Gaza, una masacre de bombas y hambre

Después de que Israel lanzara su brutal ofensiva contra Gaza, un maestro palestino nunca imaginó que tendría que luchar por salvar a su familia de la hambruna en el enclave.

"No podía simplemente ver a mi familia morir de hambre, así que salía todos los días con la esperanza de encontrar algo para comer. Intentamos comprar cualquier alimento pero no había nada que comprar. Busqué en casas abandonadas e incluso entre los escombros. La mayor parte del tiempo no tuve suerte", recuerda Dader. Foto: Abduallah Al-Naami / Photo: AA
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"No podía simplemente ver a mi familia morir de hambre, así que salía todos los días con la esperanza de encontrar algo para comer. Intentamos comprar cualquier alimento pero no había nada que comprar. Busqué en casas abandonadas e incluso entre los escombros. La mayor parte del tiempo no tuve suerte", recuerda Dader. Foto: Abduallah Al-Naami / Photo: AA

Hace unos 6 años, Ahmad Dader, residente del barrio de Al-Zaytoun, comenzó su camino en la Universidad de Gaza para convertirse en profesor. Sus estudios transcurrieron en medio del bloqueo que Israel impuso en el enclave desde 2006.

Despúes de graduarse hace tres años, Dader consiguió su primer trabajo en el centro educativo Learn To Be.

"Era muy feliz en mi trabajo. Enseñarles a los niños y dejar un impacto positivo en sus vidas es algo muy gratificante", afirma el profesor de 24 años.

Sin embargo, a pesar de tener un contrato y ganar un sueldo promedio, Dader enfrentó dificultades financieras como les ocurría a otros palestinos en Gaza,

Esto lo empujó a aceptar un segundo trabajo en un call center de 7 a. m. a 6 p. m. todos los días para poder ayudar a su familia de 10 miembros, así como para cumplir su sueño de casarse y empezar su propia familia.

El arduo trabajo del profesor palestino ya había empezado a dar frutos y, en julio del año pasado, se comprometió con su pareja, Zizi. Estaban entusiasmados por compartir juntos el resto de la vida.

"Fue un sueño hecho realidad para mí. Estaba muy emocionado de encontrar a mi compañera de vida, y estaba muy emocionado de comenzar una nueva vida con ella como familia", señala Dader.

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"Estaba muy emocionado de encontrar a mi compañera de vida, y estaba muy emocionado de comenzar una nueva vida con ella como familia", señala Dader. Foto: Abduallah Al-Naami

En medio de los ajetreados compromisos laborales unos meses después, al igual que les sucedió a otros palestinos, nunca imaginó que su camino cambiaría dramáticamente.

El 7 de octubre de 2023, la ocupación israelí empezó una agresión brutal en Gaza, la cual ha matado a casi 40.000 palestinos, tras un ataque transfronterizo de Hamás en el que murieron unos 1.200 israelíes y se tomaron unos 250 rehenes.

Las autoridades israelíes, a quienes Dader y su comunidad se refieren como las fuerzas de "ocupación", impusieron un bloqueo estricto y completo en Gaza. Suspendieron el suministro de agua, alimentos, medicinas, electricidad y combustible a más de 2,5 millones de palestinos.

"Esperaba poder dedicar más tiempo a disfrutar nuestra relación y crear recuerdos felices, pero de repente comenzó la ofensiva israelí en Gaza y puso nuestras vidas patas arriba", cuenta Dader a TRT Español.

Durante el primer mes de la agresión, el Ejército de Israel invadió y separó el norte y el sur de Gaza.

Se calcula que unos 700.000 palestinos quedaron atrapados, sufriendo condiciones de vida catastróficas y aislados del mundo exterior.

Mientras el ministro de Defensa de Israel, Yoav Gallant, se refería a los palestinos como "animales humanos", el ejército de ese país lanzaba numerosos ataques contra hogares, escuelas, mezquitas y mercados, matando a cientos de civiles.

"Parecía como si todas nuestras vidas se hubieran detenido y todo se hubiera convertido en una pesadilla", dice Dader.

Recuerda el sonido de explosiones ensordecedoras continuas mientras drones y aviones sobrevolaban su cabeza.

Las autoridades palestinas registraron extensas masacres a diario, incluidas matanzas de niños y mujeres en lugares destacados cercanos a Dader, como el Hospital Bautista, a 300 metros de la casa familiar, donde al menos 400 personas murieron.

Poco después de la agresión israelí, Dader sintió que el mundo exterior no hizo nada para intervenir contra la brutalidad mientras los palestinos recibían advertencias de evacuar sus hogares.

La amenaza del Ejército de Israel contra el enclave empujó a muchos palestinos a abandonar sus hogares y a lanzarse a futuros inciertos sin tener refugio ni sus necesidades básicas satisfechas.

Dader relata que algunos de sus familiares se sintieron presionados para unirse a los rebaños que abandonaban sus hogares hacia el sur, llevando todo lo que pudieran empacar, como ropa.

Pero dice que permanecieron en la casa de su familia en el norte de Gaza.

"Nuestro hogar es parte de lo que somos. Simplemente no podíamos salir de ahí con todos nuestros recuerdos del pasado y nuestros planes para el futuro. Preferiría morir en mi hogar que vivir una vida de humillación y pérdida lejos de casa", sostiene Dader.

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Hace unos 6 años, Ahmad Dader, residente del barrio de Al-Zaytoun, comenzó su camino en la Universidad de Gaza para convertirse en profesor. Sus estudios transcurrieron en medio del bloqueo que Israel impuso en el enclave desde 2006. Foto: Abduallah Al-Naami

Hambruna planeada

Los intensos bombardeos, la destrucción y las invasiones no fueron los únicos crímenes que la ocupación israelí ha cometido contra los palestinos.

La comunidad también culpa a las fuerzas de Israel de crear las condiciones necesarias para que floreciera la hambruna, una realidad que vivieron Dader y su familia.

"Mis hermanos y yo teníamos que transportar agua en cubos a largas distancias y en condiciones peligrosas todos los días. El agua que conseguíamos estaba contaminada y no era apta para el uso humano, pero era la única opción para nosotros," recuerda.

También señala que, para agravar la situación, las fuerzas israelíes atacaron deliberadamente lugares clave, como tiendas y mercados de comida, mientras los suministros de alimentos se desplomaban rápidamente.

El padre de Dader, Mustafa, estaba en el mercado de Shojaiya buscando alimentos cuando el lugar fue bombardeado.

"Estábamos aterrorizados e impactados. Sacamos a mi padre de debajo de los escombros. Por suerte, no resultó gravemente herido, pero muchos otros murieron", señala Dader.

El norte de Gaza alguna vez fue considerado un banco de alimentos para toda la población. Zonas del norte, como Bait Lahia y Bait Hanoun, eran famosas por producir y suministrar muchos tipos de verduras y frutas al mercado local y para la exportación.

Sin embargo, los palestinos denuncian que las fuerzas israelíes han arrasado campos y tierras agrícolas, diezmando la producción local, mientras el asedio obligaba a Dader y su familia a comer menos.

"Sólo comíamos una vez al día. Mi ración eran cuatro cucharadas de arroz para todo el día. Intentaba guardar algo de comida para mi hermano pequeño y mi sobrino cuando tenían hambre", recuerda.

Después del primer mes de la ofensiva israelí, Dader relata que su familia se quedó sin comida, lo que lo impulsó a actuar.

"No podía simplemente ver a mi familia morir de hambre, así que salía todos los días con la esperanza de encontrar algo para comer. Intentamos comprar cualquier alimento pero no había nada que comprar. Busqué en casas abandonadas e incluso entre los escombros. La mayor parte del tiempo no tuve suerte", recuerda Dader.

Cuando se acabó la comida para humanos, los palestinos recurrieron a lo que quedaba.

"Cuando no teníamos nada que comer, recurrimos a los alimentos para animales. Comprábamos maíz, cebada, soja e incluso comida para pájaros a precios muy caros y los molíamos para hacer pan", señala Dader.

También describe la calidad de los alimentos para animales como "no comestible", y agrega: "No parecía ni sabía a pan normal. Era muy seco, difícil de tragar y tenía un sabor amargo, pero era toda la esperanza que teníamos de seguir vivos”.

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"Sólo comíamos una vez al día. Mi ración eran cuatro cucharadas de arroz para todo el día. Intentaba guardar algo de comida para mi hermano pequeño y mi sobrino cuando tenían hambre", recuerda

Después de que se acabó el alimento para animales, miles de palestinos se enfrentaron a la hambruna mientras las noticias de personas que morían de inanición en el norte comenzaron a perseguir a Dader.

"Vivía en un período de colapso psicológico. Me aterrorizaba la idea de que mi familia y yo muriéramos de hambre", dice.

En diciembre, en medio de las lluvias invernales, surgió un rayo de esperanza cuando algunas plantas y pastos naturales brotaron, convirtiéndose en el último recurso para cientos de miles de palestinos en el norte de Gaza.

"Se sabe que el invierno es la estación para el pastoreo del ganado en Gaza, pero este año, el pasto se ha convertido en nuestra única esperanza para sobrevivir", dice Dader.

Sin embargo, en medio de las bombas y la agresión israelí, la recolección de plantas y hierbas que crecían en pequeñas parcelas de tierra agrícola también se convirtió en un riesgo.

"Cada vez que salía de casa arriesgaba mi vida, pero hacía lo mejor para recolectar tantas plantas como podía para darle algo de comer a mi familia", indica Dader.

Después había que hervir las plantas en ollas grandes, pero no había sal para darles sabor. Sin embargo, afirma que muchas de estas hierbas tampoco eran aptas para el consumo humano, lo que provocaba dolores de estómago, diarrea y deshidratación a toda la familia.

"Esto creó un problema más complejo, ya que sufríamos una grave escasez de agua. Algunas plantas incluso generaban alergias en la piel. Al final, era todo lo que teníamos contra el hambre", cuenta Dader.

Después de unos tres meses de guerra, las autoridades israelíes permitieron la entrada de pequeñas cantidades de ayuda al norte, con camiones de asistencia humanitaria que llegaron a dos lugares de la región en medio de contratiempos y dificultades para operar.

Sin embargo, muchos palestinos también regresaron con las manos vacías debido a la pequeña cantidad de ayuda.

Dader asegura que los sitios de ayuda fueron utilizados para atacar a los palestinos, ya que los drones abrieron fuego contra las personas, matando multitudes.

"Estaba arriesgando mi vida cada vez que salía a buscar ayuda humanitaria. Cada vez veía gente a mi alrededor siendo baleada y bombardeada y cayendo, con su sangre derramándose en el suelo e incluso en las cajas de ayuda. Sí, estaba petrificado, pero seguí intentándolo", afirma.

Dader insiste en que un sentido de responsabilidad hacia sus seres queridos lo impulsaba a correr el riesgo.

"Era mi deber proporcionarle algo de comer a mi familia. Me dije que si me mataban sería sólo yo, pero si no iba a buscar comida entonces serían los miembros de mi familia quienes morirían de hambre", reflexiona Dader.

Pero en medio de la desolación, algunos momentos unieron a la familia.

"Un día regresé a casa con un saco de harina al hombro. Todavía recuerdo la felicidad que vi en los rostros de mis familiares. Mi hermano pequeño bailaba en la calle y mi madre hizo la tradicional celebración de Zaghrota. Celebramos como si fuera Eid", dice Dader.

Forzado a huir

Él continuó proporcionando comida y agua a su familia a pesar de los riesgos que esto implicaba hasta el día en que el ejército israelí irrumpió en el barrio de Al-Zaytoun, donde vive Dader.

En ese momento, caminaba por la calle cuando se sorprendió al ver un vehículo blindado israelí frente a él.

Afirma que un soldado cercano le indicó que siguiera sus órdenes.

"Yo estaba asustado. El soldado me dijo que me quitara la ropa y empezara a correr hacia el sur. Me dijo que había un dron siguiéndome y que si daba media vuelta o dejaba de correr me dispararían", cuenta Dader.

"Me quité la ropa y comencé a correr. Fue como una pesadilla. Estaba en estado de shock. Podía sentir los drones volando sobre mi cabeza. Tenía miedo de morir y estaba preocupado por mi familia, a la que me vi obligado a dejar atrás", recuerda.

Incapaz de mirar atrás o parar para tomar un descanso, corrió lo que creía que eran unos 20 kilómetros por las calles de Gaza, cruzando la barrera israelí que separa el norte del sur.

Finalmente llegó al campo de refugiados de Nuseirat, donde Dader dice que la gente intentó detenerlo para darle algo de ropa y comida, pero él no dejó de correr.

"En ese momento, estaba empezando a alucinar. Ahora me doy cuenta de que estas personas estaban tratando de ayudarme, pero en ese momento los vi como soldados israelíes que intentaban matarme", cuenta Dader.

Dice que siguió corriendo hasta llegar a Deir al-Balah, una ciudad en la costa mediterránea.

Una vez allí, uno de sus familiares lo encontró, y le entregó ropa y una tienda de campaña.

Dader necesitaba algo de tiempo para reflexionar sobre lo que había ocurrido, pero su principal preocupación era su familia, que para ese punto ya habría creído que él estaba desaparecido o muerto.

Finalmente pudo contactarlos y contarles lo sucedido.

Al día siguiente, Dader fue a caminar por las calles costeras de Deir al-Balah. La zona alguna vez fue un refugio para los desplazados palestinos que huyeron de las aldeas del centro y sur de Palestina cuando las fuerzas sionistas hicieron limpieza étnica en 1948.

Dader recuerda: "Era la primera vez en cinco meses que veía mercados, verduras, legumbres y comida enlatada. Pero no disfruté la experiencia".

Esa mañana sólo pudo pensar en su familia, que debía tener hambre.

"Me sentí impotente y frustrado. Desearía cada día poder quedarme en el norte con mi familia, ayudarlos a proporcionar suministros y compartir su destino", dice.

Durante un breve período, las fuerzas israelíes permitieron ayuda y bienes antes de volver a imponer un estricto asedio, incluidos alimentos y agua.

Con tiempo para reflexionar, Dader se ha visto atrapado en sus pensamientos sobre la injusticia que enfrentan los palestinos, reflexionando sobre lo que da a las fuerzas israelíes el derecho de matarlos de hambre. Al mismo tiempo, el mundo exterior observa pasivamente cómo su comunidad enfrenta la amenaza de las balas y bombas israelíes.

A pesar de la distancia física, su familia en el norte está en el primer plano de sus pensamientos, pero eso le está pasando factura.

"Seguí comunicándome con mi familia a diario, y cada vez que termina la llamada entre nosotros me siento devastado y deprimido. Es muy difícil para mí escuchar a mi familia quejarse del hambre extrema y no poder ayudar. Perdí el apetito y la capacidad de disfrutar la comida".

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