Un equipo de fútbol palestino, una diáspora y la búsqueda de pertenecer
El Club Deportivo Palestino, mejor conocido como El Tino, se ha convertido en un pedazo más de patria palestina, de representación, reconocimiento y pertenencia para la diáspora.
El pasado 8 de agosto teníamos un motivo de celebración. Cientos de miles de palestinos hicimos una breve pausa, en medio del luto que llevamos por casi 11 meses de genocidio, para homenajear los 104 años de creación del Club Deportivo Palestino de Chile. Es el recordatorio del legado de una diáspora, nuestra diáspora. Pero es también algo más: 104 años, una muestra más de que siempre estuvimos ahí.
Para quienes formamos parte de una diáspora, la búsqueda de pertenencia es casi una variable constante. Con pasados desconocidos e incluso ocultos porque pueden invocar eventos traumáticos y dolorosos, la búsqueda por descubrir quiénes somos y de dónde venimos es un paso más en la construcción de nuestra identidad, pero es también parte del anhelo de encontrar nuestro sitio en el mundo.
Hoy me reconozco palestina. No siempre fue así. A esta parte de mi identidad la fui descubriendo, asumiendo, reclamando y habitando en un proceso muy distinto al de muchos de mis paisanos de la región.
Pertenecer desde la diáspora, a veces escogida y otras impuesta
Hija de una madre 100% ecuatoriana pero cuyo corazón late cada día más por Palestina, recuerdo que de pequeña siempre me supe árabe. Imposible escapar del nombre “exótico” y el ejercicio casi diario de deletrearlo.
Estaban mis desayunos, diferentes a los de los amigos del cole: hummus, qalait bandura, pan árabe con zeit y za’tar o labneh. Luego los almuerzos. Auténticas comilonas, sobre todo los fines de semana en casa de la tía Linda: la mesa llena con kubbeh, falafel, hojas de parra y zucchinis rellenos, ma’qloubah… Y lo mejor, el postre: unas veces knaffeh, otras harisse, pero jamás podía faltar el despliegue de frutas.
A todo eso, sin embargo, siempre le faltó un componente: el palestino. O, mejor dicho: el nacionalismo. El elemento palestino siempre estuvo ahí: éramos nosotros.
Pero poco o nada recuerdo de que se hablara de las historias de nuestros antepasados, o de sus infancias transcurridas en Palestina: las caminatas mañaneras a la escuela Talita Kumi o los atardeceres tomando el té con menta en el porche de la casa de mis abuelos en Beit Jala.
No nos recuerdo hablando sobre las bodas en la Iglesia de La Natividad de Belén, o los ritos pascuales que siempre incluían peregrinaciones a Jerusalén y visitas familiares para compartir huevos cocidos pintados de colores y ka’ak be ajwe o ma’mul, gloriosos dulces a bases de semolina que preparamos hasta hoy.
Faltaron las preguntas sobre tragedias grabadas en la memoria colectiva palestina, como la masacre de Deir Yassin (1947), cuando fuerzas sionistas asesinaron a más de 100 aldeanos civiles palestinos en los meses previos a la Nakba de 1948, nuestra catástrofe, ya que supuso el desplazamiento forzado de unos 800.000 palestinos y la ocupación del 78% de nuestra patria histórica. Tampoco hablamos de la Naksa de 1967 que devino en la ocupación del resto de Palestina, situación que se mantiene hasta la fecha. Ni de los poemas de Mahmoud Darwish, los de Fadwa Tuqán y Samih al-Qassim, mi favorito. Faltó, incluso, el himno.
Mi experiencia fue distinta a la de miles de palestinos de la región. Por ejemplo, a diferencia de mis vivencias en Ecuador y según relatos de varios amigos y parientes, en Chile, cuando naces en el seno de una familia palestina te sabes y te reconoces palestino.
Con casi medio millón de chilestinos (término usado comúnmente para referirse a los palestinos de Chile), no podría ser de otra forma. Es el país con la comunidad palestina más grande fuera del mundo árabe, misma que ha construido un contexto socio-cultural que promueve contención y sentido de pertenencia, cuestiones no menores cuando de una población diaspórica se trata. Esto ha hecho que la identidad, el vínculo y el patriotismo palestinos jamás se pierdan, aún cinco generaciones después.
En mis años de adolescencia y empezando a transitar el proceso de reconstrucción de mi identidad, aquel contexto se me antojaba apetecido y me generaba interés.
Más que un equipo, todo un pueblo
A mis 14 años viajé por primera vez a Santiago de Chile: Me sentí en casa. ¿Raro? Quizás no. Paisanos a diestra y siniestra, parientes lejanos y otros no tanto, calles llenas de negocios palestinos, comida –mi comida– por doquier. Fue como llegar a una mini Palestina clavada en el Cono Sur. Es extraordinario pensar que en Santiago o en Beit Jala puedo encontrarme con las delicias de Fufu Bakery.
Casi 16 años después volví a Santiago por segunda vez, para asistir al Taqalid, el primer encuentro latinoamericano de la diáspora palestina que, además, logró reunir a más de 7.000 palestinos de la región en un espacio seguro para celebrar nuestros vínculos y, sobre todo, nuestra palestinidad a través de la cultura, el deporte, nexos empresariales y familiares.
Corrían los últimos días de octubre de 2017, y parte de la agenda del Taqalid incluía presenciar un partido entre el Club Deportivo Palestino (CDP) y el Huachipato.
Nunca fui muy amante del fútbol. Seguramente se debía a la devoción con la que mi abuelo materno, Salomón, se entregaba a este deporte y a su equipo, el Macará de Ambato (Ecuador). Era tanta la devoción, que superaba con creces cualquier atisbo de atención que le diera a la presencia de su única nieta.
Pero aquel sábado 28 de octubre fue distinto. Incluso, diría, especial. Testigo de ello fue la presencia de un reportero de Fox Sports. No le interesaba el partido: quería entender el frenesí que sacudía a un grupo de latinoamericanos apoyando un equipo chileno. Tras vivir la experiencia en La Cisterna -el estadio del Tino-, encontró su respuesta.
La sensación de victoria impregnó aquel estadio lleno de banderas palestinas, camisetas de verde, rojo, negro y blanco sobre los hinchas de todas las edades y cánticos de celebración y alegoría. Ese día perdimos 1-0, pero el resultado del marcador pasó a un segundo plano. Habíamos alcanzado una victoria mayor: palestinos de toda América Latina y de todas las generaciones nos dimos cita.
Nacionalidades distintas, pero con una misma raíz y una historia en común reivindicamos aquello que ya sabíamos pero que incluso hoy resulta necesario reiterar: seguíamos y seguimos siendo un solo pueblo.
Pero no todo lo que brilla es oro. Y ningún palestino o elemento ligado a nuestra identidad está exento de la amenaza sionista. Y el Club Deportivo Palestino no es la excepción. Nada ni nadie lo es.
Un equipo de fútbol, su camiseta y un mapa: testimonios de un hecho
En enero de 2014, la Asociación Nacional de Fútbol Profesional (ANFP) de Chile sancionó al Palestino por utilizar el mapa de Palestina Histórica en sus camisetas en reemplazo del número 1.
La sanción no surgió de la nada. Patrick Kiblisky, miembro de la comunidad judeo-chilena, interpuso una queja oficial en la que alegó que “el mapa es un símbolo para el pueblo palestino y no considera al actual estado de Israel”. ¿Por qué debió hacerlo o debería?
Creado el 8 de agosto de 1920, más de 28 años antes de la Nakba que dio paso a la limpieza étnica de más de 150 aldeas y pueblos palestinos, el CDP fue creado incluso décadas antes del aleatorio e ilegítimo Plan de Partición de la ONU que llevó a la división de Palestina Histórica en dos estados.
Uno lleva más de 76 años consagrado como tal, con el agravante de que, desde su creación e inclusive antes, ha perpetrado varios de los más grotescos crímenes, entre los que se cuentan la usurpación y anexión territoriales, el apartheid y, más recientemente, el genocidio. El segundo sigue en ciernes, mientras lucha por su supervivencia frente a un proyecto colonizador y de limpieza étnica.
El Palestino de Chile fue creado a imagen y semejanza de la Palestina que aquellos primeros palestinos que llegaron al país sudamericano dejaron atrás, en su búsqueda de nuevos horizontes y oportunidades industriales y de comercio en el sur latinoamericano. La Palestina de las naranjas de Yaffa y los puertos de Haifa en los que embarcaron y con los que seguramente esperaban conectar a esta maravillosa y naciente parte del mundo con nuestra Tierra Santa.
El Palestino es, sin duda, un testimonio más de que siempre estuvimos ahí, desmintiendo aquel gastado mito sionista de que “Palestina era una tierra sin pueblo”.
Su singularidad y relevancia ha hecho que el Tino sea considerado nuestro segundo equipo nacional. Y si bien es poco usual que un país tenga dos equipos de fútbol, convengamos en que Palestina no es usual: es la situación de ocupación ilegal y prolongada de territorio más larga de la historia contemporánea.
Según las últimas cifras del Palestinian Central Bureau of Stadistics, nuestra población total está compuesta por aproximadamente 14,8 millones de personas (2024). Del total, unos 7,4 millones viven en Palestina Histórica, esto es el Territorio Palestino Ocupado (5,6 millones) y el actual Estado de Israel (1,8 millones); y otros 7,4 millones en la diáspora.
Esto explica por qué el Tino despierta tanto misticismo entre los palestinos que estamos fuera –y también los que están dentro-: encontramos en él un pedazo más de patria palestina, de representación, reconocimiento y pertenencia. También es un bastión de solidaridad y concienciación.
Nunca voy a olvidar al entonces capitán, Agustín Farías, siempre vistiendo nuestro símbolo de resistencia en señal de apoyo. O al “Velociraptor” (Bryan Carrasco), actual capitán y quien manifestaba en semanas pasadas sus ánimos de “dejarlo todo en la cancha” por aquellos que “están sufriendo”.
Pero me atrevería a asegurar que una de las imágenes más viralizadas fue la del pasado 24 de mayo de 2024, cuando en su partido contra Unión Española, el plantel salió a la cancha en un acto que denunciaba el asesinato de miles de niñas y niños palestinos en Gaza: “A más de 12.000 km, dejamos caer nuestras chaquetas por las muertes invisibles del pueblo palestino [...]”.
Ninguno de los jugadores del plantel es palestino. Pero al momento de vestir la kuffiyeh o levantar la bandera palestina, los jugadores del Tino saben que no hace falta nacer palestino para denunciar un genocidio. O, simplemente, para levantar la voz por aquellos que no pueden.
Está claro que a 104 años de su creación, el Palestino de Chile no es solamente un equipo. Es “todo un pueblo”.