El protector de semillas: así lucha un argentino por los alimentos futuros
“Los que controlan las semillas controlan la alimentación de la humanidad”, advierte Alejandro Trevisan, uno de los mayores guardianes de semillas en Latinoamérica. Esta es su historia.
Un hombre viaja desde Nuevo México, en Estados Unidos, a la Argentina con un cargamento de contrabando. Año: 1996. No es cualquier cargamento, es uno que, aspira el hombre, podría plantar las semillas de un futuro mejor. Y justamente lo que lleva allí son semillas, muchas: 30 kilos de cientos de variedades, buena parte de ellas ya extintas en Latinoamérica. Lleva amarantos. Maíces de toda clase, incluso uno multicolor llamado arco iris. Quinoa. Tomates. Plantas medicinales.
Tuvo suerte: en el aeropuerto de Buenos Aires lo dejaron pasar de largo. Y así, sus semillas encuentran suelo fértil para el mundo que viene.
Esta fue la primera vez que Alejandro Trevisan, de 55 años, nacido en Buenos Aires, egresado como comunicador en la Universidad Católica, de padre médico psicosomático y madre con empresa de catering de comidas, empezó el camino al que le dedicaría su vida. Y fue, por así decirlo, su vuelo inaugural como guardián de las semillas.
Semillas, las claves para el futuro
“Las semillas son claves para el presente y futuro del planeta”, advierte. “Los que controlan las semillas controlan la alimentación de la humanidad. Y esto es lo que pretenden lograr las grandes corporaciones de transgénicos”, señala.
De ese primer viaje a mediados de la década de 1990, aún perduran y se han multiplicado por toda Latinoamérica las especies que el guardián llevó con esmero y, claro, riesgo de que lo detuvieran por contrabando. Valió la pena.
El pueblo indígena wixarika que, por razones de emigración, había perdido el cultivo de amaranto recibió semillas para recuperar la siembra que tradicionalmente los había alimentado. Y todo gracias al guardián. “No lo podían creer”, recuerda Trevisan, desde el Valle sagrado de los Incas, en Perú, donde vive hace 25 años. “Les llevé siete variedades amaranto. Y además porotos. Arvejas. Estaban felices”.
A través de su labor con semillas ancestrales y medicinales, Trevisan busca devolver al mundo la biodiversidad perdida y promover la autosuficiencia alimentaria. Foto: Abdul Wakil Cicco.
Ambientalista nato
Lo suyo siempre fue la naturaleza. De niño, no había forma de convencer a Trevisan de que fuera a la escuela. Sus padres debían llevarlo por la fuerza. De chico, ya se ocupaba del jardín de su casa: regar y podar el limonero de cuatro estaciones, los rosales, las suculentas. Y dejar todo eso atrás para internarse en un establecimiento educativo, de puro cemento y baldosas, lo sentía como un desgarro.
“Ir a la escuela para mí era un trauma”, relata. “Yo era el encargado en casa de regar y cuidar el jardín. Coleccionaba piedras y tenía un laboratorio de juguete donde ya empezaba a hacer ensayos con líquidos y hojas”. Entre sus amigos era un raro. Pero algo en él ya sembraba las semillas de lo que sería su destino.
Experto jardinero, permacultor y especialista en plantas medicinales, Trevisan es un convencido de que el mundo de mañana está cifrado en la semilla de hoy.
Desde el Valle Sagrado de los Incas, Trevisan ha dedicado su vida a preservar y distribuir semillas de plantas vitales para la salud y la alimentación en Latinoamérica y más allá. Foto: Abdul Wakil Cicco.
Su primer paso en el mundo de las semillas
Se graduó de periodismo en la universidad en los años 90, y cuando murió su padre se radicó en México y luego en Nuevo México. Allí se formó en permacultura y medicina natural. En 1996, entró a trabajar a una empresa pionera en el rubro en Estados Unidos: Seeds of Change (Semillas del Cambio).
“Ese fue mi primer impacto con el mundo de las semillas. No sabes lo que era el catálogo que tenían allí”, recuerda Trevisan. El futuro guardián estaba asombrado: ¿cómo esta gente podía acopiar semillas oriundas de países donde estas ya no existían?
“Esos gringos tenían de todo”, rememora. “En Sudamérica había dos variedades de tomates. Ellos tenían 120. En Sudamérica había no más de 10 variedades de lechugas. Ellos tenían 200. Y así. Y eso que muchas de esas semillas tenían origen en nuestras propias naciones”.
En pocos años, sus semillas daban sus frutos en Uruguay, Brasil, Guatemala, México, Bolivia. De espíritu inquieto, el guardián de México pasó a vivir en Córdoba, en la Argentina. Y en 1999, se radicó en el Valle Sagrado de los Incas, en Perú. Allí, levantó lo que es, hasta hoy, su proyecto más ambicioso: la casa de semillas.
Trevisan comparte sus conocimientos sobre la importancia de las semillas y su conservación con niños en escuelas, sembrando una conciencia verde en las nuevas generaciones. Foto: Abdul Wakil Cicco.
La farmacia en el jardín
Cada día despierta a las 6:00 a.m., y recorre su jardín de 1.500 metros cuadrados, donde atesora 80 variedades de plantas, muchas de ellas en extinción. “Tengo la farmacia en mi jardín”, se enorgullece Trevisan. “Aquí hay plantas que ayudan a tratar la neumonía, el herpes, la lepra, la malaria, el dengue, el covid-19 y hasta el cáncer. Y además, aquí tengo mi propia comida. Todo lo que necesito está en mi jardín”, señala.
En paralelo con sus estudios de permacultura, se formó en retiros en Brasil en la antigua y pérdida arte de la alquimia. Y diez años atrás montó en su casa un laboratorio para producir esencias medicinales.
“En Nuevo México, unas amigas estudiaban medicina china y herbología, y me compartían sus conocimientos. Luego me metí de lleno y estudié una rama de la alquimia. Y así empecé a destilar aceites esenciales. Combino permacultura y alquimia, pues entre ambas hay mucha relación. La base de los remedios de los laboratorios son las plantas. Pero ellos sólo apunta al síntoma y a extraer el componente. La alquimia enseña a abordar la planta con su cuerpo, alma y espíritu. Trabajar la medicina natural en su integridad. La tierra tiene todo para curar. Sólo se trata de saber usarla”, reflexiona.
Desde el Valle Sagrado de los Incas, Trevisan ha dedicado su vida a preservar y distribuir semillas de plantas vitales para la salud y la alimentación en Latinoamérica y más allá. Foto: Abdul Wakil Cicco.
Reconocimiento internacional
Desde Francia, la célebre Maison de la Artemisia –famosa por su apoyo a los productores de “artemisa arin”, una planta que sostienen cura el dengue y la malaria– le dio a Trevisan un reconocimiento por sus labores en pos de la preservación de esta planta en Latinoamérica. Y así, su casa de semillas pasó a llamarse Casa Artemisia de Semillas y Plantas Medicinales. “Fue todo un honor este nombramiento”, dice. “La artemisia arin se usó incluso para el covid-19. Yo recibí semillas hace seis años y desde entonces, enseñó a cultivarlas y las envió a los lugares donde me las piden”.
Con más de 30 años como guardián, ya las semillas de Trevisan alcanzaron los cuatro continentes. Desde Australia e India. Hasta Bali y comunidades indígenas en Sudáfrica. Todas han pasado por las manos del guardián.
Conciencia verde en las escuelas
A su trabajo de difusión y siembra, le sumó su tarea educativa. Desde hace años, escuelas de la región convocan a Trevisan para enseñar a los niños el valor de las semillas y su rol decisivo en el mundo por venir.
“Es clave generar conciencia en este tema”, subraya el guardián, “pues hay mucha gente que consume comidas desnaturalizadas. Y muchas de las enfermedades son causadas por la mala alimentación. El cuidado de las semillas es una forma de asegurar la salud del futuro. La base de la salud es la alimentación”.
Con más de 30 años de experiencia, Trevisan ha logrado que sus semillas lleguen a comunidades de todo el mundo, desde Australia hasta Sudáfrica, promoviendo un futuro más verde y saludable. Foto: Abdul Wakil Cicco.
Al rescate de las plantas en extinción
Una de las tareas del custodio de semillas es el rescate de especies en extinción. Junto a un experto en botánica llamado Alfredo Tupayachi, se ocupa de preservar el algarrobo cuzqueño del cual sólo quedan cinco árboles.
“Este valle de los incas era un gran bosque plagado de especies que los españoles han depredado y llenado de eucaliptos. Tupayachi fue el primero en identificar esa especie algarroba, de hecho esta planta tiene su nombre. Es un referente para mí”, dice Trevisan.
Hoy, una decena de brotes de algarroba cuzqueño crecen en su jardín y esperan llegar a una maceta. Demora hasta 15 años en dar frutos.
El guardián se imagina peinando canas, y conduciendo un vehículo por toda Latinoamérica donde lleve su medicina natural y sus semillas que, dice, todo lo curan.
“Ese es mi sueño: por un lado tener un vivero de recuperación de árboles nativos y por otro una farmacia natural móvil. Recorrer lugares enseñando a la gente a cultivar plantas que los sanen sin necesidad de recurrir a los laboratorios”. Tal vez, esperemos, sea la semilla del mundo por venir.