Solidaridad en Beirut: comercios que se convierten en hogar de refugiados

Escuelas, gasolineras y hasta el centro de fiestas más famoso de la ciudad adaptaron sus instalaciones para dar refugio a algunos de los 1.200.000 libaneses desplazados por los bombardeos israelíes.

Las necesidades aumentan cada día y las organizaciones enfrentan enormes retos para hacer frente a la crisis humanitaria. / Foto: Miguel Flores
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Las necesidades aumentan cada día y las organizaciones enfrentan enormes retos para hacer frente a la crisis humanitaria. / Foto: Miguel Flores

Beirut, Líbano - En las últimas semanas, Beirut fue testigo de una movilización sin precedentes de comercios y ONG para apoyar a los desplazados que llegan desde el sur y el este del Líbano, obligados a huir debido a los ataques de Israel. Muchos restaurantes y cafeterías han reducido su horario de atención, mientras que los bares han cerrado sus puertas en señal de solidaridad.

No solo los restaurantes y cafeterías se han convertido en centros de apoyo para algunos de los 1.200.000 desplazados que llegaron desde septiembre. En el barrio de Jeitaou, una gasolinera antigua se ha transformado en un comedor social, mientras que colegios y facultades han adaptado sus instalaciones para convertirse en campamentos para quienes más lo necesitan.

Esta ola de solidaridad refleja el espíritu resiliente de la capital libanesa, aunque las necesidades aumentan cada día y las organizaciones enfrentan enormes retos para hacer frente a la crisis humanitaria.

El caso más singular es quizá el de Skybar, una de las salas de fiesta más grandes de Beirut. Antes llena de risas y bailes, ahora alberga a más de 400 refugiados del sur del país y del Dahie, el barrio al sur de la capital más afectado por los bombardeos israelíes.

De entrar a escondidas a la discoteca a quedarse como refugiada

Rana tiene 36 años y lleva semanas intentando convertir en un hogar de paso la esquina de un reservado que en algún momento fue el sector VIP del salón. “De joven vine aquí un par de veces a escondidas. A nadie le hacía gracia que viniera, pero me gustaba demasiado la música tecno”, cuenta.

Ahora, llegó a este club nocturno con su madre y sus cinco hijos. A finales de septiembre, huyó del Dahie después de que diez misiles israelíes asolaran el barrio en busca del líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah, y lo matara. Pero en este ataque demolió edificios enteros, acabó con cientos de vidas, y causó el mayor éxodo que ha conocido esta zona, la más densamente poblada del Líbano.

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Continúa el desplazamiento masivo desde el sur del país y la zona de Dahiyeh, en los suburbios de Beirut. (AA)

Desde entonces, miles de familias han buscado refugio en los colegios, los aparcamientos y las playas de Beirut. Rana acabó en el Skybar por el boca a boca.

“El dueño de la discoteca se encontró a mi amiga de la infancia durmiendo en la calle, y le dijo: ‘Vente, que tengo un sitio para que se queden un par de noches’”, relata. “Me lo dijo y vinimos con la casa a cuestas”, añade.

Dos semanas más tarde, Rana, su amiga y sus familias siguen durmiendo aquí con otras 400 personas que, por el momento, no tienen posibilidad de encontrar otro sitio al que llamar “casa”.

Una vida a merced de la guerra

Ibrahim, hijo mayor de Rana, tiene 16 años y sólo quiere entretenerse viendo videos de TikTok. Acostado en un colchón debajo de un extintor, pasa el día absorto frente a una pantalla que le muestra cómo el barrio donde creció y estuvo hasta hace pocos días sucumbe ante una nueva guerra.

Es la primera que vive una situación así en carne propia: la última invasión israelí del Líbano, la de 2006, fue dos años antes de su nacimiento. Pero, a diferencia de sus hermanas, Ibrahim ya no es un niño. El muchacho habla con templanza de los ‘mártires’ de su país y sabe que los tiempos que se avecinan requerirán que asuma el papel de hombre de la casa.

“El enemigo ha dicho que la guerra será larga. Yo estoy buscando trabajo para que a mi familia no le falte nada mientras dure esta situación”, señala.

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Ibrahim sabe que los tiempos que se avecinan requerirán que asuma el papel de hombre de la casa. Foto: Miguel Flores

Mientras tanto, Sahar, su hermana de 12 años, sueña con ser periodista. Se interesa por la cámara y el micrófono de los reporteros que llegan a documentar la vida allí, y les pide invertir roles. Lanza su primera pregunta, con timidez, pero ajena al dolor que despierta: “¿Qué le dirías tú al enemigo que quiere matarnos?”.

Así, continúa su programa de encuestas, recorriendo tienda por tienda para hacerle preguntas a sus amigas esparcidas por la pista de baile del Skybar. Desde que este año el cielo se ha llenado de bombas, este lugar se ha transformado en su hogar y su escuela: corretean por la pista de la discoteca, fuman cigarrillos electrónicos a escondidas de sus padres y aprenden que su vida está a merced de las guerras de otros.

“Son felices ayudándonos”

Deba, abuela de Sahar y madre de Rana, se ha reconciliado con el destino que le ha tocado en suerte a su familia. “Nos dan de todo. Tenemos comida caliente, medicina, internet, aire acondicionado… Los niños están contentos, los mayores también. ¡Que dios bendiga a estos chicos!”, exclama.

Y recuerda: “Ellos también parecen felices de tenernos. Están perdiendo dinero con nosotros, y a lo mejor antes disfrutaban más. Pero están felices de tenernos”, dice señalando a Gaelle, gerente de Skybar tanto cuando era discoteca como ahora que es un refugio para desplazados.

Gaelle, en el único respiro que ha tenido en toda la mañana, cuenta: “Estamos haciendo todo lo que podemos con la ayuda de muchos familiares, amigos, gente que conoce el club y que solía venir y compartir las noches y la pista de baile. Y algunas ONG también están interviniendo”.

Encontrar un psicólogo, misión imposible

Pese a los esfuerzos de los voluntarios, hay muchas necesidades que quedan al descubierto dentro de esta discoteca. La hija más pequeña de Rana, Tatiana, tiene cuatro años y vive atemorizada desde que el 27 de septiembre los bombardeos provocaron que su familia huyera corriendo de casa.

“Ella no era así antes. Pero ahora no se despega de mi lado, y tiene un miedo en la mirada que no ha tenido nunca. Cada vez que se abre una puerta, empieza a temblar y gritar”, confiesa la madre.

Rana quiere que la niña vea a un psicólogo, pero aún no ha conseguido ayuda de las ONG que colaboran con Skybar. Aunque la discoteca y su dueño hacen lo posible para que las personas se sientan contenidas y como en casa, los bombardeos afuera les recuerdan constantemente que su ciudad sigue en peligro.

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