La geopolítica del litio desde América Latina

La riqueza mineral de la región conoce una nueva época dorada con el litio, un componente esencial para el desarrollo de nuevas tecnologías, cuya explotación posee derivaciones geoestratégicas.

Latinoamérica concentra entre la mitad y dos tercios de las reservas mundiales de litio. / Foto: Reuters
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Latinoamérica concentra entre la mitad y dos tercios de las reservas mundiales de litio. / Foto: Reuters

El litio ha sido calificado como ‘oro blanco’. Aunque de momento su mercado es inestable porque, formalmente, no cotiza como materia prima y aunque desde 2022, su precio internacional parecería haberse despeñado, hablamos de un mineral estratégico de interés geopolítico.

El elemento que explica su atractivo global es que se trata de un componente básico para la producción de unas baterías clave para la popularización de los vehículos eléctricos y para el almacenamiento de las energías renovables.

Nos adentramos en el espinoso mundo de la ‘Transición Energética’. En ese campo, los principales interesados en el carbonato de litio (que es su primera forma procesada) son países que, como China, Australia, Estados Unidos, Alemania o Turquía, tienen capacidad industrial para producir baterías de litio y vehículos eléctricos.

Los principales productores del carbonato de litio están, sin embargo, lejos: América Latina concentra una proporción considerable (entre la mitad y dos tercios) de las reservas mundiales de litio.

Dicha cifra, con todo, debe ser considerada con precaución. Para empezar, porque a diferencia de otros minerales más ‘asentados’ todavía no existe un mecanismo estandarizado para ‘probar’ reservas.

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El litio es un componente clave para las baterías que llevan los automóviles eléctricos.

Esa situación deja a expensas, no solo de servicios geológicos que pueden tener intereses en los cálculos o carecer de medios para realizar estudios sobre el terreno, sino de algo típico cuando se trata de materias primas: hay recursos que, con el tiempo, pueden empezar a aparecer en otras regiones del planeta.

Recientemente, por ejemplo, se descubrieron reservas considerables de litio en Irán (unos 8,5 millones de toneladas métricas). A pesar de ser grandes, pueden ser relativizadas: se parecen a las de Chile (9,6 millones) pero suponen menos de la mitad que las de Argentina (19,3 millones) y prácticamente un tercio que las de Bolivia (23 millones).

Productores pero no transformadores

Esas cifras son las que ponen a América Latina en el mapa de la transición ecológica: esos tres países son fronterizos, están en el heartland de Sudamérica y juntos, suman 51,9 millones.

En realidad, aquí el problema principal para los países latinoamericanos, grandes exportadores globales de commodities, es el tradicional: cuentan con un producto cuya demanda se vuelve creciente a nivel mundial, pero carecen de insumos para trascender las primeras fases de transformación y por tanto para trascender el nivel del carbonato de litio.

Nos referimos en concreto a know-how, a maquinaria, a infraestructuras y por encima de todo a inversiones que permitan añadir, realmente, valor agregado a la producción.

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Empleados trabajan con carbonato de litio luego de ser procesado en una planta en el Salar del Rincón, en Salta, Argentina. (REUTERS/Agustín Marcarian)

Bolivia es un gran ejemplo: a pesar de ser el país que hasta ahora tiene mayores reservas de litio en el mundo cuenta con unos niveles de producción muy modestos.

De hecho, ha pasado los últimos veinte años creando un monopolio público, intentando formar cuadros, desarrollar patentes propias, adaptar la maquinaria y por supuesto atraer inversiones. La cruda realidad es que la estructura de los mercados globales, vertical y competitiva, no ha ayudado. Sus querellas políticas internas (Golpe de Estado incluido) aún menos.

Estrategia sin concertación

En América Latina, Chile es la historia de éxito y por eso, suele ser reivindicado como ejemplo. Su larga experiencia produciendo y exportando minerales (sobre todo, cobre); su cercanía al Océano Pacífico (China, Japón, Corea del Sur y Australia absorben cerca de la mitad de la demanda mundial) pero, sobre todo, la existencia de un modelo empresarial mixto que le ha permitido atraer capitales globales y al mismo tiempo, controlar excesos (gracias al Estado) han jugado a su favor. SQM, destacada compañía global en dicha industria, por cierto, es una empresa chilena.

Argentina se cuece aparte pues, hasta hace poco, se trataba de un país con una tradición minera insignificante en términos comparados (Argentina siempre ha sido, más bien, un gran exportador de productos agropecuarios).

Su falta de experiencia en este ámbito le ha jugado en contra pues, a problemas parecidos a los de Bolivia, hay que sumarle una gestión prácticamente sin controles, incluyendo tasas impositivas ridículas que han limitado mucho los ingresos. Ello ha atraído a los inversores más agresivos del mercado.

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Baterías de iones de litio en una línea de producción en una fábrica en Cochabamba, Bolivia. (REUTERS/Patricia Pinto)

Las perspectivas con el nuevo presidente, Javier Milei, son sombrías tanto en términos de ingreso, como de distribución del ingreso y, por ende, de desarrollo. Y más sombrías son, si cabe, las perspectivas regionales, alguna vez evocadas, de crear una especie de ‘OPEP del litio’.

En realidad, no hizo falta irle a preguntar a otros países, no latinoamericanos, productores de litio: en la propia región, cada país, parece haber optado por su propia estrategia, por sus propios socios. La concertación prácticamente no existe.

Los actores globales en presencia

México es otro país latinoamericano que cuenta con reservas y terminó arrastrado por las inercias geopolíticas: de hecho, tras unos tímidos titubeos iniciales (que conllevaron la coproducción testimonial de unos cuantos vehículos junto a Bolivia) pareció asociar su producción al país con el que, realmente, tiene integrada su actividad económica: Estados Unidos. En 2023 Elon Musk llegó a prometer que abriría una ‘gigafactoría’ de Tesla en Nuevo León, en línea con los depósitos de litio de Sonora y no muy lejos de la frontera.

Estados Unidos, con todo, no es el único gran actor exterior relacionado con el litio que hay en la región. China está cada vez más presente en Sudamérica: en proyectos mineros en Jujuy (Argentina); en el chileno Salar de Atacama, a través de acuerdos con SQM y desde 2023, también en Bolivia, donde comprometió una inversión de 1.400 millones de dólares para construir dos plantas procesadoras de carbonato de litio. Rusia, por cierto, también logró introducirse en el mercado boliviano con ese mismo objeto.

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Piscinas de salmuera en un campo de extracción de litio en el norte de Argentina, en el llamado "Triángulo del Litio". (REUTERS/Agustín Marcarian)

Un elemento geopolítico interesante a considerar es que otro mineral clave para mejorar el rendimiento de las baterías de ion-litio es el cobalto.

En América Latina, dos grandes productores de cobalto son Brasil y Cuba, socios estratégicos de China y Rusia que, además, son dos países que tienen presencia activa en África, donde también hay reservas considerables de cobalto. Sin exagerar ni especular, podríamos estar en las fases iniciales de construcción de cadenas de suministro de litio con una lógica Sur/Sur.

En ese marco, las grandes preocupaciones latinoamericanas deberían ser tres: el impacto ambiental que la explotación intensiva del litio puede tener, fundamentalmente, en el agua potable; el escaso impacto social que, considerados los incipientes modelos de explotación, puede llegar a tener la producción intensiva del litio y por último, la inevitable reproducción de las asimetrías económicas hacia el exterior. Bolivia, de hecho, pasó más de veinte años intentando industrializar por sí misma y al final, tuvo que claudicar. No todos ganan con el ‘oro blanco’…

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