El sangriento objetivo de Netanyahu: un futuro sin palestinos

Ante las crecientes críticas mundiales, Israel está intensificando su ofensiva militar en el Líbano y en Yemen, mientras continúa su violencia genocida contra los palestinos.

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, sostiene mapas mientras habla durante la 79ª sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas en la sede de las Naciones Unidas en la ciudad de Nueva York el 27 de septiembre de 2024. / Foto: AFP
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El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, sostiene mapas mientras habla durante la 79ª sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas en la sede de las Naciones Unidas en la ciudad de Nueva York el 27 de septiembre de 2024. / Foto: AFP

Un año después de los ataques de Hamás del 7 de octubre, Israel sigue firme en su objetivo de eliminar a la organización, ampliando ahora su ofensiva contra Hezbollah, con el propósito de debilitar a su temido adversario: Irán.

Su propósito adicional ha sido presentar a Hamás, Hezbollah y los hutíes de Yemen como representantes de Irán, al que se acusa de ser el principal facilitador del "terrorismo antiisraelí" en Oriente Medio, una coalición descrita despectivamente en Occidente como "el eje de la resistencia".

Lo que arroja nuevos interrogantes sobre el sombrío aniversario del 7 de octubre es la ofensiva similar a la de Gaza, llevada a cabo por Israel en las últimas semanas, contra supuestos objetivos de Hezbollah en el Líbano.

Esta última fase de hiperviolencia israelí culminó en los letales ataques con dispositivos electrónicos y walkie-talkies, seguidos días después por el asesinato del líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah, el 27 de septiembre. Y esto ocurrió un año después de que el Secretario General de las Naciones Unidas dijera que el mundo "se está desquiciando a medida que aumentan las tensiones geopolíticas".

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Israel bombardeó incesamente el Líbano, dejando cientos de muertos y miles de heridos. Foto: AA

En reacción a la prolongada violencia israelí que deja diariamente noticias de atrocidades y un fuerte sufrimiento de la población civil, y la negativa a aceptar el acuerdo de alto el fuego e intercambio de prisioneros en Gaza, lleva a cuestionar: ¿Cuál es el objetivo estratégico de Israel que justifica tanto sacrificio en su reputación global como un estado dinámico y legítimo, aunque controvertido?

Y detrás de esta pregunta desconcertante se esconde otra inquietud relacionada: ¿tiene Israel un objetivo final que pueda reivindicar a pesar de las acusaciones creíbles de apartheid y genocidio, así como la larga lista de crímenes contra la humanidad?

El juego final de Netanyahu

La semana pasada, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, apareció en Nueva York y pronunció un extraño discurso ante una Asamblea General de la ONU en la que estaban ausentes la mayoría de sus delegados.

En un ataque disuasorio, se refirió a la ONU como "un pantano de bilis antisemita", a través del cual cualquier acusación contra Israel, por perversa que sea, podría ganar "una mayoría automática" contra el único estado del mundo con mayoría judía "en esta sociedad de tierra plana" que es la ONU.


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Foto: El primer ministro israelí muestra que el objetivo de Israel es eliminar al pueblo palestino y apoderarse del resto de Cisjordania ocupada.

En medio de un ambiente tenso, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, decidió anunciar su ambiciosa visión de un desenlace israelí que, según él, traerá paz y prosperidad a la región.

Sin embargo, su discurso en la ONU fue pronunciado ante una sala casi vacía, ya que muchos delegados se marcharon en protesta. Lo que presentó fue un paquete geopolítico envuelto en la retórica de “las bendiciones de la paz”.

En esencia, se trataba de un manifiesto cuya primera etapa implicaba la eliminación de los adversarios de Israel, con Irán como objetivo principal. Esto, seguido por un “histórico acuerdo de paz con Arabia Saudita”, lo que Netanyahu describió como una continuación de los Acuerdos de Abraham, alcanzados durante la presidencia de Donald Trump hace cuatro años.

Netanyahu promocionó este “nuevo Medio Oriente” con palabras como: "Qué bendiciones traería una paz así con Arabia Saudita". Sin embargo, la mayoría de los observadores bien informados identificaron su discurso como un claro ejemplo de propaganda estatal.

Uno de los momentos más reveladores fue cuando Netanyahu mostró un mapa de su “nuevo Medio Oriente” en el que no había presencia del Estado palestino. Esto a pesar de que Arabia Saudita había dejado claro que no firmaría la paz con Israel sin la creación de un Estado palestino.

La omisión de Palestina en el mapa no fue un error; la coalición de Netanyahu con partidos de extrema derecha, como el liderado por Itamar Ben-Gvir y Bezalel Smotrich, no sobreviviría a un compromiso serio con la creación de un Estado palestino.

Es difícil creer que Netanyahu no estuviera consciente de esta realidad. Por tanto, parece improbable que esperara un entusiasmo genuino, incluso desde Washington, respecto a su visión de paz.

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Una agenda oculta detrás de la retórica

El plan de Netanyahu está lejos de ser un simple ejercicio de relaciones públicas. Desde antes de asumir el poder en 2023, ya era evidente que la agenda de Israel escondía un fin último que completaría el proyecto sionista.

Un indicio de ello fue la Ley Básica de 2018, que consagraba el supremacismo judío en la legislación israelí, otorgando el derecho de autodeterminación exclusivamente al pueblo judío y extendiendo la soberanía israelí a los asentamientos en Cisjordania ocupada.

Esta legislación confirmó que Israel perseguía una solución de un solo Estado, conocida como "Gran Israel", lo que implicaría la anexión de Cisjordania y Jerusalén Oriental, en clara violación del derecho internacional y el consenso de la ONU.

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Mientras las negociaciones siguen estancadas, Israel ha continuado su brutal ofensiva contra Gaza. Foto: AA

Señales provocadoras y escalada de violencia

Con la llegada de Netanyahu al poder, se intensificaron señales de que la Ley Básica de 2018 sería una prioridad. Esto se manifestó en la violencia de los colonos en Cisjordania, respaldada informalmente por el gobierno mientras a los residentes palestinos se les transmitió un mensaje brutal: “Váyanse o los mataremos”.

El discurso de Netanyahu en la ONU en septiembre de 2023, acompañado de un mapa sin Palestina, se alineó con esfuerzos diplomáticos para normalizar relaciones con algunos estados árabes, consolidando la idea del “Gran Israel”.

Estos actos, junto con las provocaciones en la mezquita Al Aqsa, prepararon el terreno para el ataque de Hamás del 7 de octubre, un evento rodeado de controversias que solo podría aclararse mediante una investigación internacional.

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FOTO A la mezquita de Al-Aqsa se le considera el tercer lugar más sagrado del Islam. / Foto: Archivo Reuters

Errores de cálculo y un futuro incierto

En un principio, la narrativa israelí del 7 de octubre fue aceptada o tolerada por gran parte del mundo, enmarcándose en el derecho a la legítima defensa. Sin embargo, con el tiempo se supo que Netanyahu había ignorado advertencias sobre un ataque inminente. Esto levantó sospechas sobre si Israel buscaba, en realidad, un pretexto para forzar la evacuación de los palestinos de Gaza y Cisjordania, allanando el camino para el “Gran Israel”.

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Tanto Israel como Hamás parecen haber cometido graves errores de cálculo. Israel subestimó la resistencia palestina, y Hamás no anticipó la feroz respuesta israelí. Pese a todo, la coalición de Netanyahu sigue comprometida con su objetivo de consolidar el “Gran Israel”.

Después de la devastación, es difícil imaginar una rendición por parte de los palestinos sin una solución que incluya un futuro político viable, sea en la forma de un Estado palestino o una confederación basada en la igualdad entre ambos pueblos.

Por ahora, no existen las condiciones políticas para alcanzar un desenlace que cumpla con las expectativas mínimas de ambos pueblos.

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