¿Cómo responder a la tragedia de la DANA en España? Construyendo comunidad

El volver a la comunidad, frente al individualismo neoliberal, es uno de los retos urgentes que tenemos. Volver a construir tejidos críticos, independiente de los grupos de poder, podría emanciparnos.

Personas con mascarillas y soldados retiran barro de una calle inundada en Catarroja, Valencia, el 6 de noviembre de 2024, tras las mortales inundaciones. Foto: César Manso. AFP.
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Personas con mascarillas y soldados retiran barro de una calle inundada en Catarroja, Valencia, el 6 de noviembre de 2024, tras las mortales inundaciones. Foto: César Manso. AFP.

No cabe duda de que, ante las tragedias, paralizados por la fuerza del acontecimiento, lo primero que debemos hacer es guardar silencio. Un silencio largo y profundo, meditando sobre lo acaecido. Así que, antes de escribir, que sea mi silencio un reconocimiento a las víctimas y damnificados por la DANA en España.

Y justo después de ese silencio, solo cabe ponerse a pensar. Mi oficio, el de filósofo, me obliga a mirar el mundo con ojos incisivos y a reflexionar sobre lo que en él acontece. Afortunadamente, no soy político, ni me gustaría serlo en estos tiempos. Tampoco soy politólogo para decir, moralmente, qué debe hacer un político desde la teoría. Desde hace años, mis viajes y vivencias fuera de Europa me han ayudado a relativizar la dureza de los juicios y la superioridad moral que tanto nos gusta aplicar.

La DANA, como tantos fenómenos naturales, es síntoma de que algo no va bien con la naturaleza. Nuestro horizonte de pensamiento, construido en la Europa moderna, priorizó en cierto momento más a la técnica que a la vida, más al beneficio humano que al proceso, y olvidó el papel que la naturaleza, con sus rostros amables y majestuosos, desepeñaba para el ser humano.

En los últimos siglos, solo nos acordamos de la naturaleza para extraer de ella todo tipo de recursos, violándola y violentándola, y es cuando esta nos muestra su cara terrible. Mi crítica no es ad hominem, sino que pretende ser mucho más sistémica.

Mientras, los políticos de todo signo, como punta de lanza de un sistema insostenible, cometen excesos y se aprovechan de esa naturaleza. Por ejemplo, con políticas extractivistas —que serán de sobra conocidas por nuestros lectores latinoamericanos— muchos se han llenado los bolsillos a costa de destruir el ecosistema. O también, con desarrollos ilógicos, o más bien con lógicas neoliberales, se han permitido construcciones en vaguadas y torrentes, secos hasta que el agua fluye y entonces... Entonces acaece lo que nadie quería ver.

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Personas con mascarillas limpian el barro de un garaje subterráneo inundado el 6 de noviembre de 2024 en Catarroja, en la región de Valencia, tras las mortales inundaciones. Foto: AFP.

El sistema neoliberal nos ha vendido, con una vehemencia inusitada, que no hay límite alguno, que el ser humano puede lograr lo que quiera, que todo es susceptible de entrar en un contrato de compraventa. Y también nos hizo creer que seríamos indestructibles y que lo que importaba era el individuo. Un individualismo feroz que asola nuestro mundo.

Por eso, cuando ocurre un fenómeno como la DANA, que ha azotado el levante español en los últimos días, las previsiones se desbordan. Y toda esa lógica neoliberal salta por los aires, siendo el sistema incapaz de responder al reto que supone. Ni como sociedad, ni como comunidad, ni como espacios vivos. Irónicamente, el fango devora todo lo que el hombre había construido, incluidas sus políticas públicas.

Hay muchas culturas que insisten en que la naturaleza no es materia: es también un ser vivo. ¿Y si fuese así? ¿Y si pudiéramos saberlo? La antropóloga peruana Marisol de la Cadena proponía el concepto de earth-beings (seres-tierra), que supone una manera de responder a una visión filosófica eurocentrista y antropocéntrica. Para estas cosmovisiones, los diferentes medios naturales no serían solo materia, sino presencias que interaccionarían con nosotros si los dejamos expresarse. Por otra parte, el filósofo indo-español Raimon Panikkar proponía que este era el momento de volver a una ecosofía, una sabiduría en la que la tierra nos enseñase cómo hacer frente a la crisis global que vivimos.

Enseñarnos a oír a la tierra es algo que, indudablemente, nos hará más responsables y más humildes. Los pueblos indígenas pueden enseñarnos a vivir en esa sintonía, la cual puede complementarse con diversos avances técnicos que hacen nuestra vida más sencilla.

Se trata de propuestas filosóficas y vitales complejas para nosotros que, en una situación de crisis, deben volver a pensarse con urgencia, frente a un sistema neoliberal, extenuado, que vive sus horas agónicas resistiéndose a dar paso a un mundo nuevo. Pero esa agonía pretende aferrarse a nosotros, que, de una u otra manera, seremos sus víctimas. Víctimas de un mundo acelerado, envejecido, individualista y miope, sin capacidad de ofrecernos una vida plena.

Una de las grandes lecciones aprendidas de la DANA ha sido la emergencia de la comunidad del pueblo valenciano frente a la individualidad de los políticos, el prototipo de sujeto contemporáneo. La gente contemplaba estupefacta cómo los servidores públicos maniobraban para humillar al adversario o ganar votos políticos.

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Hay miles de personas que siguen aisladas en España, ya que las autoridades no han podido acceder a algunas zonas tres días después de la tormenta. Foto: Getty Images

Sin embargo, ha habido, al mismo tiempo, una ola de solidaridad ciudadana, llevando víveres y productos de primera necesidad a los damnificados. Esa es la comunidad que, en el momento límite, reacciona, salvando a los suyos. Porque ¿qué puede hacer un individuo solo? Pues probablemente nada.

El volver a la comunidad, frente al individualismo neoliberal, es uno de los retos urgentes que tenemos. Volver a construir lazos, tejidos críticos, solidaridad entre vecinos o movimientos sociales independientes de los grupos de poder es algo que podría emanciparnos. Porque, al fin y al cabo, el ser humano es gregario. No es simplemente que "el pueblo salve al pueblo", sino que "la comunidad es solidaria".

Y esa comunidad debe velar por aquellos que la componen y debe exigir que el Estado sea su protector, su garante. Y que ese Estado no sea el ejecutor de los intereses y proyectos de las grandes corporaciones, que ni se preocupan por el medio ni por los ciudadanos, sino por unos dividendos de la reunión de accionistas.

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El 6 de noviembre de 2024, personas con mascarillas retiran escombros de una calle cubierta de barro en Catarroja, Valencia, tras las mortales inundaciones. Foto: César Manso. AFP.

Las políticas públicas no se pueden decidir por esos proyectos de lobbies y corporaciones, sino por el principio de bien común y respeto a las lógicas que marcan los expertos que conocen el medio. De lo contrario, si construyes en una rambla, con la opinión en contra del geógrafo o el ingeniero, lo más probable es que, en un día de DANA, el agua y el fango se lleven tu casa. Aunque haya ganado mucho el que construyó esa casa y el político que cambió el plan urbanístico para que eso pasase. Y, de nuevo, lo mismo podríamos decir con el extractivismo.

No se trata de ser catastrofista, sino de ser conscientes de que tenemos la gran oportunidad en nuestras manos.

Aprender de los errores es clave para mejorar, pero también para construir el presente. Más allá del clima de polarización política que parece imperar, debemos intentar aspirar a una nueva visión que ayude a que volvamos a creer en nosotros mismos. A creer en nosotros y en la gente que nos rodea. La comunidad, en los próximos años, va a ser clave, y nosotros la necesitaremos para pensarnos y para volver a reconstruir nuestro mundo.

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