“Viví 8 meses en Palestina: vi cómo asesinaban a un niño y marcó mi vida”
Pavel Marmanillo es un ambientalista que vive en Cusco. Trabajó en un campo de refugiados en Cisjordania ocupada, asistió a niños con traumas y hoy planta árboles en memoria de las víctimas.
¿Qué une a una pequeña pirámide de piedras en una montaña de Cusco con una plantación masiva en el Valle Sagrado de los Incas y el atroz genocidio de Gaza? La respuesta tiene dos palabras: Pavel Marmanillo.
Nacido en Perú, de padre militante por los derechos humanos, y madre cantante –hacía versiones de los Beatles-, Pavel estudió ingeniería en su país y luego filosofía en Países Bajos. Se enamoró de una holandesa y regresaron juntos a Perú, donde uniría sus dos grandes pasiones: el activismo ambiental y su defensa de la causa Palestina.
Devolver al planeta lo que le hemos quitado
Tiempo atrás trabajaba junto a su padre en Brasil, exportando sales minerales para regenerar suelos devastados por la tala indiscriminada. Fue allí que escuchó hablar por primera vez de la huella ecológica y cómo existían empresas que, por así decirlo, pagaban lo que tomaban de la naturaleza. Y así, junto a su padre, para tener su conciencia ecológica en paz, plantaron 160.000 árboles de teca en el norte de Brasil.
En 2019, encontró una calculadora de impacto ecológico y cargó allí todos sus consumos, sus aparatos, sus viajes, sus plásticos. Para reparar su huella en el planeta a lo largo del año, decía allí, debía plantar 500 árboles. Y su compañera, que había volado dos veces a Holanda: 1.000.
De la conciencia, pasó a la acción. En el 2020, con ayuda de amigos y familia adquirió 1.200 árboles de molle, una especie nativa que produce pimienta rosada. Se reunió con el presidente de la comunidad campesina Yanahuaylla en Calca, Cusco, donde vive, y en poco tiempo devolvía al mundo su cuota verde de consumo.
Dos años más tarde, dio el siguiente paso: en la ladera de una montaña plantaron 2.200 árboles de queuña, una especie nativa de Los Andes. Y para el 2023, otros 4.400 junto a una laguna a 4.300 de altura.
Lo que vio en Cisjordania ocupada fue devastador: un amargo escenario de un genocidio silenciado a nivel mundial. (Fotos: Pavel Marmanillo)
En febrero pasado, dieron, hasta hoy, su apuesta verde más ambiciosa rodeando la laguna de T’urucocha. Parecía una superproducción cinematográfica: 9 camiones, 10 camionetas, 10 motos, un bus y 500 voluntarios más 100 personas de la comunidad plantaron en menos de dos horas 10.000 árboles. Se sentía la felicidad en el aire de quiente paga una deuda al planeta.
La sonrisa de un palestino
Pero, se preguntará, ¿cómo es que Pavel conectó esa conciencia verde con la causa Palestina? Todo empezó con un paseo en la montaña en 2009. Pavel bajaba la ladera con sus hermanas y unos amigos cuando vio de lejos, un hombre sonriente. Llevaba una remera con la leyenda “Free Palestine” –Palestina libre-. Se llamaba Ahmed y era palestino. “Estoy aquí para concientizar a la gente sobre la realidad de los atropellos de la ocupación israelí. Me asombra lo desinformados que están todos”, les dijo.
Pavel no recuerda si fue por la sonrisa irresistible de aquel hombre, o porque su padre siempre fue un militante en defensa de los pueblos oprimidos, lo cierto es que cerró el encuentro con un abrazo y una promesa: “No sé aún cómo, pero prometo ir a visitarlos en Palestina”.
El viaje a Palestina que cambió su vida
Pasaron cinco años, y Pavel cumplió. Pasó ocho meses en la Cisjordania ocupada. Dio clases de música en un campo de refugiados, el Balata. Y además dio clases de español en la Universidad Nacional An-Najah de Nablus.
Lo que vio allí fue devastador. Un amargo escenario de un genocidio silenciado a nivel mundial. En una manifestación en Qalandia, al norte de Jerusalén, donde pedían por la liberación de niños apresados por el ejército de ocupación israelí, desde una torre de control, Pavel observó un fogonazo. Y luego, diez metros más adelante, vio caer a un niño con una mochila, abatido por una metralla. “Fue desesperante, la bala había atravesado su mochila y el niño quedó tirado en la calle. Todos salimos corriendo. Y un familiar tuvo la valentía de ir a recogerlo”, relató.
Durante siete años, se la pasó debatiendo con amigos y desconocidos, llevando los colores de Palestina allí donde fuera, e imprimiendo pegatinas de “Palestina libre”. (Fotos: Pavel Marmanillo)
La farsa en carne propia
Luego de ser testigo del crimen de un niño, Pavel entendería desde dentro cómo funciona la campaña de encubrimiento. Regresaban en bus a Ramala. En toda Cisjordania ocupada hay más de 500 puestos de control militar. En uno de ellos los hicieron bajar del bus. Y detuvieron a un chico: estaba vestido con una campera de invierno en pleno verano. Les pareció sospechoso. Pero tras media hora de espera, lo dejaron libre y siguieron camino. Al día siguiente, los diarios anunciaban la noticia de cómo el “heroico ejército israelí“ había, según explicaban, detenido a un joven cargado de explosivos camino a realizar un atentado.
“En la foto estaba el pobre chico”, recuerda Pavel aún conmovido. “Tenía una campera porque era un niño con discapacidades y no le importaba que hiciera calor. Y ellos publicaron todo mentira. Así es como hacen su propaganda. Son maestros en encubrir”, sostuvo.
Concientizar a los lationamericanos de la opresión palestina
Tras esos ocho meses intensos, regresó a Cusco. Sintió que no había vuelta atrás. Debía concientizar a la gente de que aquello no era una guerra: era lisa y llanamente un exterminio. No fue fácil.
“En Perú, la gente cree que Israel es el pueblo elegido. Y que los musulmanes y los árabes son todos terroristas. Es muy difícil hacerles entender la otra cara de los hechos”, se lamenta.
Durante siete años, se la pasó debatiendo con amigos y desconocidos, llevando los colores de Palestina allí donde fuera, e imprimiendo pegatinas de “Palestina libre”. Además, colaboraba con artículos y poesías denunciando la opresión en Gaza en una revista llamada Lucha Indígena.
En Cusco, las personas asesinadas por Israel tienen un lugar simbólico donde no van a ser tocados jamás. (Fotos: Pavel Marmanillo)
A fines de 2023, con la escalada demencial de violencia del ejército de ocupación israelí, muchos de esos que lo miraban tiempo atrás con desconfianza, ahora empezaron a tomarlo en serio. Pavel organizó exhibiciones de cine, muestras fotográficas, recitales, charlas, vigilias, manifestaciones y todo lo que estuviera a mano para despertar a la gente del engaño de los medios hegemónicos en torno a la causa Palestina.
Para febrero del 2024, en vísperas de lanzar la gran arborización masiva de 10.000 árboles, se dijo: “¿Cómo convertir ese activismo ambientalista en la voz de los oprimidos en Gaza?”
Tuvo una idea brillante: con apoyo del embajador de Palestina en Perú, consiguió la lista de los palestinos muertos en los ataques del 2023-2024. Hizo carteles con sus nombres. Y a la plantación, le sumó un slogan a corazón abierto: “Lo que allá fue arrancado, florecerá en todo lado”.
Cuando volvió a Cusco, sintió que debía concientizar a la gente de que aquello no era una guerra: era lisa y llanamente un exterminio. Pero no fue fácil. (Fotos: Pavel Marmanillo)
Como cierre, construyeron una ”apacheta”: una pequeña pirámide de piedras con los colores de Palestina y la bandera “Palestina libre”. La apacheta tiene varios significados desde un lugar de importancia religiosa donde la gente deja ofrendas a una señal de separación territorial entre comunidades.
“Ese era un mensaje que unía lo que queríamos decir”, observa Pavel. “Separarnos de los que hacen la guerra. Y recordar a las personas asesinadas por Israel. Aquí, en Cusco, en estas montañas, ellos tienen un lugar simbólico donde no van a ser tocados jamás”.
Un futuro de soberanía energética y alimentaria
Pavel bulle de proyectos. En los próximos cinco años, pretende plantar un millón de árboles. Crear reservorios artificiales de agua para combatir la sequía. Brindar módulos de energía solar en las casas. Y crear biohuertos. Y, por supuesto, no olvidar a los oprimidos del mundo. En especial, la lucha de los palestinos que, gracias a gente como Marmanillo, ondean su recuerdo en las montañas de los Andes. Y en la sombra de los árboles de Cusco, que no olvidan jamás.