Sobreviviente de infame cárcel en Siria relata torturas de régimen de Assad

Munir Malki sobrevivió a los horrores del régimen de Bashar Al-Assad en las profundidades de la cárcel Sednaya y otras prisiones en Siria. Su historia es la de miles que exigen justicia y reparación.

Una fotografía de Munir Mulki, tomada un día antes de su encarcelamiento en Sednaya a la edad de 23 años.
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Una fotografía de Munir Mulki, tomada un día antes de su encarcelamiento en Sednaya a la edad de 23 años.

Cuando el régimen de Bashar Al-Assad fue derrocado por grupos opositores sirios, también se abrieron las puertas de las infames cárceles del régimen, en las que decenas de miles de personas habían desaparecido durante casi 14 años de guerra civil.

Durante años, la prisión de Sednaya ha simbolizado los horrores más oscuros del régimen de Assad: un lugar donde se borró sistemáticamente toda esperanza. Dentro de sus muros, la tortura no era un simple castigo, sino una herramienta de aniquilación.

La organización de defensa civil de Siria, conocida como los Cascos Blancos, ha ayudado a liberar a unos 25.000 prisioneros de Sednaya. Según Raed Al-Saleh, director de esta iniciativa, “Sednaya no es solo una prisión, sino un matadero humano en el que se masacra y tortura a personas”.

Cuando se abrieron las puertas de Sednaya, surgieron detalles escalofriantes que han sacudido al mundo.

La prisión, diseñada para desorientar y deshumanizar, era un centro laberíntico en el que se perpetraba un sufrimiento inimaginable. Sus puertas tipo bóveday sus paredes sin ventanas ocultaban celdas abarrotadas de prisioneros que padecían hambre, asfixia y torturas interminables.

Cada ala de la prisión se especializaba en una forma distinta de brutalidad, con gritos que resonaban por los pasillos mientras los guardias imponían el silencio. Los videos mostraron a mujeres aturdidas y vacilantes, que eran liberadas de las lúgubres celdas, las cuales aún conservaban las huellas de evacuaciones precipitadas.

Amnistía Internacional estima que hasta 20.000 detenidos fueron recluidos luego de juicios simulados que duraban apenas minutos. En prisión sufrían violaciones, descargas eléctricas y palizas, muchos de ellos fueron torturados hasta la muerte.

Los supervivientes describen Sednaya como una pesadilla viviente de crueldad sistemática.

“Sednaya no es sólo un lugar donde la gente muere: es un lugar donde se les olvida”, dice Munir Mulki, quien sobrevivió a una brutalidad inimaginable en ese lugar.

La historia de Mulki, quien pasó más de seis años en las prisiones de Siria, es una de las tantas que han arrojado luz sobre la brutalidad del régimen de Assad. “No pudieron romperme”, declara. Pero la sombra de Sednaya persiste, y Mulki se niega a que las voces de los desaparecidos se desvanezcan en el silencio.

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"Sednaya no sólo me quitó el sueño de convertirme en ingeniero de software: me robó la vida entera", afirma Munir Mulki.

La silla alemana y más

El calvario de Mulki comenzó en 2005. A sus 23 años y siendo estudiante de ingeniería informática fue arrestado en la frontera entre Siria y Jordania bajo acusaciones de apoyar a Hamás. Lo que siguió fue una crueldad inimaginable.

En el centro de detención de la sede de Palestina, lo recluyeron en una celda con 70 personas más. Allí sosportó palizas, descargas eléctricas y formas horribles de tortura como el “Shabah” y la “silla alemana”.

“Sentía como si mis brazos se salieran de sus articulaciones”, recuerda Mulki. El método de la “silla alemana” consistía en un dispositivo que le retorcía la columna vertebral hasta que creía que se iba a romper.

Dos años después, Mulki fue trasladado a Sednaya y sufrió hambre, tormentos psicológicos y constantes ejecuciones. “No era solo un lugar donde la gente moría”, afirma. “Era un lugar donde la gente era eliminada”.

Cuando TRT World visitó a Munir Mulki en su modesta casa en Estambul, él estaba inmerso en una conversación con amigos en Siria, hablando de los pasillos laberínticos de Sednaya y el destino de aquellos que aún están desaparecidos.

"Mi supervivencia me obliga a hablar por aquellos que no pueden", dice. "Sednaya no es solo una tragedia siria. Es una tragedia humana".

Los recuerdos claramente le pesaban, sus manos temblorosas y su expresión fatigada reflejaban años de cicatrices físicas y emocionales. Sentado en su sala de estar, Mulki parecía luchar con el dolor de revivir el pasado: la tortura que sufrió en Sednaya, que aún lo persigue y moldea su búsqueda de justicia.

Arrastrándose hasta el baño

Los métodos de tortura que relató fueron nada menos que horribles.

"En ese lugar no había nada que fuera humano", dice Mulki. “El hacinamiento era sofocante, éramos 70 personas amontonadas en una celda para 10. No había espacio para tumbarse o sentarse adecuadamente", recuerda.

Mulki estuvo colgado de las muñecas durante horas, con los hombros tensos soportando el peso de su cuerpo.

“No solo querían hacerte daño, querían borrar cada parte de lo que eras”, añade.

"En la pequeña celda, cada prisionero tenía apenas unos centímetros de espacio para tumbarse. Nos colocaban en filas muy apretadas y, a menudo, alguien nos empujaba con los pies para hacer sitio para otros. Debido a la falta de espacio, teníamos que dormir por turnos, ya que la celda era demasiado pequeña para que pudiéramos dormir todos a la vez", explica Mulki.

Recuerda la brutalidad de los guardias que se pusieron a la tarea de destrozarle el cuerpo. “Me golpearon con cables hasta que mis piernas se pusieron negras e hinchadas. Arrastrarme hasta el baño me llevaba horas. Cada centímetro era una agonía”, dice.

"Otros métodos de tortura fueron simplemente aterradores: 'Shabah', donde mis manos eran suspendidas del techo hasta que el dolor se volvía insoportable; 'Dolap', donde me aplastaban dentro de un neumático de goma, mi cuerpo retorcido; descargas eléctricas que recorrían mi cuerpo, dejándome temblando de dolor; y quemaduras de cigarrillos que abrasaban mi piel. Las colillas presionadas en mis hombros se volvieron tan frecuentes que el dolor insoportable casi se sentía rutinario, casi", relata.

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“Sednaya no es sólo el lugar donde la gente muere: es el lugar donde son olvidadas”. El sobreviviente Munir Mulki relata los horrores indescriptibles de la prisión de Sednaya.

“Las mujeres y los niños tampoco se salvaron”

Informes de las Naciones Unidas exponen la tortura sistemática, las ejecuciones y las condiciones inhumanas que sufrieron los detenidos, incluidos mujeres y niños. Sin embargo, la continua ausencia de acciones concretas plantea serias dudas sobre la eficacia de los mecanismos internacionales a la hora de garantizar la rendición de cuentas y la justicia para las víctimas.

"En Sednaya había niños con nosotros. No podía soportar ver a un niño de siete años detenido junto a su padre y sometido a las mismas torturas que nosotros".

La tortura psicológica era constante. "Escuchábamos los gritos de las mujeres siendo agredidas en celdas cercanas. Esos gritos todavía me persiguen. Sientes su dolor, su desesperación, y no puedes hacer nada", dice Mulki, su voz entrecortada.

Las ejecuciones se realizaban con una escalofriante regularidad. "Por la noche, escuchábamos los gritos y los disparos. Algunos eran ahorcados frente a nosotros como advertencia", relata.

Además de narrar los horrores a los que él y otros prisioneros fueron sometidos, Mulki habló sobre la profanación de la fe.

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