“Los sirios dejamos de ser solo ‘refugiados’ para ser un pueblo con sueños”
La caída de Assad es un nuevo amanecer para millones de refugiados y sus familias. Estas son las palabras de Inás al Hachem sobre su padre, quien dejó Alepo, pero siempre con la esperanza de volver.
Aún recuerdo mi primer viaje a Alepo, Siria, el 28 de junio de 2001: tenía casi siete años. Habían empezado las vacaciones del colegio y, como tantas familias de la diáspora siria, mi padre, Fathallah, ahorraba cada año para este momento. Era un viaje caro, especialmente para una familia numerosa como la mía. Pero él nunca dejaba de hablarnos de Siria: de Alepo, particularmente Al-Bab, y de su gente, de su diversidad étnica y religiosa, de su historia, y de sus sabores. Y ese amor, esa conexión con nuestra tierra, nos la inculcó con la misma intensidad.
Siempre decía que teníamos que amar Madrid, pero sin olvidar de dónde veníamos. Soñaba con volver algún día, cuando Siria fuera libre. Fantaseaba con abrir hospitales, escuelas, mezquitas y centros humanitarios. Pero era un sueño difícil y él lo sabía. Siria llevaba años sufriendo bajo el régimen del Partido Baaz, y mi padre, como tantos otros, tuvo que marcharse en 1969. No porque quisiera, sino porque no veía otra opción. Con el apoyo de su familia y su propio esfuerzo, terminó su carrera de medicina en la Universidad Complutense de Madrid mientras trabajaba para mantenerse. Nunca dejó de pensar en Siria. La liberación de su pueblo era una de esas cosas que siempre estaba en sus conversaciones.
Volviendo a mi primer viaje a Siria, recuerdo cómo me impactó. Todo era impresionante, pero lo que más llamó mi atención fueron las imágenes del dictador Bashar Al-Assad en cada rincón. Inocente, pregunté por qué su foto estaba por todas partes. "Baja la voz", me dijeron mi madre y mi hermano mayor, quien, al parecer, ya había aprendido la lección en sus viajes anteriores. Era como si no se pudiera ni mencionar su nombre, a no ser que fuera para alabarlo.
Cuando la revolución estalló en 2011 fue como si un sueño imposible comenzara a tomar forma. Nos aferramos a esa esperanza con todo lo que teníamos. Seguíamos las noticias las 24 horas del día, Al Jazeera estaba siempre encendida. Al principio las llamadas a nuestros familiares eran para compartir esperanzas y novedades, pero pronto se convirtieron en una lista interminable de tragedias: bombardeos, arrestos, desapariciones. Perdimos a tantos...
Inas al Hachem junto a Maryam, joven hispanosiria, cuyo padre también es de Aleppo. (Foto: Inas al Hachem)
Mi tío materno Mahmoud, veterinario con seis hijos, murió en un bombardeo mientras protestaba en Alepo. Dos primos, Firas y Hasan, desaparecieron y ni siquiera tuvimos cuerpos para enterrar. El hijo de mi prima Amani, Ali Rakan, de tan solo 14 años, fue brutalmente asesinado por las fuerzas del régimen y las rusas. Y otro tío... Arrestado.
Con el tiempo, la desesperación se hizo más fuerte que la esperanza. Pero mi padre nunca dejó de soñar. Cada paso que daban los rebeldes era, para él, "la definitiva". Decía que la victoria estaba cerca. Nunca imaginamos que esta lucha se prolongaría 14 años y que mi padre no llegaría a presenciarla, ya que falleció tres años antes.
Este domingo, todo cambió. La noche del 8 de diciembre será inolvidable. Cuando cayó Damasco, la capital, la noticia nos llegó a las 5:30 de la madrugada habiendo dormido tan solo dos horas. Sabíamos que esto supondría el fin de Asad.
Nos veías a mí y a mi hermano aquí en Estambul con la televisión encendida siguiendo las noticias. Más novedades por Twitter e Instagram. Videollamadas con la familia. Algunos en Madrid, otros en Qatar, Noruega, Siria, Alemania… repartidos por el mundo. Cada nuevo avance de los rebeldes era una celebración a lo grande.
A las 3:30 a.m. ya estaba medio dormida. Pero a la vez pendiente, hasta que mi hermano me despertó alrededor de dos horas después gritando de felicidad: “¡Bashar cayó! ¡Bashar cayó!”. Fue una explosión de emociones que no puedo describir. Risas, lágrimas, abrazos. No pudimos volver a dormir.
Salimos a la calle en Estambul, al barrio de Fatih, donde vive una gran comunidad siria desplazada. La gente repartía dulces, especialmente el halawet el jibn, postre típico del país para celebrar ocasiones especiales. Otras personas cantaban “Uno, uno, uno… el pueblo sirio es uno”, y celebraban. Aunque no nos conocíamos, ese día éramos una sola familia. Nos dábamos la enhorabuena los unos a los otros. Después de tanto dolor, estábamos juntos celebrando la misma victoria, soñando con la misma esperanza.
Miles de sirios que viven en Estambul celebraron este domingo en las calles de Fatih, en Estambul, Türkiye. / Foto: AA.
Por fin, los sirios merecíamos ser felices de nuevo. Por fin dejamos de ser solo "refugiados" para ser, otra vez, un pueblo con tierra, con nombre, con sueños.
Siria, o como nos gusta llamarla, Sham, la tierra del jazmín, podrá ser recordada por su belleza, su historia, sus antiguas civilizaciones, su rica cultura, y no por sus guerras.
Sé que lo que viene no será fácil. Las posguerras nunca lo son. Pero al menos, por primera vez en años, tenemos algo que celebrar y esperanza en lo que viene.
Pienso en todos los que perdimos, en los que dieron su vida por esto, desde el pequeño Hamza al-Khatib, el primer mártir de la revolución, torturado y asesinado en Daraa por atreverse a escribir la palabra "libertad" en una pared, hasta Abdul Baset al-Sarout, el gran símbolo de esta lucha. Exportero de la selección de fútbol siria, su voz resonó en las calles de Homs, un acto de valentía que pagó con su propia vida.
Pienso en mi padre, y sonrío porque sé que él también lo estará haciendo. Gracias a Dios.
Y sí, ya estamos planeando nuestro próximo viaje. Porque ahora, por fin, podemos volver a visitar Siria y Alepo. Sobre todo por él.