El legendario entrenador de boxeo mexicano que sigue en el ring con 85 años

Fue una promesa del deporte hasta que un golpe acabó con su carrera. Hoy Nacho Beristain es una leyenda: entrenó a 29 campeones, entró al salón de la fama y sigue enseñando en su propio gimnasio.

La gorra negra que usa apenas permite que se le distinga el rostro, pero quienes lo conocen saben que esa figura y ese bigote solo pueden ser de Ignacio Berinstáin, el dueño del Romanza y un entrenador de box mexicano con 60 años de trayectoria. / Foto: Abril Mulato.
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La gorra negra que usa apenas permite que se le distinga el rostro, pero quienes lo conocen saben que esa figura y ese bigote solo pueden ser de Ignacio Berinstáin, el dueño del Romanza y un entrenador de box mexicano con 60 años de trayectoria. / Foto: Abril Mulato.

CDMX. Todos los días desde hace poco más de un mes, Carmen Murillo y su hijo José Luis viajan dos horas en transporte público para llegar a las 7 de la mañana al número 252 de la calle Resina, al este de la Ciudad de México. Ahí se ubica un edificio en cuya fachada resalta en color azul el nombre de uno de los santuarios del boxeo mexicano: El Romanza gym, un espacio que nació hace tres décadas y donde entrenan alrededor de 80 boxeadores.

Esta mañana, unas 30 personas ejercitan frenéticamente golpeando sacos de box, saltando la cuerda o practicando golpes sobre el ring, bajo la supervisión de un entrenador que pide a gritos: “¡No bajes la guardia, cab%^&n!”.

Mientras José Luis, de 17 años, empieza a calentar, Carmen relata que llegaron hace un mes de Tabasco, en el sur del país, porque les dijeron que él tenía “madera de boxeador”, pero que en su estado natal no iba a mejorar. Alguien le habló del Romanza y de un entrenador “de categoría” por lo que, tras tres años de ahorrar, se mudaron a la capital.

“Tiene pegada, pero le falta técnica”, les dijeron cuando se presentaron por primera vez en el gimnasio y, desde entonces, todos los días a las 7, están aquí. “Vamos a intentarlo todo para que se convierta en el próximo campeón de México”, afirma Carmen antes de aproximarse al ring a grabar con su teléfono los movimientos de su hijo.

En medio del gimnasio hay una pequeña oficina en donde cuelgan decenas de fotografías de personalidades del boxeo mexicano e internacional; un guante de box dorado gigante y un letrero que dice “Boxing hall of fame” (Salón de la fama del boxeo). Allí, tres jóvenes esperan para pesarse, mientras un hombre moreno, delgado y con un tupido bigote negro les hace un breve pero conciso resumen de sus fallas y avances.

La gorra negra que usa apenas permite que se le distinga el rostro, pero quienes lo conocen saben que esa figura y ese bigote solo pueden ser de Ignacio Berinstáin, el dueño del Romanza y un entrenador de box mexicano con 60 años de trayectoria.

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Entre los planes de Nacho está una pelea en Mexicali, otra en Baja California y otra en Tijuana. Y prepara a un muchacho que, confía, será una gran promesa. (Foto: Abril Mulato)

Del béisbol al boxeo: el sabor de la pelea

Nacho, como le llaman todos, dice que a él le gustaba el béisbol, pero que terminó haciendo box porque le gustaba pegar. “De niño uno peleaba hasta por las canicas y cuando tenía ocho años, unos boxeadores profesionales me vieron peleando en la calle y me invitaron a su gimnasio. Era un patio de vecindad con unos costales de aserrín y arena colgando. Pegaba con el puño porque ahí no había guantes y yo no tenía (dinero) para comprarlos, pero me atrajo estar tirando golpes”, relata el instructor de 85 años, mientras toma un sorbo de su café con leche.

Ese primer encuentro con el pugilismo ocurrió en Actopan, en el estado de Veracruz, de donde Nacho es originario, pero se repitió regularmente un año después, cuando se mudó a Jalapa, capital del estado. Años más tarde, cuando se trasladó a la Ciudad de México, el boxeo ya era parte de su rutina diaria y clave en el plan de vida que aspiraba a construir.

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Mientras José Luis, de 17 años, empieza a calentar, Carmen relata que llegaron hace un mes de Tabasco, en el sur del país. (Foto: Abril Mulato)

Sin embargo, a los 18 años, un mal golpe en una pelea torció su futuro. “Me quedó una pequeña cicatriz en el lagrimal y ya no me dejó de llorar el ojo, entonces la Comisión (de box) ya no me permitió pelear porque corría el riesgo de que se me desprendiera la retina”, cuenta el entrenador mientras se frota la barbilla y observa a los jóvenes que entrenan afuera. Fue tanta la decepción que incluso llegó a participar en peleas clandestinas, lo que causó que la Comisión lo vetara como luchador permanentemente.

Volver al ring del otro lado de las cuerdas

El joven Berinstáin se resignó y por un tiempo se convenció de que el boxeo era cosa del pasado. Sin embargo, años más tarde recibió propuestas de jóvenes que lo querían como entrenador así que volvió al ring, aunque desde el otro lado.

A los 21 años comenzó a entrenar a un puñado de jóvenes que participaron en un torneo que él no sabía ni que existía, pero después siguió con equipos para torneos delegacionales y más adelante estatales. En todas las competencias al menos tres de sus boxeadores se colocaban en las primeras posiciones.

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“Me quedó una pequeña cicatriz en el lagrimal y ya no me dejó de llorar el ojo, entonces la Comisión (de box) ya no me permitió pelear porque corría el riesgo de que se me desprendiera la retina”, cuenta Nacho. (Foto: Abril Mulato)

En esas andaba Nacho cuando el presidente de la Federación Mexicana de Box le mandó un escrito donde lo invitaban a participar como miembro del equipo olímpico.

“Les dije que no. El Centro Deportivo Olímpico Mexicano estaba muy retirado y yo no tenía cómo pagar el pasaje”, dice el entrenador sin mostrar arrepentimiento alguno. Pero los funcionarios insistieron y Nacho aceptó: “Me ofrecieron una tarjeta para viajar gratis en transporte público y $70 pesos (unos 5 dólares con el tipo de cambio de ese entonces) a la semana para mis refrescos y pues así sí”, añade.

A partir de ese momento su carrera despegó y el jóven que alguna vez se creyó retirado del boxeo, logró entrenar a los equipos amateur de México en los Juegos Olímpicos de 1968, 1976 y 1980, y ha preparado a 29 campeones del mundo. Abrió un gimnasio que, después de 32 años, sigue activo y también llegó al Salón de la Fama del Boxeo Mundial en 2006 y al de la Fama del Boxeo Internacional en 2010.

“Con el box es así, si te apasiona no lo dejas, no puedes. Si te tiran, te paras y si te vuelven a tirar empiezas otra vez”, afirma Nacho.

El boxeo mexicano: pegar duro y sobreponerse a la adversidad

Nacho asegura que las dificultades que vivió cuando era joven lo llevaron a donde está hoy. Para él, la pobreza, los golpes desafortunados y la falta de apoyos son los que hacen que los boxeadores mexicanos sean únicos.

“Este deporte nació y creció por la necesidad de comer y llevar ayuda a casa. Los peleadores mexicanos vienen de muy abajo y por eso pegan duro”, explica.

Mauricio Salvador, especialista en boxeo, ya explicaba hace algunos años algo similar, afirmando que el pugilista mexicano tiene una cualidad definitoria que es “saber sobreponerse a la adversidad”.

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Aún a los 85 años, a Nacho, leyenda viva del boxeo mexicano, ni se le ocurre pensar en tomarse vacaciones. (Foto: Abril Mulato)

Para el antropólogo social Isay Galicia el estilo del boxeador mexicano no se limita a la valentía y entrega, sino que también refleja la identidad nacional y combina la individualidad del boxeador con un sentido de colectividad. “El boxeador que se encuentra en el ring es el mexicano que somos y que nos representa. El boxeador mexicano contribuye a la construcción de una especie arquetipo nacional”, señala Galicia en un artículo.

Entre los planes de Nacho está una pelea en Mexicali, otra en Baja California y otra en Tijuana. Y prepara a un muchacho que, confía, será una gran promesa.

“Cuando era entrenador del equipo olímpico me traían como loco para todos lados, pero ahorita voy a seguir trabajando hasta que el cuerpo aguante”, comenta Nacho antes de decirle a su asistente: “Tráeme al “Muñeco” para acá, lo estoy viendo y no está haciendo lo que quedamos”. Aún a los 85 años, a Nacho, leyenda viva del boxeo mexicano, ni se le ocurre pensar en tomarse vacaciones.

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