Lobos con piel de oveja: los líderes israelíes disfrazados de pacificadores

Aunque ahora se oponen a las políticas de Netanyahu, en el pasado los líderes israelíes implementaron las mismas estrategias para deshumanizar a los palestinos en los territorios ocupados.

El ex ministro de Defensa israelí, Benny Gantz, en una protesta contra el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, el 14 de enero de 2023. AA
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El ex ministro de Defensa israelí, Benny Gantz, en una protesta contra el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, el 14 de enero de 2023. AA

Desde que estalló la letal ofensiva de Israel en Gaza, varios medios de comunicación occidentales que mantienen una postura crítica para con el Estado israelí centraron su atención en el primer ministro, Benjamín Netanyahu, y su gobierno de extrema derecha.

Sus narrativas han presentado constantemente a Netanyahu como la figura central de las brutales políticas de Israel.

En esta línea, existieron varios intentos de situar a Benny Gantz como la principal figura de la oposición. Medios como The Guardian y The New York Times, entre otros, presentaban al líder de la coalición de Unidad Nacional como una alternativa legítima al liderazgo de Netanyahu.

Sin embargo, este posicionamiento está cargado de hipocresía. Es importante recordar que el propio Gantz fue hasta hace poco exjefe de personal del ejército israelí y miembro del gabinete de guerra.

Durante su campaña electoral de 2019, Gantz alardeó de haber enviado partes de Gaza "de regreso a la Edad de Piedra" en la ofensiva del ejército israelí de 2014 en el enclave, que se llevó a cabo bajo su mando y dejó miles de palestinos muertos.

Sus declaraciones ocuparon un lugar destacado en una serie de vídeos de campaña destinados a reforzar sus credenciales militares.

A menudo se presenta como voces clave de la oposición a figuras como Gantz, que actualmente aparecen en los medios occidentales e incluso en los israelíes como parte del bando anti-Netanyahu.

Sin embargo, su propio pasado está profundamente enredado con las mismas políticas y acciones agresivas a las que hoy dicen oponerse, ya que cada uno de ellos ha ejercido un rol en las atrocidades cometidas en Gaza y otras partes de Palestina.

En el liderazgo israelí, no hay una división clara entre la derecha y la izquierda o entre moderados y radicales, ya que ambos lados fueron cómplices de estos crímenes contra la humanidad.

Si bien estas figuras pueden criticar a Netanyahu y sus asociados por sus acciones, o hacer referencia a tratos que realizó anteriormente con palestinos, esto no los hace más pacíficos: simplemente refleja su oportunismo.

Su compromiso con los palestinos ha estado motivado por razones políticas y no por un compromiso genuino con la paz.

De generales a “pacificadores”

Una de las figuras más destacadas de esta categoría es Ehud Olmert, que ocupó el cargo de primer ministro de Israel entre 2006 y 2009.

Olmert es conocido por sus duras críticas a Netanyahu; aparece regularmente en los principales medios de comunicación israelíes e internacionales. Tiene allí una amplia plataforma para expresar sus críticas.

A pesar de su imagen de “campeón de la democracia”, es fundamental recordar que Olmert proviene de Kadima, un partido de centroderecha fundado por Ariel Sharon, el cerebro detrás de las masacres de Sabra y Chatila. Aunque Kadima se distanció del Likud por la retirada de Gaza, mantuvo las mismas políticas de ocupación.

De hecho, fue Olmert quien inició la ofensiva contra Gaza en 2008 tras abandonar las conversaciones de paz mediadas por Türkiye. También fue responsable de implementar el bloqueo que se instauró después.

Asimismo, la guerra del Líbano de 2006, durante la cual se aplicó por primera vez la infame Doctrina Dahiya, también tuvo lugar bajo el liderazgo de Olmert.

La negativa de Israel a reconocer sus fracasos en este conflicto provocó la muerte de numerosos civiles. Y Olmert tiene una gran responsabilidad en este resultado.

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También podemos tomar el caso de Ehud Barak, el hombre que ahora se manifiesta en contra del extremismo de Netanyahu.

Es el mismo Barak que orquestó algunas de las operaciones militares más brutales durante su mandato, con políticas que afianzaron la ocupación e infligieron un inmenso sufrimiento a los palestinos.

Sin embargo, de alguna manera logró posicionarse como la voz de la razón.

Criticar a Netanyahu puede estar de moda, pero ciertamente no borra la complicidad de Barak en las crisis a las que ahora pretende oponerse.

Como jefe del ejército israelí (1991-1995), primer ministro (1999-2001) y ministro de Defensa (2007-2013), desempeñó un rol central en la configuración de las políticas de ocupación de Israel.

Sus críticas actuales a Netanyahu suenan huecas y no está en posición de condenar las políticas que antaño él mismo aplicó activamente.

Barak será recordado tristemente por su papel durante la Segunda Intifada, también conocida como la Intifada de Al Aqsa, que estalló cuando era primer ministro. Durante este período, las fuerzas israelíes mataron a casi 5.000 palestinos, incluidos 1.600 niños y mujeres.

Asimismo, en octubre del 2000, durante el mandato de Barak, 13 ciudadanos palestinos de Israel fueron asesinados por las fuerzas israelíes durante las manifestaciones. A pesar de que la Comisión Or concluyó que "no había justificación para el uso de la fuerza letal", ningún oficial fue acusado por los asesinatos.

Años después, cuando se le preguntó sobre el tema, Barak respondió con su habitual altanería, sin mostrar culpa. Este exceso de confianza deja de manifiesto su enfoque en las conversaciones de Camp David del año 2000, donde su impaciencia y apuro por concluir los asuntos hicieron que los dirigentes palestinos se sintieran acorralados. Temían que se estuvieran apurando las cuestiones clave de los Acuerdos de Oslo, lo que podría atraparlos en un acuerdo defectuoso, contribuyendo al colapso del proceso de paz y a la escalada de la violencia.

Para colmo de ironías, Barak fue ministro de Defensa de Netanyahu, el mismo hombre al que ahora critica con vehemencia. Tras su regreso político en 2005, se unió al gabinete de Ehud Olmert en 2007 y continuó en el gobierno de Netanyahu en 2009.

Durante sus seis años como ministro de Defensa, Israel libró dos guerras devastadoras en Gaza (2008-2009 y 2012) que resultaron en la muerte de más de 1.500 palestinos.

"Israel debe reconocer la idea de los dos Estados porque nos estamos deteriorando (y dirigiéndonos) hacia un país con una mayoría musulmana, y esa es la principal amenaza para Israel", llegó a decir. Una afirmación que no suena nada pacífica.

Halcones en el cementerio de palomas

No sólo se elogia a los dirigentes israelíes vivos por sus supuestos esfuerzos por la paz; incluso se halaga a algunos de los fallecidos, por ejemplo, a Yitzhak Rabin.

Asesinado por un extremista de derecha en noviembre de 1995, a Rabin se lo recuerda a menudo por su saludo con Arafat durante los Acuerdos de Oslo, un momento que fue celebrado por los medios occidentales.

Sin embargo, muchos olvidan su lado más duro, incluida su notoria política de "romperles los huesos" durante la Primera Intifada. Su acuerdo con Arafat no estaba motivado únicamente por un deseo de paz con los palestinos, sino que también tenía como objetivo equilibrar la marea creciente de la Intifada y Hamás.

Este enfoque le permitió presionar a Arafat para que hiciera más concesiones.

También se destaca Shimon Peres, hoy aclamado como la mayor "paloma de paz" de Israel.

En 2009, antes de la famosa demostración de enojo del entonces primer ministro y actual presidente de Türkiye, Recep Tayyip Erdogan, en Davos, Peres destacó la importancia de la democracia pero desestimó la victoria electoral de Hamás en las elecciones libres y justas de 2007. “La democracia no es solo una cuestión de elecciones; es una cuestión de civilización”, señaló.

Además, había restado importancia al impacto del bloqueo contra Gaza: aseguró que los palestinos del enclave no pasaban hambre, haciéndose eco de narrativas que siguen utilizándose en los esfuerzos de Hasbara de Israel actualmente.

Al examinar a quienes, vivos o muertos, de derecha o de izquierda, han desempeñado funciones de alto rango dentro del Estado israelí sólo para intentar después rebautizarse como defensores de la paz, hay solo una verdad que sobresale.

El propio Netanyahu, que fue recibido con ovaciones en el Congreso decenas de veces, podría en el futuro ser derrocado por un golpe de Estado organizado por la extrema derecha religiosa, que luego buscaría hacer realidad su tan ansiado Estado de Judea.

En ese escenario, no hay garantía de que Netanyahu no aparezca en la televisión repitiendo las mismas palabras que Olmert, Barak o Peres.

En última instancia, no son las palabras las que construyen un legado de paz, sino las acciones que perduran a lo largo de la historia.

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