“Hoy en día, el estado de Israel trata a Dios como si fuera su empleado”
Silvana Rabinovich, académica de referencia en Latinoamérica, desenmascara cómo el sionismo emplea la Biblia para justificar la violencia. Aun siendo judía, tiene el valor para levantar la voz por Palestina.
Que los gobiernos siempre han elegido cuidadosamente las palabras para consolidar su influencia, persuadir a la gente y reducir a sus adversarios es algo sabido. Pero que un Estado emplee el lenguaje bíblico y, en lugar de honrarlo, lo ponga al servicio de justificar matanzas y atrocidades, ya es ir demasiado lejos.
Afortunadamente, hay personas que lo detectan y tienen la valentía para denunciarlo al mundo.
Silvana Rabinovich es una de esas personas. Es una académica de referencia en Latinoamérica, doctora en filosofía, exdocente de Biblia hebrea e investigadora titular en la Universidad Nacional Autónoma de México. Y, aun siendo judía, tuvo –y tiene– el coraje para levantar la voz por los oprimidos en Palestina.
Rabinovich publicó un libro decisivo llamado “La biblia y el dron”, primero editado en España, luego en Argentina, México y ahora en Estados Unidos, donde pone el dedo en la llaga del perverso andamiaje discursivo de Israel a la hora de comunicar sus operaciones militares supuestamente amparadas por el cielo.
“Cada nombre de operativo militar tiene resonancias teológico-políticas. En el 2012, llamaron a uno ‘Pilar de defensa’, que en hebreo significa ‘Columna de nube’. Y uno sabe que en la Biblia la columna de nube era una manifestación de Dios que acompañó a los judíos en el desierto para protegerlos del sol. Pretenderse columna de nube significaba ‘Dios nos va a proteger’. El verdadero judío va con la cabeza cubierta porque recuerda que el poder de Dios está por encima suyo. Pero hoy en día, el Estado de Israel trata a Dios como si fuera su empleado”.
Para llegar a quien es hoy y desmantelar con tanta agudeza el discurso sionista, Silvana tuvo que recorrer un largo camino. Fue su abuelo Wolf, maestro autodidacta, el primero en enseñarle hebreo. Era un distinto: enseñaba con humor, con amor y con espíritu crítico.
“Papá murió cuando yo tenía cuatro años así que él fue como un papá para mí. Mi abuelo a Dios le llamaba ‘mi amigo Jehová’. Le debo a él mi amor por esta lengua. Con él jugábamos a encontrar las raíces de las palabras. Y me enseñó a ver la esencia de cada una de ellas”, cuenta.
“Salí a protestar frente a la Embajada de Israel. No quería que cometieran atrocidades en mi nombre", dice Silvana. (Foto gentileza Ángel Aviña)
Silvana, que es argentina, de la ciudad de Rosario, ganó un concurso de Biblia hebrea y viajó a Israel a fines de los ’70.
Luego, se convirtió en maestra de Biblia. Años más tarde regresó a Israel, donde hizo una maestría en Filosofía: allí tuvo profesores que la marcaron para toda la vida.
“Todas las semanas venía a darnos clases Yehuda Amijai, un poeta maravilloso. Sus clases eran inspiradoras. Él nos enseñó a cuestionar los abusos de poder. Era un pacifista.”
Como Silvana estudió becada en Israel, le tocó devolver, con trabajo, aquella estadía. Así que en los ’90, tomó un empleo como maestra de hebreo en México y luego fue convocada por la universidad. Desde entonces vive en la Ciudad de México.
Ya basta
De joven, Rabinovich militaba en el movimiento sionista socialista, pues creía que el sionismo tenía una vía moral. Aún no entendía la profundidad de la derrota de las voces disidentes dentro de este.
“Había pensadores que yo admiraba y decían: ‘No podemos repetir la figura de estado nacional que nos expulsó de Europa’”, recuerda Silvana. “Había un sabio judío ortodoxo llamado Yeshayahu Leibowitz, que llamaba a la objeción de conciencia. Llenaba un anfiteatro en la universidad hebrea de Jerusalén en 1982 diciendo: ‘la bandera es un trapo de colores’. Y acusaba a Israel de ser idólatras de la tierra. Les decía fascistas en la cara. Él había huido del fascismo”.
Pero el tiempo y las luchas internas, le demostraron que el discurso sionista se alejaba cada vez más de sus ideales, y se acercaba peligrosamente a la dialéctica de los opresores.
El quiebre se dio a fuego lento. En el 2005, el primer ministro Ariel Sharon decretó un “plan de desconexión”: tras desalojar las colonias judías en Gaza se desentendía de cualquier responsabilidad con los pobladores palestinos, y los exponía para exhibir las “armas probadas” de la industria bélica israelí, algo que Silvana interpretó como el inicio de una tormenta. Y así fue.
En diciembre del 2008, Israel lanzó una invasión salvaje llamada “Plomo fundido”. Silvana dio primero un paso al costado y cortó lazos con el sionismo. Luego, dio un paso al frente en pos de contar la verdad.
“Dije ‘ya basta’. No me callo más. En la comunidad judía te dicen: ‘los trapos sucios se lavan en casa’. Pero luego te das cuenta, que esos trapos nunca se lavan. Y te tratan como tonto utopista. Salí a protestar frente a la Embajada de Israel. No quería que cometieran atrocidades en mi nombre”.
En memoria de los niños palestinos que ya no están
En el 2009, junto a un pequeño grupo de intelectuales judíos, Rabinovich lanzó en México una campaña conmovedora de acción ciudadana. Se llamó “Adopta a un niño muerto”.
En plena masacre del ejército de ocupación israelí, con un tendal de cientos de niños muertos –y mientras el mundo y los medios se desentendían de la tragedia–, Silvana hizo una convocatoria para que las familias adoptaran simbólicamente uno de esos niños, honraran su nombre, llevaran flores a una tumba simbólica y rezaran por su alma.
El pueblo mexicano, con una cultura arraigada en celebrar la memoria de sus fallecidos, se solidarizó masivamente con la consigna, y padres anidaron en sus hogares el dolor de los niños muertos del otro lado del mundo.
“No queríamos que esos chicos fueran sólo un número en los periódicos. Conseguimos sus nombres, y sus fotografías. Incluso averiguamos sus gustos y sus sueños, para humanizar la desgracia. Mi familia adoptó a un chico llamado Ali Mounir, que lo mataron mientras jugaba a la pelota. Y a la gente le decíamos que teníamos un hijo asesinado en Gaza”.
En paralelo, proyectaban en la filmoteca de la universidad, films de cineastas israelíes críticos del sionismo. Y se organizaba un ciclo de cine debate: “Paz o pax en Medio Oriente”.
Además, formó parte –aún sigue activa– de un colectivo junto a cientos de intelectuales de México: Académicos con Palestina contra el genocidio. En su primera clase abierta en un campamento estudiantil en la universidad con otros 23 profesores, Silvana fue la encargada del primer discurso.
"Los sionistas me acusan de traición. Pero confunden fidelidad con complicidad", asegura la académica. (Foto gentileza Silvana Rabinovich).
Sin embargo, claro, no le fue fácil expresar la verdad dentro de la comunidad judía. Parte de su familia cercana que vive en Israel le dejó de hablar. Y en la Argentina, otros familiares le confesaron que su crítica activa los afectaba dentro de la comunidad judía. En el trabajo, se repitió el hostigamiento.
“Es espantoso todo lo que me pasó dentro de la comunidad judía. Hubo sionistas dentro de la universidad que hasta les decían a los estudiantes que pidieran mi renuncia. Sin embargo, la mayoría de los académicos salió a apoyarme”, relata.
De lengua sagrada a lengua bélica
A lo largo de los años, Silvana investigó cómo el hebreo que le había enseñado amorosamente su abuelo de niña era secularizado y empleado con fines bélicos. Además, descubrió cómo la Biblia denunciaba actos cruentos que ellos mismos replicaban.
“Es tremendo lo que han hecho con el hebreo, una lengua espiritual, que termina siendo usada como arma de guerra. Me llamaba también la atención la figura de Sansón, que en la Biblia se suicida con el enemigo. Los israelíes no entienden que cuando mandan a sus hijos a hacer atrocidades en Gaza, en realidad también los matan a ellos. Los matan espiritualmente. Crean un Golem donde siempre ven que el terrorista es el otro. Y no ven los actos de abuso que ellos mismos producen en el cotidiano de la gente”.
Sin ir más lejos, advierte Rabinovich, una lectura profunda de la Biblia no sólo da la espalda a los atropellos en Gaza, sino que también da la razón a los palestinos de reclamar esa tierra como propia.
“El nombre de Abraham habla de la tierra prometida y es más amplia de lo que se imagina. Incluye desde el Éufrates hasta el Nilo. Pero Dios se la prometió a Abraham y a su hijo primogénito que es Ismael, de quien descienden los árabes. Ellos tienen más derechos a reclamarla. Los sionistas dicen que, como no fue hijo de Sarah, no le corresponden los mismos derechos que a Isaac. Eso no es cierto: la Torah es muy categórica al respecto. El primer hijo varón del padre, es quien hereda el doble que el resto”.
Pero poco y nada queda en esas tierras del espíritu pacífico de la Biblia.
“En Hebrón por ejemplo, que era una ciudad refugio mencionada en la Biblia, en la actualidad es todo lo contrario. La vida de los palestinos, que son mayoría, es miserable por culpa de la minoría de colonos que viven cometiendo toda clase de crímenes. Una amiga israelí los calificaba de ‘actos de cosacos’. Mi abuelo era de Ucrania y llegó a la Argentina escapando de los cosacos. Y ahora esta gente hace lo mismo”.
La lengua que unió dos pueblos
Además de dominar el hebreo, Silvana estudió árabe –se certificó en Madrid– y ahora investiga en profundidad una lengua en la cual, según explica, están las claves para entender cómo judíos y musulmanes convivieron pacíficamente a lo largo de la historia: el árabe-judío, una lengua que hablaban los judíos en Al Andalus y en otras tierras islámicas.
“Hay que desmontar la idea de que ese odio es religioso y milenario. Apenas tiene cien años. La gente olvida que hubo mil años de convivencia en armonía entre judíos y musulmanes. Este odio no es religioso, es político. En Al Andalus, los judíos no llamaban a Dios como Elohim. Le decían Allah, igual que los musulmanes. A pesar de las diferencias de credo, vivían en paz”.
Ningún académico ni religioso judío se dedicó a contradecir las afirmaciones de Rabinovich. De hecho, una vez ella pidió a un rabino, alineado con sus ideas, que escribiera el prólogo de su libro. “Estoy de acuerdo en todo lo que dices”, se excusó, “pero si lo prologo, pierdo mi trabajo”.
Rabinovich siente su conciencia en paz. Y está convencida de que, con su postura, honra la memoria de su abuelo, que le enseñó hebreo cuando era niña; de su padre antisionista y también de los profetas bíblicos.
“Los sionistas me acusan de traición. Pero confunden fidelidad con complicidad. Si uno es fiel, debe poder criticar, y decir las cosas en público y en la cara. Los profetas de Dios han sido siempre voces valientes que se pronunciaron contra los abusos de los poderosos. Y esta gente está en las antípodas de lo que dice la Biblia”, concluye.