Srebrenica o el arte de no aprender nada

Actualmente hay más de diez genocidios activos en el mundo, la mayoría contra musulmanes. A 29 años del genocidio de Srebrenica, Bosnia se convierte en un elemento de reflexión clave en Europa.

El 11 de julio es el Día de Conmemoración del Genocidio de Srebrenica, según determinó la ONU en mayo de este año. Foto AP
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El 11 de julio es el Día de Conmemoración del Genocidio de Srebrenica, según determinó la ONU en mayo de este año. Foto AP

La visita a Srebrenica, en el este de Bosnia y Herzegovina, causa una sensación extraña. Al menos a mí me la produjo. Fue hace unos diez años mientras pasaba un verano en la Universidad de Sarajevo. Si soy sincero no hice mucho caso al guía, preferí sentir lo que allí había y por un momento me sumergí en lo más oscuro del alma humana.

El tiempo se detuvo y me imaginé a mí mismo allí, en la fábrica Potočari, angustiado y separado de mis seres queridos. ¿Qué habría hecho yo? ¿Por qué de esa parálisis? ¿Quién era? Cuando mi parte racional volvió a tomar el control, fui consciente del horror de la muerte, pero ante todo de la falta del respeto por el ser humano solo por ser el «otro».

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¿Qué pasó en Srebrenica? El genocidio contra los bosnios que marcó a Europa

Cuando pensamos en genocidios pensamos o bien en el Holocausto que perpetraron los nazis o en guerras incomprensibles en países más incomprensibles para nosotros. Se nos vienen a la mente excéntricos dictadores militares, organizaciones que desfilan con sus misiles o regímenes descontrolados, pero nunca pensamos en nosotros, en que esto puede pasar en nuestra cotidianeidad.

La Europa colonial tuvo una tradición de perpetrar, en nombre del progreso y la ilustración, genocidios en África y en Asia. Algo que se fue replicando y hay quien lo promovió, por razones similares, ya a finales del siglo XX en suelo europeo. Sin embargo, si preguntásemos a muchos de nuestros conocidos por los hechos de Srebrenica prácticamente pocos de ellos serían capaces de explicar su génesis histórica.

Fue una extraña melé entre la crueldad atea y materialista del marxismo soviético, el nacionalismo eslavo y, por supuesto, bajo el amparo de una identidad «ortodoxa» que poco o nada tiene que ver con la tradición cristiana. Los líderes serbios buscaban el progreso de la nación y ello implicaba acabar, en el sentido literal, con los musulmanes bosnios.

Musulmanes que, por otra parte, recordaban al pasado otomano, ese que, eventual y falsamente, los nacionalismos europeos asociaban a una época oscura, falta de progreso y modernidad. Parecía que los bosnios eran extranjeros que complicaban el proyecto del paneslavismo pensado, curiosamente al mismo tiempo que el sionismo, en el siglo XIX.

Lo que los líderes serbios ocultaban era que la identidad de los bosnios musulmanes estaba muy consolidada y eso les daba mucho miedo. No solo eran europeos tal y como lo entendemos, pues tenían una lengua europea, el bosnio, con patrones genéticos comunes a otros pueblos europeos, con una cierta dependencia cultural de Austria, si no que, además, eran cosmopolitas hacia Oriente y Occidente.

Esto último, el cosmopolitismo, era lo que causaba más terror a los líderes serbios, que los veían como una molestia para una gran Serbia. ¿Por qué? Porque no encajaba en el proyecto nacionalista eslavo, a diferencia de la tolerancia que la cultura islámica les había dado a los bosnios. Y así, los políticos y militares serbios apostaron por una limpieza étnica, siendo Srebrenica su golpe maestro.

Más de 8.000 varones de todas las edades fueron asesinados directa o indirectamente, a algunos los enterraron vivos, en una zona asegurada por los cascos azules de la ONU que, en ese momento, estaban bajo mandato de Holanda. El lema que esgrimieron los Escorpiones del ejército de la República Srpska fue: «Ha llegado el momento de vengarse de los musulmanes». Para Mladić y Karadžić esos musulmanes representaban al «otro», subhumanos que si eran destruidos se resolverían todo los problemas anteriores.

La posthistoria no puede ser más impactante y dolorosa. Hubo reparación judicial, pero ¿a qué precio? El país quedó roto pero unido, artificialmente, por una tensión entre la Federación Bosnia y la República Srpska. Es una calma tensa, forzada, al borde del estallido.

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Por ejemplo, en las clases escolares los niños se dividen en lengua, historia y religión según su adscripción étnica. Es extraño pensar que un pueblo tan acogedor y humilde como es el bosnio viva con ese grito de rabia contenido. Y, tras todo, no pudieron eliminar ni la identidad ni la fuerza de los bosnios que, en la posguerra, se aferraban al islam, como ya lo hicieron en los tiempos comunistas.

¿Y qué hemos aprendido de Srebrenica? Pues, como siempre, prácticamente nada. Ahora mismo hay más de diez genocidios activos en el mundo, la mayor parte contra musulmanes. En Europa y América Latina estamos tonteando con partidos nacionalistas que, de forma irónica, se dicen liberales. Sin embargo, son xenófobos, autoritarios, manipuladores y fomentan el odio contra cualquiera que no concuerde con su proyecto nacionalista.

Se presentan en un espectro nuevo, pues no son ni de izquierdas ni de derechas, aparentemente, pero tienen el nacionalismo como clave. Un nacionalismo lingüístico, político o incluso basado en la ideología woke —como ocurre en gran parte de la izquierda alternativa, renovada versión de la gauche divine—. Para todos ellos los musulmanes parecen ser una molestia, principalmente porque no encajan en los moldes, ni en el nacionalismo de corte europeo clásico ni en los espacios laicizados y preñados de la nueva religión woke.

Es una actitud firme la que tienen los pueblos cuya base cultural es el islam al pedir una justicia social, pero, a la vez, un orden con valores. Esto es algo que les asusta a ambos extremos en Europa. Las comunidades musulmanas crecen, algunas como en Reino Unido con muy buenos resultados en materia de normalización y enriquecimiento cultural. Que estos partidos a la derecha, tradicionalmente, y a la izquierda, de forma sibilina, perciban como enemigo al islam se debe a esto precisamente.

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Los familiares lloran a sus seres queridos mientras los restos de 14 víctimas del genocidio de Srebrenica identificadas más recientemente llegan a la aldea para ser enterrados en el cementerio conmemorativo de Potocari-Srebrenica. (AA/Samır Jordamovıc)

A corto plazo es su principal desafío ante sociedades que se rompen por el escepticismo posmoderno y el cansancio del neoliberalismo. La socialdemocracia europea creyó que fidelizaría la comunidad musulmana a base de subvenciones y en muchos países se equivocó. Los conservadores no se dieron cuenta de que los musulmanes podrían haber sido una fuerza social, pero prefirieron dejarse llevar por los viejos prejuicios del nacionalismo centroeuropeo y el orientalismo.

Mala idea, la condescendencia nunca es una solución posible. Ambos se asombran ahora que aquel cliente que no supieron fidelizar esté alejado y apático, mientras los nacionalistas crecen ofreciendo mensajes de salvación.

A 29 años de la masacre de Srebrenica, Bosnia ofrece una oportunidad para ser un elemento de reflexión clave en Europa, especialmente ante la consolidación de la comunidad musulmana crítica e histórica, europea y guardiana de una tradición centenaria. No son el otro, podríamos ser nosotros. En el mediterráneo y en Latinoamérica hemos heredado el cosmopolitismo. Es el cosmopolitismo, del que tanto sabe el mundo islámico en el que vivían los bosnios, el que puede salvarnos de algo peor que nos acecha.

Es un encontrarnos y saber que podemos aprender; que somos iguales; es un valor olvidado en nuestros días, pero con gran potencialidad. Escuchar la historia, paladear el presente. Aprender a aprender, pero haciéndolo de verdad. No por el progreso, sino para encontrar la paz propia. Este es el mejor tributo que podemos dar a las víctimas de Srebrenica.

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