Sobrevivir al genocidio en Gaza dejó heridas en mí que no sanarán jamás

Un relato del desgarro psicológico al que lleva atravesar masacres, desalojos, inviernos a la intemperie y hambre. La historia de Abdallah, sobreviviente de una pesadilla que aún lo acecha en sueños.

He visto niños descalzos temblando de frío sin ropa suficiente para protegerse del viento, ni siquiera una comida caliente para calentar sus pequeños cuerpos. / Foto: Abdallah Al-Naami
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He visto niños descalzos temblando de frío sin ropa suficiente para protegerse del viento, ni siquiera una comida caliente para calentar sus pequeños cuerpos. / Foto: Abdallah Al-Naami

Gaza, Palestina ocupada — Tras el anuncio del cese del fuego, algo anticipado durante meses, la gente aquí en Gaza salió a celebrarlo a las calles como si fuera nuestras fiestas tradicionales islámicas del Eid al Fitr y el Eid al Adha. A la vez, muchos lo recibieron con tristeza tras acabar de enterrar a sus seres queridos en los ataques de los últimos días, luego de firmado el acuerdo.

Sinceramente, pensé que esta atrocidad nunca acabaría. Además del deseo de destruir, sentía que no había ninguna razón para que estos ataques se mantuvieran. Allá lejos quedó mi trabajo de profesor en la Universidad de Ciencias Aplicadas (UCAS), una universidad técnica en Gaza, y el sueño de continuar con mi carrera como escritor.

Aún conservo intacto los recuerdos del genocidio, y lo primero que viene a mi mente es el invierno. Para muchos palestinos en Gaza, el invierno solía ser nuestra temporada favorita. Normalmente disfrutábamos de reuniones con la familia alrededor de una fogata, con platos tradicionales como el musakhan, que consiste en pollo, especias y pan palestino tradicional, y de hermosas vistas de los campos sembrados.

Desde el comienzo de la ofensiva genocida de Israel, el invierno se convirtió en una pesadilla continua, que profundiza el sufrimiento de aproximadamente dos millones de palestinos desplazados en Gaza.

Hoy quiero compartir con ustedes mi historia, antes de que quede enterrada entre los escombros de tantas otras historias.

Un año de desplazamiento

A mediados de diciembre de 2024, desperté una mañana fría con la noticia de que las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) habían emitido nuevas órdenes de evacuación para nuestro vecindario superpoblado en el campamento de Al-Maghazi, en el sur de Gaza. La orden afectó a cientos de personas.

Mientras los aviones de guerra israelíes sobrevolaban el cielo, podía escuchar a la gente gritar en las calles, mujeres y niños llorando. Vi la desesperanza en los rostros de toda mi familia: mi padre, mi madre, mis cinco hermanos, mi sobrino y mi sobrina.

Estaba asustado. Sentía como si me hubieran arrancado el corazón del pecho. Aún con frío, no teníamos a dónde ir a refugiarnos ni tienda de campaña. Todos estaban en pánico. Lo único que podía escuchar era: "¿Adónde podemos ir? ¿Qué hacer?". Nadie en mi familia tenía respuesta.

Tras más de un año de sufrir el genocidio, pasar por otro desplazamiento forzado me aterraba. En ese momento regresaron un sinfín de recuerdos horribles, empezando por nuestro primer desplazamiento, aproximadamente un año antes.

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Proveer comida para la familia fue una tarea agotadora en medio del estricto asedio israelí sobre Gaza, y la destrucción de campos agrícolas y fábricas locales de alimentos. / Foto: Abdallah Al-Naami.

Primer desplazamiento

El 24 de diciembre de 2023, los aviones de guerra israelíes arrojaron dos bombas enormes sobre el campamento de refugiados de Maghazi, en el centro de Gaza. Fue la masacre más horrible que jamás haya presenciado. Los escombros y restos humanos estaban esparcidos a lo largo de cientos de metros.

Más de 200 vecinos y amigos fueron asesinados, muchos más resultaron heridos y los edificios quedaron destruidos. Dos casas bombardeadas directamente quedaron reducidas a escombros. Otras viviendas sufrieron los impactos, con muros caídos, ventanas rotas, esquirlas y ruinas.

En los días posteriores, las FDI intensificaron sus bombardeos aéreos y de artillería, y ordenaron la evacuación del cercano campamento de Al-Bureij.

El hedor de los cuerpos no enterrados y la descomposición llenaban el área.

En medio del temor de una masacre israelí inminente, como tantas otras familias palestinas, abandonamos nuestro vecindario con el corazón hecho trizas.

Vimos cómo nuestro barrio, antes lleno de vitalidad y hermosos recuerdos, se convertía en un desolado cementerio.

Al final, llegamos a casa de unos familiares en la ciudad de Deir al-Balah, a 5 kilómetros de distancia.

Tras experiencias aterradoras y agotadoras en el camino, provocadas por las explosiones, además del frío y el esfuerzo por cargar el equipaje, la primera noche fue difícil de soportar. También me preguntaba si alguna vez podría volver a casa.

Después de que las FDI invadieran nuestro vecindario, causando más destrucción y con noticias de atrocidades contra palestinos en el norte de Gaza, me preguntaba si mis vecinos habían encontrado refugio y si nuestra casa seguía en pie.

Condiciones agotadoras

Durante los meses siguientes, las condiciones de vida fueron básicas: sin privacidad, lo que dificultaba mucho la vida, especialmente en una sociedad conservadora como la nuestra. Las tareas diarias, como ir al baño y ducharse, eran desafíos para todos.

Un día me intoxiqué con agua contaminada. Fue una experiencia dura. Padecí dolor de estómago, vómitos, diarrea y deshidratación.

A fines de 2023, estuvimos expuestos al frío durante meses, pasando largas noches de invierno sin tener tiempo suficiente para empacar ropa. Como nuestro alojamiento estaba tan abarrotado, pasaba la mayor parte del tiempo fuera, temblando con el viento gélido o empapado bajo la lluvia. Tenía hambre, pero me daba vergüenza reconocerlo.

Proveer comida para la familia fue una tarea agotadora en medio del estricto asedio israelí sobre Gaza, y la destrucción de campos agrícolas y fábricas locales de alimentos.

No recibimos ninguna ayuda mientras estábamos desplazados. La comida solo estaba disponible en pequeñas cantidades y a precios muy altos, a menudo diez veces más que antes del genocidio. Recogíamos leña y usábamos el fuego para cocinar, lo que poco a poco se convirtió en mi tarea principal.

Afortunadamente, comíamos dos o treves veces al día, pero en pequeñas cantidades, dependiendo de las legumbres. Como otros palestinos, nunca me sentía lleno, dejando siempre algo para los niños y otros miembros de la familia.

Destrucción de hogares

Después de que las FDI se retiraron del campamento de Maghazi a finales de enero de 2024, descubrí que nuestro jardín, que antes era verde y albergaba flores y árboles de olivos y limoneros, ya no era más verde. Los árboles habían sido talados, y algunos se volvieron grises debido a los explosivos y el polvo.

Nuestra casa estaba inhabitable. Mi hermano Mohammad y yo trabajamos durante dos semanas para reparar dos habitaciones y el baño, con la esperanza de regresar a nuestro hogar de tres pisos.

Desafortunadamente, nuestras esperanzas se desmoronaron.

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Recuerdo a una familia desplazada que instaló su tienda en la playa. Pero un día, las olas arrastraron a sus dos hijos, de 2 y 4 años, al mar. Los niños estaban a punto de ahogarse, pero los vecinos saltaron al mar para salvarlos. / Foto: Abdallah Al-Naami.

La violencia de las FDI

Meses después, sin previo aviso, el 20 de julio de 2024, las FDI lanzaron una masiva invasión terrestre, conocida luego como la Masacre del Campamento de Al-Nuseirat, que mató a 274 personas. Ese día, me despertaron los gritos en las calles.

"¡Los tanques se están acercando! ¡Corran!", gritaban las personas mientras retumbaban las explosiones desde todas direcciones. Estábamos en shock y no sabíamos qué hacer. No era seguro quedarnos en la casa ni correr bajo el fuego. Al final, cargamos a los dos niños y unas pocas bolsas pequeñas y huimos a pie por las calles.

Mientras salíamos de casa, helicópteros y drones militares volaban por encima y, al cruzar la calle, me encontré con un tanque israelí, una de las experiencias más aterradoras de mi vida.

Mi sobrina Lareen, con síndrome de Down, lloraba aterrada durante las explosiones. Sin saber a dónde ir, seguimos corriendo bajo el fuego de las balas hasta que llegamos a una escuela. Allí nos quedamos junto a 10 personas hasta el final del ataque israelí.

En agosto de 2024, el ejército israelí emitió nuevas órdenes de evacuación. Temiendo otro ataque de las FDI, fuimos a buscar refugio en las tierras agrícolas de Deir al-Balah.

Dos días después, las fuerzas israelíes comenzaron una invasión terrestre, que incluyó bombardeos y disparos en áreas cercanas a Jan Yunis y Deir Al-Balah. A pesar de los peligros, nos quedamos allí sin un refugio seguro. Poco después, las FDI ordenaron la evacuación de nuestra área, y nos desplazaron nuevamente.

Ese mes, fuimos desplazados por quinta vez, llegando al campamento de Al-Nuseirat para soportar las condiciones de vida cada vez más difíciles causadas por la destrucción generalizada de infraestructuras vitales.

En Gaza, después de las lluvias, las aguas residuales suelen inundar las calles principales y los callejones entre las tiendas de campaña, ayudando a la propagación de enfermedades infecciosas, incluyendo la hepatitis A, así como la aparición de roedores e insectos dañinos.

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En Gaza, después de las lluvias, las aguas residuales suelen inundar las calles principales y los callejones entre las tiendas de campaña. / Foto: Abdallah Al-Naami.

Documentar el genocidio

Mientras protegía a mi familia en medio del caos, también documenté los testimonios desgarradores de pérdidas de familias palestinas con mi cuaderno y mi cámara.

El segundo invierno, con los fuertes vientos y lluvias, las tiendas de campaña habían quedado muy dañadas. El 80% de Gaza ha quedado inundada y se ha convertido en un campamento lleno de barro.

He visto niños descalzos temblando de frío sin ropa suficiente para protegerse del viento, ni siquiera una comida caliente para calentar sus pequeños cuerpos.

Recuerdo a una familia desplazada que instaló su tienda en la playa. Pero un día, las olas arrastraron a sus dos hijos, de 2 y 4 años, al mar. Los niños estaban a punto de ahogarse, pero los vecinos saltaron al mar para salvarlos.

Con cada desplazamiento, algo se perdió en mí

La gente puede pensar que nos adaptamos al desplazamiento repetido. Sin embargo, en realidad, con cada desplazamiento perdí una parte de mí mismo. A menudo sentí que mi fortaleza y mi aspiración fueron reemplazadas por ansiedad y negatividad.

El desplazamiento constante ha causado cicatrices permanentes que nunca sanaré. La posibilidad de morir en cualquier momento durante casi un año y medio, y el sufrimiento constante, especialmente con el desplazamiento, me han cambiado por completo.

AFP

Palestinos desplazados regresan al campamento de Yabalia en Gaza poco antes de que se implemente el alto al fuego entre Israel y Hamás, mediado por Qatar. / Foto: AFP.

Me pongo ansioso con facilidad y me cuesta ser optimista. Antes de la ofensiva, tenía grandes planes. Quería casarme, pero ya no pienso en eso.

Tengo dificultades para dormir, a menudo sueño que las FDI han entrado en nuestro vecindario y no puedo escapar. Cada vez que escucho las ametralladoras y los obuses de artillería, sufro ataques de pánico.

Esperanza para Gaza

Hoy, con el cese del fuego, esperamos regresar a nuestros hogares y reencontrarnos con familiares y amigos de los que nos separamos debido al genocidio. La mayoría de los palestinos desplazados hemos perdido nuestros hogares, pero todavía queremos regresar y colocar nuestras tiendas sobre los escombros de nuestras casas destruidas. Palestina es, y seguirá siendo siempre, nuestra casa.

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