De líder sionista a filósofo por Palestina: el camino de Federico Donner
Federico Donner, un profesor universitario en Argentina, fue un referente del sionismo hasta sus 20 años. Ahora es uno de los críticos más brillantes de la ocupación israelí. ¿Qué lo hizo cambiar?
“Te lavaron el cerebro”, “Vos ya no sos más judío”, “Antisionista repugnante”: a lo largo de su vida, el argentino Federico Donner, de 46 años, filósofo y profesor en la Universidad de Rosario, ha sido acusado de esas y muchas otras cosas. Y hasta los mismos jóvenes que formó, en tiempos de militancia sionista, llegaron a increparlo a la salida de una charla. Donner sabe que el precio de la verdad se paga caro. Pero vale la pena.
Conferencista punzante, ensayista, libre pensador y considerado uno de los filósofos antisionistas más activos de Sudamérica –su especialidad es la crítica al sionismo de “izquierda”-, Donner no ha parado desde descubrió las incongruencias detrás del sionismo disfrazado de victimización y la supuesta defensa legítima de la seguridad.
Ahora mismo, por ejemplo, prepara la respuesta a un agravio que un profesor de ciencias judaicas publicó en el periódico local de más tirada: atacó su nuevo libro, una colaboración colectiva titulada “Palestina: anatomía de un genocidio”.
“Es puro agravio”, dice Donner quitándole importancia. “Y se nota que ni siquiera leyó el libro. Ellos tienen una guía para responder a los antisionistas. Se llama Hasbará (esclarecimiento), que Israel difunde desde hace décadas en varios idiomas para que los judíos sionistas de todo el mundo puedan defender el prestigio de Israel. Te acusan de ser un judío que desprecia su identidad. Y otras cosas peores”, añade.
Hasta después de graduarse de la facultad, Donner era un modelo de educación sionista. Asistía a Biailik, una escuela primaria doble turno donde aprendía hebreo por la tarde. Y desde los 10 años militaba en una agrupación juvenil sionista – Hejalutz Lamerja “Pionero para el horizonte”- que adhería al laborismo, la centro izquierda de Israel. Su grupo era el más popular de la ciudad.
Para 1996 hizo lo que se esperaba de él: viajar a Israel. Pasó allí un año trabajando de jardinero y ordeñando vacas en dos kibutz cerca del mar de Galilea. Los últimos meses, vivió en Jerusalén.
“Recuerdo en Jerusalén una pintada que decía: ‘Muerte a los árabes’”, evoca Donner. “Pero entonces todos subestimamos eso. La discriminación nos parecía un fenómeno marginal”, añade.
De ese viaje salió convertido en “Madrij”, es decir instructor. En la Argentina, se ocupó de guiar a los jóvenes de su agrupación, coordinar otros instructores y organizar campamentos juveniles nacionales: 500 chicos viajando por la montaña, o la costa.
La comunidad veía en Donner el germen de un líder. Con una tía doctora en filosofía, una madre, una abuela y un bisabuelo maestros, Federico, con una larga biblioteca a disposición, estudiaba y dilucidaba con facilidad textos complejos de rusos sionistas, desde Dov Borojov hasta Martin Buber. Y podía hablar con igual elocuencia de su referente Itjzak Rabin –el primer ministro laborista, asesinado en pleno proceso de paz con Palestina–, y defender al progresismo moderado. Pero esa expectativa puesta en él tenía los días contados.
“Asumir una postura antisionista me generó mucha ruptura familiar”, reconoce. (Foto cortesía Federico Donner)
El segundo viaje con Netanyahu al poder
En 1998, con la Argentina en crisis, Donner decidió regresar a Israel y completar sus estudios universitarios. Sobre todo quería ver si podía establecerse allí. Para un judío es un deber moral regresar al kibutz de su agrupación, asentarse y formar familia. No importa lo que haga: el kibutz, les dicen, es su verdadero hogar.
“En Rosario no había trabajo”, recuerda Donner. “Israel cuando uno decide emigrar te da estudios universitarios gratuitos. Hipotecas. Años de salarios. Créditos. Cursos gratuitos de hebreo. Y seguro de salud sin costo. Y hasta te ofrecen el transporte internacional de todas tus cosas. Sumado a que, si vas a un territorio ocupado, la vida es mucho más barata”, añade.
Pero algo había cambiado en el ambiente. Eran los años inaugurales de Benjamín Netanyahu como primer ministro. El sueño de paz de Itjzak Rabin se había hecho añicos. Y Netanyahu, que había encabezado las marchas para expulsar a Rabin del poder, daba los primeros pasos para establecer uno de los gobiernos más intransigentes, intolerantes y abusivos de los derechos humanos de la historia reciente. Era imposible no advertir el cambio. Estaba en el aire.
“Para no contratar mano de obra palestina, los judíos en el kibutz, gracias a una nueva ley, traían gente de Rumania y Malasia en condiciones casi de esclavitud”, explica Donner. “Y nos tocaba trabajar codo a codo con ellos. Y cuando les llegaba una tarea demasiado pesada, hasta ellos decían: ‘¿Por qué no llaman a los palestinos que viven ahí cerca?’ Los palestinos eran los desclasados de los desclasados”, relata.
Y lo que antes era un debate político interno en Israel terminó imponiendo en ese nuevo escenario un único modelo hegemónico de gobierno. Cuando Donner caminaba por las calles de Jerusalén con la camiseta del partido laborista, le decían de todo.
“Se respiraba angustia”, rememora Donner. “El apartheid ya estaba instalado. Era el prólogo del desastre y el genocidio que vendría después. En un lugar así, me dije, prefiero no vivir”.
Ser padre y sintonizar con la tragedia
Donner regresó confundido. Se apuntó a estudiar filosofía en la Universidad de Rosario, donde se convertiría, ya egresado, en profesor de historia de la filosofía contemporánea.
Entonces sucedió algo inesperado: Donner fue papá de una niña. Y ese episodio, aparentemente fortuito, fue el principio del cambio.
“Empecé a prestar atención como nunca al asesinato de niños y bebés. Cuando sos papá, ver todos esos niños asesinados en Palestina, te afecta el triple. Y no podés ser imparcial, excepto que estés congelado”.
Intelectuales israelíes que exhiben el encubrimiento
Por entonces, llegaron a sus manos las obras de algunos académicos israelíes que se habían propuesto contar con valentía la otra cara de la historia.
“Décadas atrás, se liberaron los archivos clasificados del Estado israelí. Y a partir de esa documentación, intelectuales como Ilan Pappe determinaron las atrocidades cometidas por el sionismo. Y mientras en la escuela nos contaban que los árabes se habían ido por voluntad propia, ellos demostraron que habían sido masacrados”.
Donner encontró allí el hilo conductor del rompecabezas y entendió que, si quería defender la justicia y la libertad, estaba en el bando equivocado.
“Me di cuenta”, dice hoy “que hasta entonces había militado en la ideología del ocupante colonial”.
Comenzó a compartir su nuevo punto de vista en las redes. Con su familia. Con sus amigos. Dio un paso al costado de la agrupación sionista donde militaba. Y participó en ponencias donde llamaba a las cosas por su nombre: violación de derechos humanos, genocidio, limpieza étnica.
La verdad es incómoda
“Asumir una postura antisionista me generó mucha ruptura familiar”, reconoce. “Tengo primos que viven en Israel que me decían: ‘Te lavaron el cerebro’”.
Mientras sus colegas en la facultad admiraban su coraje para hacer una autocrítica del sionismo, la comunidad sionista local lo tenía en la mira. Y ese líder en ciernes, por el que años atrás habían apostado, guiaría a las nuevas generaciones y se convertía, de la noche a la mañana, en enemigo número uno.
Lo increpaban en la calle, en las redes y su propia familia le decía: “Te pedimos que en la mesa, no hables de estos temas”. Y un día hasta los propios jóvenes que guiaba en la agrupación juvenil sionista se reunieron para enfrentarlo a la salida de una charla.
El fin de la farsa
Pero Donner no bajó sus brazos. En el 2019 escribió, junto a otro académico, un libro de entrevistas donde abordó los crímenes de Estado desde distintas ópticas, y reflexionó largamente sobre por qué lo que sucedía en Palestina era también un genocidio evidente. Lo llamó “Genocidio. Conversaciones desde el Sur”.
Participó en proyecciones de películas incómodas para el sionismo, como la tremenda “The lab”, de Yotam Feldman, sobre Palestina como territorio de prueba de armas que luego Israel exporta al mundo. Dio ponencias y entrevistas en medios de la región donde aportaba lucidez y esclarecimiento a un tema tabú en su comunidad.
Donner no ha parado desde descubrió las incongruencias detrás del sionismo disfrazado de victimización y la supuesta defensa legítima de la seguridad. (Foto cortesía Federico Donner)
“Se terminó la farsa. Ahora ves videos de TikTok con soldados israelíes que visten ropas de mujeres palestinas que acaban de asesinar. Se burlan de los muertos. Bailan en escuelas destruidas. ¿No era que Israel era el Ejército más moral del mundo y que nunca quería dañar civiles? Eso ya se cayó a pedazos”.
En agosto, el libro “Palestina: anatomía de un genocidio” compiló el último artículo de Donner: “Eichmann (aún vive) en Jerusalén”. Se trata de una pieza brillante que plantea cómo el propio progresismo en Israel, a pesar de sus proclamas de paz y tolerancia, es copartícipe en el apartheid y el exterminio.
¿Sionismo o no sionismo de izquierda?
“Ahora lo más común es decir que todo esto ocurre porque Netanhayu representa un gobierno de ultraderecha. Pero esto no es así. La izquierda israelí no cuestiona la ocupación. Sino que manda a sus hijos al Ejército. ¿Quiénes son los que ejecutan el genocidio? Son los mismos progresistas, que luego van a la marcha para pedir la destitución de Netanyahu”.
“Sean de izquierda o de derecha, todos repiten un mismo discurso. Claro, los de derecha te dicen ‘hay que matar a todos los palestinos’. Pero los de izquierda te dicen ‘estamos dispuestos a negociar con nuestros enemigos’. Dicen enemigos, claro, no la población nativa que hemos desplazado. Y siguen: ‘Pero ellos son tan irracionales que no hay con quién negociar. No nos queda otra que defendernos y matarlos’. Ese es el discurso de la izquierda. En el fondo, el desprecio por los palestinos es absoluto”, sostiene.
En estos días, Donner medita sobre nuestros artículos.
“El tema que más tengo trabajado es uno donde va más allá de criticar el uso del discurso del holocausto del sionismo, para justificar el asesinato de palestinos. Lo poco que se habla de una nueva dimensión donde no sólo el sionismo hace uso de ese pasado, sino que hay una identificación subterránea de la cultura israelí con el nazismo. No es sólo una idea de que, para no volver a ser víctima, deben convertirse en victimarios. Sino que además, hay una cierta admiración”.
Mientras redondea reflexiones de ese tenor y responde críticas incendiarias de los sionistas que buscan callarlo, Donner ve crecer a Violeta, su hija. Ella ya tiene 15 años, va a las conferencias de su padre, y cada vez que otro judío le pregunta por el Estado de Israel, es la primera en ponerse en lugar de los palestinos. “Papá, ¿no es increíble que si fuimos tan oprimidos en el pasado”, dice ella, “ahora seamos nosotros los opresores?”
Y sí, Violeta, es de no creer.