convertirse en otra pausa en un ciclo interminable de violencia.
Para que este alto el fuego sea realmente el inicio del fin de la angustia en Gaza, es imprescindible tomar medidas concretas. Los bloqueos deben ser levantados. Los crímenes de guerra deben enfrentarse a la justicia. Y es fundamental abordar las raíces de este conflicto que se extiende por décadas: la ocupación, el desplazamiento y la negación de un estado palestino viable. Cualquier omisión en este sentido condenará a Gaza a una devastación interminable.