Guardianes de Galápagos: contra la pesca ilegal y el desborde turístico
Las islas Galápagos, que deslumbraron a Darwin, hoy están amenazadas por el plástico y los pesqueros. Alberto Andrade lidera un grupo que limpia playas y lucha por salvar este tesoro de la humanidad.
A través de un camino estrecho de adoquines, rodeado de vegetación, toma 45 minutos llegar a pie a la playa de Tortuga Bay, un balneario de arenas blancas, en la isla de Puerto Ayora, la más poblada del archipiélago de Galápagos.
Alberto Andrade, como de costumbre, va con prisa. La lista de pendientes que tiene es interminable. Son las 7 de la mañana, y Alberto va y viene mientras realiza un monitoreo en la playa. Busca microplásticos, basura, especies. Si encuentra a un turista, le advierte: “Si usas plástico en las islas, no lo tires a la primera oportunidad. Reutilízalo”. Ahora, por ejemplo, se detiene ante unos niños que cargan agua en botellas reutilizables. Los mira detenidamente y luego les sonríe: “Muy bien, chicos, así debe ser”. Y sigue su camino.
En el corazón de Galápagos, palpita un delicado equilibrio entre la protección ambiental, las necesidades económicas de los pescadores y el acceso turístico. Andrade, bronceado como todo galapagueño, viste gorra, camiseta blanca de mangas largas. En letras grandes en su pecho se lee: “Frente Insular”.
Alberto, de 51 años y expescador, se ha convertido en activista ambiental y uno de los guardianes de las Galápagos. Lidera el Frente Insular, un grupo que desde el 2017 defiende estas islas de la sobreexplotación turística y pesquera, así como de la lenta pero inexorable invasión del plástico que, en algunos océanos, forma incluso islas enteras.
Tortuga Bay. Foto: Carolina Loza León.
¿Por qué es tan importante proteger Galápagos?
Las Galápagos, conocidas como la cuna de la teoría de la evolución de Charles Darwin, enfrentan serios desafíos. Sufren la presión de una población que no para de crecer y las consecuencias del cambio climático. En agosto, la Fundación Charles Darwin advirtió sobre el riesgo que se cierne sobre las especies costeras: “Especialmente aquellas que dependen de áreas de cría cercanas a la costa”.
Estas islas son un laboratorio viviente que por siglos ha fascinado a científicos y naturalistas. Desde que fueron documentadas por primera vez en 1535, su historia ha estado marcada por la llegada de piratas que las usaron como punto de tránsito, e introduciendo especies que alteraron su ecosistema. Ecuador las anexó en 1830, y cinco años más tarde las visitó Darwin, quien tomó nota de su desbordante diversidad, la cual inspiró su célebre teoría sobre la evolución.
Alberto Andrade a la derecha, junto a uno de los jóvenes de Frente Insular, Roberto Guerra y voluntarias en Tortuga Bay. Foto: Carolina Loza León.
De pescador a defensor ambiental
Durante el último siglo, los ecuatorianos se establecieron en el archipiélago, y su mayoría se ha dedicado a la pesca. Entre estos pioneros estuvo el propio Andrade.
A los 14 años partió desde su natal Guayaquil hacia la provincia costera de Esmeraldas, al norte de Ecuador, para vivir junto a sus tías.
En la década de 1990 descubrió las Galápagos y allí se quedó: se dedicó a la pesca en un momento donde no había controles ni conciencia de la sobreexplotación y el daño que eso traía al ecosistema. La ambición de hoy sería el hambre de mañana.
“Muchos errores se cometieron, es una época que ya pasó para mí y no volverá”, dice Alberto, quien observa el pasado como un lamento. Es, sin embargo, un agradecido pues logró alejarse de la pesca, y seguir otros intereses: ahora tiene un programa de radio. Pero esa no es la realidad de muchos de sus antiguos colegas. “Debido a la mala gestión hay cada vez menos peces”, se resigna. “Y esto, claro, ha afectado gravemente a muchas familias de pescadores”, concluye.
Alberto, como muchos residentes de Galápagos, empezó a cuestionar múltiples prácticas que antes pasaba por alto. Sin embargo, el hecho de implementar medidas de protección afecta los ingresos de los residentes que dependen de la pesca. Mientras que el turismo, fuente importante de ingresos para la región, demanda un acceso que, exigen los habitantes, no comprometa la integridad ambiental del archipiélago. Y por último, la basura oceánica que asola a las islas y que guardianes como Andrade, luchan por contener antes de que sea demasiado tarde.
El barco que robaba especies protegidas y provocó el cambio
En 2017, una noticia reveló la gravedad de la situación en las islas. El buque Fu Yuan Yu Leng, fue capturado mientras pescaba ilegalmente en la Reserva Marina de Galápagos. El barco, con toneladas de especies protegidas en sus redes, representó un punto de quiebre para la población.
“Estábamos agotados y decidimos hacer algo para que esto no vuelva a ocurrir”, recuerda Andrade. “Ese episodio dio origen al Frente Insular. Este colectivo que dejó de lado diferencias de partido, religión y visión para unirse con un único propósito: defender los derechos de la naturaleza y proteger la riqueza natural de las Galápagos”, relata.
Un grupo de voluntarios dedicados a generar conciencia sobre la explotación ilegal pesquera y la contaminación plástica. ¿Qué es lo que hacen? Limpian playas, organizan actividades de educación ambiental, exigen medidas de control a las autoridades y colaboran con los científicos en lo que necesiten. El Frente Insular lo forman guías naturalistas, estudiantes, autoridades y pescadores. Todos para uno. Y uno para todos.
Los galapagueños, aliados en la conservación de su hogar
Material con el que el Frente Insular filtra microplásticos en limpieza de playas. Foto: Carolina Loza León.
Daniela Cox- Knudsen, tercera generación galapagueña, trabaja en sostenibilidad. Y está convencida de que el Frente Insular ha generado una conciencia colectiva que, espera, sea una barrera para la explotación de toda clase sobre las islas. “Es un movimiento que ha tomado fuerza con ciudadanos de diferentes sectores”, explica. “Incluye una visión de conservación con participación ciudadana dentro de la investigación, monitoreo y protección de la defensa marina y el área terrestre”, añade.
Si se quieren ver resultados a largo plazo de manera sostenible, señala, es clave trabajar en la conservación desde la propia comunidad. No hay otro camino más eficaz que ese. “Siempre se percibe al residente galapagueño como el mayor depredador”, añade Daniela, consultora de 37 años que divide su tiempo entre Galápagos y Dinamarca. “Sin embargo, la gente no sabe que los residentes son los más afectados. Y se los estigmatiza cuando en verdad, los galapagueños son los aliados para la conservación de este lugar”, completa.
Andrade conoce mejor que nadie el estigma que les cae a los habitantes de las islas, y sabe también que ellos mismos son la pieza clave de la solución. Su casa es un ejemplo de ello: aquí hay objetos de joyería que realiza su esposa con plásticos reciclados que encuentran en la isla. También hay materiales educativos que emplea Andrade para concientizar a la gente. Mapas con fechas de buques pesqueros en la reserva marina. Y un espacio adecuado para gatos. Lo diseñó para que no salgan y minimizar así el impacto de esta especie introducida a las islas.
Alberto observa su casa y luego dirige la mirada al bosque que lo rodea, un verde inmenso lleno de especies indefensas ante la voracidad humana. Y suspira: “Hay tanto que nos falta por hacer”. Este paraíso que deslumbró a Darwin y sigue asombrando a todo aquel que lo visita, depende de ello.