“Los indígenas saben que el canto ancestral es una puerta hacia la salud”
Mariana Barrenechea integra un equipo que recupera cantos ancestrales en Cusco. En un acto por Palestina, interpretó una canción indígena que narra el duelo de las madres que pierden a sus hijos.
Se podrán inventar infinidad de instrumentos de cuerda, de viento, de percusión. La inteligencia artificial será capaz de recrear innumerable cantidad de sonidos. Pero nada ni nadie podrá desbancar a la voz humana.
El canto, ese instrumento de cuerdas del corazón, no sólo es irremplazable: también es capaz de sanar. Sin embargo, el hombre ha olvidado cómo utilizarlo.
Durante milenios, los indígenas han desarrollado cantos como botiquín de primeros auxilios. Pero muchos cayeron en el olvido: si mueren las ancianas que aún recuerdan sus letras, junto a ellas morirán esas sanaciones ancestrales.
Mariana Barrenechea, 42 años, lo sabe mejor que nadie. Es una de las fundadoras de Kukuy, una ONG con sede en Perú, destinada a preservar la música de los pueblos originarios, antes de que se extinga para siempre. Su trabajo es circular: primero rastrean por toda la región a las indígenas que han memorizado canciones ancestrales. Las graban. Y escuchan la explicación de su sabiduría oculta. Luego, las llevan a las escuelas para que aprendan los niños.
“Ellos tienen cantos para todo. Hay cantos para la siembra. Para la lluvia”, enumera Mariana. “Cuando vamos a recopilar los cantos, la gente recuerda porque le preguntamos. Es un milagro: el canto sigue allí, dentro de ellos.”
“Nuestra meta es recuperar la ritualidad del canto como una forma de salud colectiva”, retoma Mariana. “Los indígenas saben que el canto ancestral es una puerta de acceso a la salud y la recuperación de su identidad”.
Rosa Huaman, una de las guardianas de los cantos quechuas ancestrales, comparte una melodía sanadora durante una sesión en el Valle Sagrado de los Incas. Foto: Alvaro Ugarte Forno.
Rosa Huaman, una joven indígena quechua, ha memorizado decenas de canciones ancestrales. Su extraordinaria memoria la ha convertido en uno de los eslabones clave para contrarrestar el olvido.
“Nos duele pues hoy los niños no quieren cantar nuestras canciones. Tienen miedo. Escucha este canto, hermano”, dice Rosa. Pero cuando abre la boca no es ella la que canta: es su pueblo, sus ancestros, acunando una melodía que ha venido a sanar y pide no ser olvidada.
Al rescate de la voz de la tierra
Mariana siempre fue nómada. Su padre trabajaba en YPF, la petrolera nacional argentina. Tras su privatización, comenzó un derrotero con su hija a cuestas: primero pasaron por Comodoro Rivadavia, luego por Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, y después a Quito, en Ecuador. Más tarde regresaron a Bolivia, donde Mariana completó el secundario.
Para ella, el canto siempre fue un grifo cerrado a presión. Algo en su interior quería cantar, pero la vergüenza podía más. Comenzó a estudiar actuación en la universidad y militó en un grupo de derechos humanos en contra de la represión policial.
Hasta que, en el 2011, asistió a un taller de canto andino con caja, dictado por una experta llamada Miriam García, y su voz tuvo una segunda oportunidad. Guiada por su maestra, Mariana descubrió que no sólo podía cantar, sino que esa era la vocación de su vida.
"Cantos ancestrales como el 'qenti' cobran vida gracias al trabajo de preservación de Kukuy, una ONG comprometida con mantener vivas estas tradiciones". Foto: Alvaro Ugarte Forno.
“Los cantos ancestrales tienen información para saber cómo atravesar situaciones de dolor. Por ejemplo, un bullerengue colombiano que canta “¿Por qué me pegas?”, que surge de la necesidad de reflejar la realidad de los niños golpeados. Dice: ‘¿Por qué me pegas, mamita, si yo no he hecho nada?’. Es una herramienta enorme para poder trabajar el dolor de la violencia en la familia.”
En 2012, Mariana trabajaba en el museo etnográfico Ambrosetti, en Buenos Aires. Estaba a cargo del depósito arqueológico, donde a diario se asombraba con las reliquias indígenas, como vasijas y urnas funerarias. Decidió pedir un cambio de turno para llegar temprano al museo vacío, y allí, en ese entorno ancestral poder abrir el grifo y cantar.
Sin vuelta atrás
El quiebre llegó con un curso de su maestra de canto colectivo, en Tucumán, Argentina. Allí, junto a otros compañeros como ella, sentían que cantar era una sanación, y que ninguna de esas canciones modernas y banales podía lograrlo. Había que sumergirse en las raíces. Y Mariana lo hizo.
Dejó el trabajo, la pareja y la vida en Buenos Aires. Armó un bolso y viajó a Patagonia. Y luego, en 2019, se radicó en Cusco, en el Valle Sagrado de los Incas, en Perú, donde las voces ancestrales resuenan en cada rincón.
Allí conoció a una maestra de coro llamada Mora Malbrán, que junto a su padre tenía un proyecto de canto colectivo en escuelas, llamado “Todos cantamos”. Luego conoció a Rafael Nunjar, fonoterapeuta, investigador independiente y dueño de una casa museo de instrumentos autóctonos.
Juntos formaron Kukuy, una ONG destinada a recuperar los cantos indígenas de boca de las últimas generaciones vivas que los recuerdan, y llevarlo a las escuelas. Para que así la comunidad del futuro valore y mantenga viva su tradición.
“No sabes lo emocionante que es llevar esas canciones a las escuelas”, se entusiasma Mariana. “Les decimos a los chicos: ‘¿pueden decirnos qué dice esta canción que recuperamos?’. Porque nosotros no conocemos su lengua. Al hacerlos participar, se sienten parte del proceso de recuperación de estas canciones que les pertenecen. Nosotros somos el puente”.
Revalorizar la lengua originaria
El puente también es un modo de revalorizar la lengua quechua, en tiempos donde los idiomas de los pueblos originarios están en lucha por sobrevivir. “Encontramos que los chicos prefieren que no se note su origen para no ser discriminados. Muchas veces, tienen vergüenza de usar su idioma.”
Mariana y su equipo aguardan ahora el apoyo financiero necesario para grabar profesionalmente las músicas, ponerles letra e imprimirlas de modo tal que estén listas para que las cante quien quiera cantarles, y que sane quien quiera sanar con ellas.
Ahora bien, ¿qué pueden hacer los cantos ancestrales por nosotros en tiempos de móviles, inteligencia artificial y proyectos de colonizar Marte?
“Al hombre moderno, estos cantos pueden llenar el vacío del desarraigo de quienes no hemos recibido una transmisión cultural ancestral. Son canciones que tienen un poder. Cuando hay una manifestación musical que viene de tan lejos, a cualquiera le hace sentir esperanza.”
Cantar por el dolor en Palestina
Este año, durante la ofensiva israelí desatada en Gaza, Mariana y los integrantes de Kukuy participaron en una manifestación cultural para solidarizarse con el sufrimiento del pueblo palestino. Juntas cantaron una melodía recopilada por su grupo tomada de Rosa Huaman. Fue, quizás, el momento más emotivo de la velada.
“Cantamos el ‘qenti’, el colibrí, que entonaban las indígenas cuando moría un bebé para despedir a ese bebé, ese colibrí, que va al cielo. Dice: ‘Vos te vas antes, y nos vas a guardar un lugar en el cielo’. La cantamos por los niños que mueren en Gaza y las madres que afrontan ese dolor”, cuenta Mariana.
Mariana Barrenechea entona un canto ancestral en honor a los niños de Gaza, uniendo culturas en un lamento por el dolor y la pérdida. Foto: Alvaro Ugarte Forno.
Por otro lado, Mariana dicta un taller de voces del mundo, donde enseña canto tradicionales en distintas lenguas, incluido un canto de las mujeres en Palestina a sus maridos en prisión.
“No hay forma que no nos impacte el aullido de dolor de Gaza. Esto envuelve todo el campo electromagnético de la tierra. Ver tanta crueldad es muy fuerte. Buscar los cantos para que no se olviden de ellos, ayuda a sentirme útil. Así como se regenera la tierra, esto regenera la cultura. Regenera su memoria”.
Y que los colibríes en Gaza, asciendan al cielo elevados por voces inmemoriales. A salvo, al fin, de todo dolor.