“Ante todo lo que nos han quitado, el tejido es nuestra resistencia”

Claudia Alarcón es tejedora wichi. Sus obras llegaron a exposiciones de Londres, Venecia y Nueva York. Quiere que el reconocimiento sirva para ayudar a su comunidad aborigen en Argentina, que carece de recursos.

Claudia Alarcón es una tejedora wichi cuya obra ha llegado a exposiciones en Londres, Venecia y Nueva York. Su arte es un símbolo de resistencia y esperanza para su comunidad en Argentina. Foto: Abdul Wakil Cicco
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Claudia Alarcón es una tejedora wichi cuya obra ha llegado a exposiciones en Londres, Venecia y Nueva York. Su arte es un símbolo de resistencia y esperanza para su comunidad en Argentina. Foto: Abdul Wakil Cicco

Qué es la memoria sino un tejido de hilos a los que llamamos recuerdos. Hilos coloridos que dibujan uniones, que tejen rupturas, que serpentean caminos buscando nuevos horizontes. En Argentina, dentro de la comunidad indígena de los wichis, de las pocas que subsisten en estos tiempos, tejer es una forma de no permitir que el olvido, esa mancha negra que todo lo traga, corte los hilos de una tradición que su pueblo preservó durante siglos.

Según el último censo en Argentina, realizado en 2022, hay 80 mil aborígenes wichi. El 45,9% viven en la provincia de Salta, en el norte del país. Son de las etnias con mayor población del país, aunque están presentes también en Bolivia y en Paraguay, aunque con otros nombres. Gracias a una lucha de décadas, donde les tocó más perder que ganar –o mejor dicho, recuperar lo perdido- lograron que el estado argentino los reconociera como dueños de 400 mil hectáreas.

A diferencia del resto, los wichi no se enfrentaron con sus conquistadores españoles y hoy son tal vez el único pueblo aborigen en Argentina que sigue hablando su idioma como primera lengua. Los niños recién aprenden castellano cuando van a la escuela. Su lengua es su identidad: el hilo que nunca debe cortarse.

“Muchas cosas pueden cambiar en nosotras y en la forma en la que vivimos”, narra Claudia Alarcón, artista y tejedora wichi en Argentina. “Pero la lengua es lo que nos hace wichi. En nuestro idioma ‘wichi’ significa ‘gente’”, enfatiza.

El tejido de la identidad

Desde hace un año y en plena comunidad wichi, está el grupo Silät: más de cien mujeres que han hecho del tejido una forma de reafirmar su identidad aborigen y con ello dieron la vuelta al mundo. Mujeres que lograron que sus tejidos, labrados al descampado, entre árboles, montes y el canto de los pájaros a cielo abierto, llegaran a exhibirse en Nueva York, en una galería de Londres, y también en la edición número 60 de la Bienal de Arte de Venecia, Italia. Allí los visitantes son testigos de sus nueve tejidos que, con el lenguaje de los colores, narran creencias y conocimientos de un pueblo que resiste.

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El grupo Silät, compuesto por más de cien mujeres wichi, utiliza el tejido como una forma de reafirmar su identidad y preservar su cultura. 

En esta semana, al cumplirse el Día Internacional del Aborigen, su historia es digna de contarse.

Alarcón tiene 35 años y es la tejedora wichi que encarna este despliegue del arte aborigen en el mundo. Vive entre los ríos Pilcomayo y Bermejo, en el norte de Argentina. Su padre, como tantos wichi, era cazador y pescador. Su madre, ama de casa.

Sólo en su municipio, conviven 200 comunidades wichi: cada una con su jefe.

El arte que llevan en la sangre

Claudia teje desde los 12 años, mientras completaba la escuela secundaria. Las mujeres wichi aprenden a tejer cuando comienzan la adolescencia. Su forma de vivir, dicen ellas, es tejiendo.

“Ante todo lo que nos han quitado, el tejido es resistencia”, afirma Claudia, parte de un pueblo con una profunda conexión con el paisaje y el respeto por los antepasados. Aunque en estos tiempos el mundo imponga un único modo de vida, con teléfonos inteligentes, automóviles, y rascacielos, los wichi siguen, como hace milenios, viviendo en casas de barro, cocinando en la tierra con leña, pasando tardes a la sombra de los algarrobos, y en los días de agobio de calor, durmiendo a cielo abierto. Y, sobre todo, con la antena del corazón atenta a los mensajes de la naturaleza.

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A través de su arte, Claudia y las mujeres wichi no solo preservan su tradición, sino que también llevan sus creaciones a galerías internacionales, mostrando la fuerza y belleza de su cultura. Foto: Abdul Wakil Cicco. 

Un día a Claudia le llegó un mensaje más allá del monte que lo cambiaría todo. Le anunciaban que una de sus obras, en una exposición en arteBA, en Buenos Aires, acababa de venderse por 3.000 dólares. Fue su trampolín al mundo.

En el 2022, otro tejido en fibra de chaguar y punto antiguo recibió el primer premio en el Salón Nacional de las Artes Visuales, en el Palais de Glace, de Buenos Aires. Poco después , le dieron un premio por una obra en lana de oveja, en la feria Pinta en Miami, Estados Unidos, al que llamó “El ojo de los ancestros”.

“Es hora de mostrar todo lo que viene de nuestra fuerza y formas ancestrales hacia el futuro”, se entusiasmó Alarcón al recibir el premio. Sus tejidos pasaron por galerías de Brasil y por una exposición en Londres en el 2023. Un año después llegaron, junto al grupo Silät, a la Bienal de Venecia cuyo título de convocatoria era “Extranjeros por todas partes“. Lo que sienten los wichi a diario desde hace siglos.

“Poder estar en una exposición de arte tan importante para mí es un gran logro y es el fruto de años de mucho trabajo y sacrificios”, recuerda Claudia. “Para las mujeres wichi, en realidad el arte no es nuevo, sino una actividad muy antigua. Estamos habituadas a llamar artesanías a nuestros trabajos, porque así es como otros nos dijeron que se llaman. Pero en nuestro idioma no existen las palabras arte ni artesanía, nosotras decimos ‘tayhin’ que se puede traducir como tejiendo, como una acción continua, que nunca dejamos de hacer. ‘Tayhin’ también es construir y cicatrizar”.

A la par de la muestra en Venecia, las wichi exhiben sus tejidos en Nueva York, y en octubre llegarán al Museo Humboldt Forum de Berlín, Alemania. Y el año próximo, a la Bienal del Mercosur en Porto Alegre, Brasil.

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El proceso de tejido con chaguar es una tradición que conecta a las mujeres wichi con sus antepasados y su entorno natural, manteniendo viva una herencia cultural invaluable. Foto: Abdul Wakil Cicco.

Día internacional del Aborigen

“Es muy importante que se recuerde el Día Internacional del Aborigen en honor a la resistencia de nuestros pueblos para seguir existiendo a pesar de todo”, recalca Claudia. “Nosotras también luchamos para ser reconocidas, para que todo el mundo sepa que estamos aquí, vivas. Por medio de nuestros tejidos celebramos nuestra presencia”, añade.

Alarcón es el eslabón de una cadena de tradiciones que se pierde en el tiempo y culmina en sus manos y sus hilos.

La fibra con perfume del monte

Sus tejidos los hacen con fibra de chaguar, una planta nativa típica de la zona que tiene, para ellos, connotaciones mitológicas. Sus ancestros narraban que las primeras mujeres descendieron del cielo gracias a estos hilos.

Lo que hacen las mujeres con esas fibras es magia pura. Para realizar un tejido con chaguar, primero deben buscar la planta en lo profundo del monte, bajo la sombra de unos árboles nativos. Luego, cortarlas esquivando sus espinas. Finalmente, pelan las hojas hasta llegar a las fibras que ablandan a los golpes. Recién entonces las pueden hilar, sobre las piernas, untando sus manos en cenizas. Luego las tiñen con raíces, cortezas y anilinas.

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"Es muy importante que se recuerde el Día Internacional del Aborigen en honor a la resistencia de nuestros pueblos para seguir existiendo a pesar de todo." . Foto: Abdul Wakil Cicco

“El primer recuerdo que tengo del chaguar es ver a mi abuela machucándolo. Desde que era niña las mujeres de mi familia me decían que yo debía aprender a trabajar el chaguar, para que cuando sea grande se lo transmita a mis hijas y a mis nietos. Las mayores siempre están hablando del futuro. Desde niña jugaba con los restos de las hojas, y su fragancia siempre me transmitió mensajes. Desde que sacamos la planta del chaguar y la trabajamos, sentimos su fragancia hermosa que nos hace felices”, subraya Claudia. “Su aroma no se pierde, al teñirlo y tejerlo sigue presente, es el olor del monte”.

El dolor del hambre

A pesar del reconocimiento internacional y la satisfacción por preservar su tradición a ojos del mundo, aún a las wichi tejedoras les queda un gran desafío por delante: sanar las heridas de su comunidad. La desnutrición de los niños wichi, que es causa alarmante de mortalidad, fue noticia en los diarios de Argentina. Hoy en día, muchas familias no tienen agua potable. No hay hospital ni medicamentos, ni una educación que respete sus valores culturales.

“Todavía tenemos el monte, pero muchas comunidades ya se lo han quitado, y así los empobrecen y los obligan a vivir en la emergencia”, relata.

Claudia recuerda las historias de hambruna entre sus gente, que son el coletazo visible de una herida que aún sigue sin cicatrizar, y se le llenan los ojos de lágrimas.

“Yo he visto morir a niños y jóvenes desnutridos. Por mucho tiempo sucedió y recién hace unos años llegó a los medios”, dice Alarcón, y hace una pausa. “Es muy doloroso hablar de esto. Cada vez que lo hago, se me hace un nudo en la garganta”, concluye.

Tal vez el dolor le cierre su voz, pero sus manos y sus tejidos seguirán dando testimonio de una comunidad aborigen que se resiste a que corten los hilos de su identidad, de su monte y del perfume eterno del chaguar.

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