Lo que revelan las lágrimas de Vinícius sobre el racismo en el fútbol

El jugador no es el primero ni el último que sufre racismo en el fútbol español, pero sus palabras han generado una conversación crítica al respecto.

El delantero brasileño Vinicius Junior llora durante una rueda de prensa en vísperas del partido amistoso internacional de fútbol entre España y Brasil / Foto: AFP
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El delantero brasileño Vinicius Junior llora durante una rueda de prensa en vísperas del partido amistoso internacional de fútbol entre España y Brasil / Foto: AFP

Vinícius Júnior, brasileño estrella del fútbol, rompió a llorar durante una rueda de prensa hace apenas unas semanas, previo a un juego con el Real Madrid. Fue cuando expresó que se siente "menos motivado" en el deporte por los repetidos cánticos racistas en su contra durante los juegos.

El llamado del atleta de 23 años para que los órganos rectores del fútbol “hagan más” reaviva, casi un año después, una conversación sobre el racismo tanto dentro como fuera del campo de juego. El problema va más allá del fútbol y se refiere directamente al racismo arraigado en la propia España.

El año pasado, cuando Vinícius llamó la atención sobre los sonidos de imitación de mono e insultos racistas que profirieron los aficionados del Valencia CF, los teléfonos de los analistas y las organizaciones antirracistas de España no dejaron de sonar durante semanas. Yo estaba entre los que respondían las llamadas, atendiendo sin parar las preguntas de los medios.

Recuerdo que casi todas las entrevistas empezaban con el mismo asunto: ¿es España un país racista? Y yo respondía siempre de la misma manera: sí.

España es un país racista porque su racismo es estructural, igual que el machismo o el clasismo. Podemos encontrarlo arraigado en todos los ámbitos de nuestra sociedad.

Como persona negra que nació en España, lo he vivido en carne propia desde que tengo uso de razón: de niño, ayudando a familiares en trámites de inmigración; de adolescente, sufriendo revisiones policiales racistas; y de adulto, enfrentando rechazos en solicitudes de empleo o amenazas racistas en internet.

Mi vida no es una excepción, es la norma para los negros. Llevo años analizándolo desde múltiples perspectivas.

En España hay pocos datos oficiales sobre el impacto del racismo, pero sí sabemos que el 80 por ciento de las inmobiliarias no acepta alquilar a inmigrantes; el perfilamiento racial de la policía afecta a un mayor porcentaje de gitanos, negros y árabes; y la segregación escolar es cada día más evidente.

A pesar de las evidencias, España sigue negando que el racismo existe o intenta convencernos de que la discriminación es un hecho poco usual. Recientemente, estrellas del fútbol como el español Carvajal o el brasileño Donato dijeron que España no es un país racista. Pero mi pregunta es: si España no es racista, ¿por qué ha habido tantos episodios de racismo durante décadas?

Cuando se trata de fútbol, los responsables deberían tener un mejor juicio. Vinícius no es ni el primero ni el último caso. Hace unos días, en un fin de semana, hubo tres ejemplos de insultos racistas: a Cheikh Sarr, portero del Rayo Majadahonda; al entrenador gitano del Sevilla, Quique Sánchez Flores, y al futbolista argentino del mismo equipo, Marcos Acuña.

Hace una década, en 2014, a Dani Alves le lanzaron un plátano desde la grada. En 2006, el camerunés Samuel Eto'o intentó abandonar el estadio entre sonidos de imitación de monos. Antes, en 1993, el portero nigeriano Wilfred Agbonavbare dijo haber oído en el estadio del Real Madrid gritos sobre el "Ku Klux Klan" e invitaciones a recoger algodones.

El año pasado, Iñaki Williams, jugador del Athletic Club de Bilbao y quien tiene padres ghaneses, llevó por primera vez a los tribunales el racismo en el fútbol.

Durante los partidos de fútbol profesional suele haber muchas cámaras y miles de aficionados en las gradas. Los que corean consignas racistas deberían ser relativamente fáciles de identificar. Pero sería un error pensar que esto sólo ocurre en la élite.

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Iñaki Williams, del Athletic de Bilbao, izquierda, lucha por el balón con Mouctar Diakhaby del Valencia durante un partido de fútbol de ida de las semifinales de la Copa del Rey de España en Bilbao, España. (AP/Alvaro Barrientos)

Va más allá, incluso entre los aficionados. En febrero, antes de un partido entre el Real Madrid y el Atlético de Madrid, un hombre adulto profirió insultos racistas y amenazas a una niña de ocho años que llevaba la camiseta de Vinícius en las afueras del estadio. Unos meses después, fue detenido.

Recuerdo mi época de jugador aficionado en Huesca, una pequeña ciudad del norte de España, donde a los 12 años ya escuchaba insultos racistas de los rivales. Y lo que es peor: de sus familiares adultos. Casi 20 años después, los recuerdos siguen nítidos en mi mente. Mi vida no es una excepción, es la norma para los negros que han jugado al fútbol en España, aficionados y profesionales.

Y ante todo esto, ¿qué hace La Liga? ¿Está cambiando la sociedad? En mi opinión siempre toman el camino más fácil y de menor impacto. La Liga española ha optado por trasladar las denuncias a los tribunales ordinarios, retrasando los procedimientos y las posibles sanciones.

Los protocolos no tienen en cuenta las repercusiones dentro de la competencia, como el cierre de gradas y estadios o la retirada de puntos, como contempla hacer la Premier League inglesa.

Pero la clave está en la comunidad. Aprendemos el racismo desde que somos pequeños a través del lenguaje, los medios de comunicación, las redes sociales y la política o las instituciones que lo perpetúan. Mientras no sustituyamos este aprendizaje por conocimientos antirracistas, estos comportamientos seguirán presentes dentro y fuera de los estadios de fútbol.

Las lágrimas de Vinícius en la rueda de prensa simbolizan la impotencia que genera un problema tan profundo y cotidiano como el racismo.

Son las lágrimas de quienes, como el jugador brasileño, ven cómo pasan los años y el avance hacia una sociedad antirracista es más lento de lo que nos gustaría. Sus vivencias en el campo de fútbol reflejan un problema más profundo y extendido de lo que pensamos.

Pero las lágrimas de Vinícius también han puesto el foco sobre los efectos del racismo en la salud mental. Sus acciones fuera del campo expanden globalmente la urgente y necesaria conversación al respecto.

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Toda esa visibilidad ha hecho que la población española hable, piense, razone, lea y escuche argumentos sobre la raza, una conversación imprescindible si queremos iniciar cualquier transformación. Porque lo que no se nombra, no existe.

Mi sueño es que en el futuro las entrevistas sobre casos como el de Vinícius no empiecen preguntándome si España es un país racista o no.

Mi sueño es que se empiece a hablar de lo que España está haciendo para ser un país antirracista. Esa es la verdadera conversación que deberíamos tener.

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