El aspirante a dentista de Gaza que sueña con sanar sonrisas lastimadas

Ibrahim Abusaqer había acabado tres años de la carrera de odontología, pero la guerra destruyó no solamente su hogar familiar, sino también su posibilidad de estudiar. Hoy anhela completar sus estudios para poder reavivar la esperanza de su pueblo.

“Testimoniar la muerte de nuestros parientes asesinados así es horroroso”, afirma Ibrahim. / Foto: Ibrahim Abusaqer/Medina Tenour Whiteman:
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“Testimoniar la muerte de nuestros parientes asesinados así es horroroso”, afirma Ibrahim. / Foto: Ibrahim Abusaqer/Medina Tenour Whiteman:

“Somos conscientes de que cualquier respiración puede ser nuestra última”. Con el chillido constante de un avión de guerra en el trasfondo, Ibrahim Abusaqer, un estudiante palestino de 22 años, cuenta su historia con una voz suave y elocuente, en el inglés que aprendió sin nunca salir de Gaza.

Ibrahim, su madre, su padre y sus tres hermanas han vivido este capítulo oscuro de la humanidad en carne propia, bajo un panorama donde casi 41.000 palestinos han perdido la vida, en su mayoría mujeres y niños; y más de 94.450 han resultado heridos por la agresión israelí después del ataque de Hamás del 7 de octubre.

La guerra estalló con bombardeos intensos en el barrio de Al-Rimal, cerca de la casa de la familia Abusaqer, en la Ciudad de Gaza. “El tercer día escuchamos un rumor: los israelíes iban a atacar el edificio de 16 plantas frente a nosotros. Estábamos aterrados e inseguros; todos los residentes de la zona bajaron a la calle para preguntar sobre este rumor.”

“De repente, hubo un bombardeo terrible en el barrio. Todos se echaron a correr. Mi madre estaba llorando, y mis hermanas cayeron al suelo aterrorizadas.”

“Nos refugiamos en un lugar cerca del Centro Cultural Ortodoxo. Creíamos que estaba a salvo porque era una institución internacional, pero no era así. Los bombardeos estaban muy cerca y el humo empezó a entrar en el lugar. Era una noche aterradora, y volvimos a nuestro edificio.”

El sexto día, escucharon un rumor que todo el norte de Gaza tendría que evacuarse al sur, y vieron que las organizaciones internacionales estaban ya haciendo eso. Todos los vecinos salieron a la calle preguntando confusamente qué hacer. “Tomamos una decisión rápida,” dice Ibrahim. “Por miedo, nos fuimos hacia el sur.”

Al bajar la escalera, no miraron atrás, creyendo que volverían. Salieron con solo su ropa, papeles de identificación, y la escritura de casa. “Era una situación para romper el corazón”.

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El aspirante a dentista de Gaza que sueña con sanar sonrisas lastimadas. (Foto: Ibrahim Abusaqer/Medina Tenour Whiteman)

“El primer desplazamiento era como la escena del exodo palestino. Salimos con mucha gente del barrio, pero algunos estaban más reacios a dejarlo todo, y otros preferían morir en sus casas. Otros más no se tomaban el asunto en serio. Llegó el punto en que ya no había ningún taxi por la cantidad de gente que estaba siendo evacuada”, relata.

“Primero fuimos a la casa de unos parientes, luego [el ejército israelí] empezó a llamar a la gente avisándoles de ir aún más hacía el Sur:”

Diez meses y seis desplazamientos más tarde, se enteraron de que su edificio, y el barrio entero, fueron destruidos.

“Este es el precio de nacer en una ciudad que no es tuya”, cuenta a TRT Español en exclusivo por medio de grabaciones de audio. “No tienes tierra ni propiedad.”

Una historia de terror peor que una ficción

Algo mucho peor se avecinaba. En los ataques israelíes, dos de los primos de Ibrahim fueron asesinados; la mayoría de la familia de su tío y 21 personas del lado de su madre han sido martirizados.

En uno de los muchos campamentos de refugiados de Gaza fue asesinado un pariente de Ibrahim por un proyectil de artillería que dejó su cuerpo en dos partes. “Tenía una hija de 2 años”, dice Ibrahim. “Era un hombre simpático.”

Su viuda y su hija lograron escapar a Egipto. Seguir ese mismo camino es lo único que ahora da una chispa de ilusión.

“Testimoniar la muerte de nuestros parientes asesinados así es horroroso”, afirma Ibrahim. “Cada vez que vemos el nombre de un conocido en las noticias, caemos en una gran desesperación, pero ahora eso se ha transformado en algo normal. Hemos llegado a un punto sin precedentes de congelación emocional.”

Una pesadilla diaria

Desde hace diez meses, la rutina diaria de Ibrahim es salir a llenar un bidón de agua. El 97% del agua de Gaza ya estaba contaminada antes de esta guerra, lo cual está provocando actualmente una crisis grave de diarrea, infecciones cutáneas e incluso polio. Él mismo tuvo una gastroenteritis recientemente.

Ibrahim ha perdido 20 kilos desde el comienzo de la agresión israelí. Va al mercado a comprar alimentos, en su mayoría defectuosos o sin valor nutricional, a precios super inflados por la escasez. Ya solamente exponerse –incluso para mandar estas grabaciones de voz– supone un riesgo enorme por los frecuentes bombardeos.

En uno de sus últimos desplazamientos, se refugiaban 16 familiares en un piso de 70 metros cuadrados. Sin luz, el calor del verano es sofocante; tampoco hay privacidad. Muchas veces usan leña para cocinar, que llena el espacio apretado de humo, reservando así el gas para emergencias.

El desayuno consiste de comida enlatada o huevos, cuando Israel los deja entrar, pero son muy caros.

Al mediodía, a menudo comen solamente pan con za‘tar, una mezcla de tomillo, sésamo y sal. A veces tienen arroz para comer, pero otras veces no comen nada, porque no se puede encontrar ingredientes, o porque “los bombardeos son tan intensos que nadie tiene ganas de cocinar”.

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El aspirante a dentista de Gaza que sueña con sanar sonrisas lastimadas. (Foto: Ibrahim Abusaqer/Medina Tenour Whiteman)

De un genocidio a otro

La huida de la familia Abusaqer es un eco de la limpieza étnica que vivieron los abuelos de Ibrahim en la Nakba – ‘el Catastrofe’ – de 1948, cuando más de 700.000 palestinos fueron desarraigados de sus hogares para crear el estado de Israel.

Buscaron refugio en Gaza con solo sus papeles y la llave de su casa, esperando poder volver algún día que nunca llegó.

Ibrahim nació en el campamento de refugiados Al-Mawasih en el norte de Gaza y creció en la Ciudad de Gaza.

Asistió a diferentes escuelas UNRWA, el organismo creado por las Naciones Unidas para apoyar a los palestinos desplazados por la fuerza en 1948. Ahí, jugar con los niños del barrio le ayudó a superar la situación difícil, creando así un poquito de normalidad.

La educación era el único ámbito donde podía crecer, ofreciéndole un escape de las condiciones tan difíciles como la pobreza y la falta de libertad.

“En Gaza, estudiar es la única cosa que hacer”, Ibrahim explica. “No hay otras distracciones.”

La pregunta de un profesor respecto a sus orígenes le despertó interés acerca de sus raíces. Además de preguntar a su padre, comenzó a investigar en la escuela y por internet. Lo que culminó en un aprendizaje profundo sobre la historia de su pueblo y la causa palestina.

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El aspirante a dentista de Gaza que sueña con sanar sonrisas lastimadas. (Foto: Ibrahim Abusaqer/Medina Tenour Whiteman)

Tenía 12 años cuando estalló la guerra de 2014, que duró 50 días entre julio y agosto. El ejército israelí mató a 2251 palestinos, de los cuales más de la mitad eran civiles. Estos acontecimientos impactaron a toda la comunidad. Muchos de los amigos de la familia Abusaqer emigraron después de esa fecha, pero sus padres no podían dejar sus trabajos, y además habían sacado préstamos para comprar su piso.

En la guerra de 2021, el ejército israelí empezó una nueva táctica de bombardear a edificios residenciales desde el aire, sepultando familias enteras debajo de los escombros. Amnistía Internacional documentó varios casos en los que el ejército israelí no advirtió a tiempo para que los residentes pudieran escapar con vida. Esto llevó a reconocidos expertos a condenar los ataques como crímenes de guerra o contra la humanidad.

Pensando que en guerras posteriores podría ser igual, muchos de los familiares de los Abusaqer emigraron, deseando seguir con sus estudios en el extranjero y así mejorar sus vidas.

La vía académica brinda oportunidades para los palestinos que añoran mejorar su situación. No obstante, sus títulos pueden ser difíciles de homologar en otros países, y estudiar cuesta dinero.

“La odontología es una carrera cara”, admite Ibrahim. “¿Habrán universidades que reconocerán los numerosos créditos que ya obtuve?”.

Empezando una campaña de GoFundMe para cubrir las tasas infladas que permiten cruzar la frontera, la familia Abusaqer recaudó lo suficiente para salvar a un miembro de la familia: Haya, la hermanita de Ibrahim.

Con 19 años, tenía una beca para estudiar fuera de Gaza, pero como tardó bastante en llegar a Egipto, la oferta de la beca fue retirada. Ahora Haya espera ansiosamente a que su familia pueda reunirse con ella, o bien estudiar en Türkiye.

La separación de Haya ha sido angustiosa para la familia Abusaqer. “La vimos al otro lado de la cancela, nuestros ojos llenos de lágrimas. Puede haber sido la última vez que la veamos en esta vida”, dice Ibrahim.

Incluso tener que dormir separados unos días, durante uno de sus desplazamientos, lo llenaba de ansiedad: siempre hay el miedo de que algunos de la familia podrían morir solos, lejos de sus seres queridos.

Buscando un rayo de alegría

En estas condiciones inimaginables, la familia intentaba mantener algo de normalidad y tener un desahogo. Ibrahim leía un libro de Dostoevsky, ‘Humillado e insultado’, “pero cuando tuvimos que huir, tenía que dejar el libro atrás. Ahora se halla debajo de los escombros de nuestro hogar”.

A lo largo de sus seis desplazamientos –dos desde que TRT Español empezó a escuchar su historia– Ibrahim intentaba cultivar su mente. “A veces,” él dice, “jugaba al ajedrez o cartas con mis parientes, amigos o mis hermanas.

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El aspirante a dentista de Gaza que sueña con sanar sonrisas lastimadas. (Foto: Ibrahim Abusaqer/Medina Tenour Whiteman)

“Era una pequeña forma de mantener nuestras mentes ocupadas. También intentaba ver charlas sobre la odontología, y otros temas, esperando seguir aprendiendo a pesar de todo.”

“Antes de la guerra, ver películas era uno de mis pasatiempos favoritos, pero ahora es difícil enfocarme en ellas. Cuando intento distraerme con algún entretenimiento, no paro de pensar en los niños y niñas sufriendo y muriendo en la misma tierra donde estoy.”

Desplazamiento tras desplazamiento

El día 5 de mayo se despertaron con órdenes para evacuar Rafah hacia el campamento de refugiados Al-Mawasih. Abandonar Rafah, dice Ibrahim, fue aún más duro que abandonar su hogar. El cruce de Rafah ha sido cerrado desde hace más de cien días; no se sabe cuando podría abrirse de nuevo.

Con más de 55% de edificios en Gaza destruidos o dañados, un millón de personas ya están sin hogar; la mayoría de ellos se han visto obligados a vivir en tiendas de campaña.

Pero no parece un viaje divertido de campamento al estilo occidental: “Aquí la gente monta sus tiendas de campaña en la calle o al lado de una montaña de basura. No hay sitio para más tiendas. Ni siquiera tenemos una”.

En un desplazamiento reciente, a la habitación al lado de donde dormía Ibrahim le cayó un proyectil de artillería.

“Tengo miedo de que acabemos durmiendo en la calle,” se sincera Ibrahim. “No quiero ver a mis hermanas y madre así; estamos viviendo un momento alarmante y lleno de sospechas.”

Para colmo, los pocos apartamentos que quedan son de unos alquileres estratosféricos; acaban de encontrar uno, pero cuesta 1,200 dólares al mes. “Desgraciadamente, al igual que hay mucha gente buena, hay gente que se aprovecha.”

Su familia solo espera escapar de la aniquilación que les rodea e intentar empezar una nueva vida en otro país, donde Ibrahim desea encontrar una beca universitaria para terminar sus estudios. “Ya no tenemos nada para perder ni llorar”, afirma. “No quedan hitos de mi juventud, ni memorias; solo la destrucción y pérdida.”

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El aspirante a dentista de Gaza que sueña con sanar sonrisas lastimadas. (Foto: Ibrahim Abusaqer/Medina Tenour Whiteman)

‘Escolasticidio’

En junio pasado, Ibrahim tenía que haberse graduado. Pero hace ya un año que no hay clases, ni universidad; Azhar está convertida en escombros, un golpe devastador para el joven estudiante.

La última universidad de Gaza, Israa, fue destruida por Israel en enero de 2024.

Ibrahim está ansioso por terminar su carrera y hacer un master especializado en cirugía cosmética maxilofacial para tratar las heridas faciales que esta guerra ha ocasionado. “Pero ahora nos centramos en la supervivencia, y no en la apariencia.”

Aunque fuera posible estudiar por internet, con frecuentes apagones de redes y una falta crítica de luz en Gaza desde que empezó la masacre, la educación online no conviene en los campos médicos, por la necesidad de hacer prácticas y tener experiencia clínica.

Las escuelas se han convertido en campamentos para los desplazados. Aunque las escuelas, como los campamentos de refugiados, son protegidos por la Convención de Ginebra, según las Naciones Unidas, Israel ha atacado directamente más de 200 escuelas UNRWA desde octubre de 2023.

A esta lista macabra se añade el de At-Tabeín el día 10 de agosto en el que fueron asesinados más de 100 personas mientras rezaban, sus cuerpos triturados imposibilitando su reconocimiento.

Aparte del coste humano evidente, expertos de las Naciones Unidas lo llaman un ‘escolasticidio’ el hecho que más de 80% de escuelas, bibliotecas, museos, sitios culturales, archivos centrales y universidades sean destrozados por el ejército israelí.

Al joven Ibrahim le parece una manera intencional de recortar el crecimiento personal, económico e intelectual de los palestinos, sembrando desesperanza y borrando el futuro.

“Me siento profundamente lastimado por esta estrategía”, lamenta Ibrahim. “Es como que quieren hacer que toda una generación sea ignorante y se pierda. Veo muchísimos jóvenes, niños y niñas que deberían estar en la escuela, en la calle vendiendo cosas.”

Apunta a las décadas que tardarán en reconstruir los institutos educativos. “No se trata únicamente de construir edificios. ¿Cómo puede un estudiante enfocarse en ir a la universidad cuando ni siquiera tiene un lugar donde vivir? Esta estrategia hace que la educación parezca un lujo.”

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El aspirante a dentista de Gaza que sueña con sanar sonrisas lastimadas. (Foto: Ibrahim Abusaqer/Medina Tenour Whiteman)

La educación: alimentando esperanza

“La incertidumbre de mi futuro académico me pesa mucho", admite Ibrahim. “Pero mi compromiso con mi sueño es inquebrantable. A pesar de todo el caos, estoy ayudando a mis familiares y amigos con mi conocimiento de odontología. No es mucho, pero lo uso para ayudar donde puedo.”

En esta guerra, los héroes evidentes han sido los profesionales médicos, trabajando bajo asedio y sin acceso adecuado a insumos básicos como antibióticos, analgésicos e incluso gasas – las telitas que toman su nombre de los antiguos telares de las mismas en Gaza.

Ibrahim insiste que más allá de sobrevivir, quiere usar su educación para el bien de su pueblo. “¿Seré una persona educada que no tenga ningún efecto positivo para mi comunidad o este mundo?” se pregunta. “¿Seré la prueba del éxito de la política israelí de la ignorancia?”.

Para Ibrahim, ver el sufrimiento alrededor lo impulsa a ayudar a otras personas; desea poder tratar las heridas severas causadas por la guerra con la cirugía maxilofacial. “Quiero restaurar no solo una sonrisa a los y las afectados por la guerra, sino también dignidad y esperanza.”

A pesar de la desesperación abrumadora, sueña con reconstruir Gaza, crear su propia casa, y tener una vida de seguridad, apoyando a su familia y a su pueblo. “Hasta el día de hoy, aguantamos el peso de nuestras memorias, aferrándonos al rayito de esperanza que esto también pasará.”

Ibrahim sigue intentando recaudar los fondos suficientes para reconstruir su vida con una campaña GoFundMe. Pero aunque logre escapar, su conexión con Palestina permanecerá: “No he vivido nunca en mi tierra, pero cada día anhelo verla. Veo mi pueblo en el mapa de Palestina y siento que pertenezco ahí.”

“Nuestro apellido, Abusaqer, significa ‘padre del halcón’. Como el nombre de nuestro pueblo, Hamama: paloma. Los dos se tratan de pájaros.” El deseo de terminar sus estudios es lo que mantiene el corazón de este joven palestino en alto, deseando volar a un sitio donde se pueda, por fin, vivir.

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