“La Vorágine” cumple 100 años: así fue el genocidio indígena por el caucho

Detrás de la explotación del caucho en Colombia hay una historia trágica que esclavizó, vulneró derechos y hasta extinguió comunidades indígenas. “La Vorágine” inmortalizó esta fiebre del “oro blanco”.

Plantación de árboles de caucho en la selva del Amazonas en 1981. Foto: Archivo Getty Images
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Plantación de árboles de caucho en la selva del Amazonas en 1981. Foto: Archivo Getty Images

El descubrimiento de la vulcanización –mezcla de caucho, fuego y azufre– por parte de Charles Goodyear en 1939 para la fabricación de llantas de bicicleta y neumáticos de vehículos fue uno de los más importantes del siglo XIX.

No obstante, así como abrió las puertas a una nueva industria, dio paso a uno de los episodios más crueles, violentos y mortales de América Latina: la fiebre del caucho.

Una vorágine que José Eustasio Rivera, destacado escritor colombiano, retrató de manera magistral hace ahora 100 años en su obra homónima, en la que la sangre blanca –el látex– tiene un papel protagónico y fatal para la tradición ancestral del país.

A pesar de que la existencia del látex era bien conocida incluso para los mayas en la época prehispánica, no sería hasta dicho período en el que su gran demanda en Europa llevaría a que su extracción en el Amazonas alcanzara escalas industriales.

Y con ello diera paso también al exterminio de etnias indígenas enteras por parte de poderosos empresarios bajo el sistema de endeudamiento, el trabajo forzoso y la esclavitud.

El oro blanco, el azote de los indígenas del Amazonas

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Plantación de árboles de caucho en la selva del Amazonas en 1981. Foto: Archivo Getty Images

La explotación del caucho se inició en Brasil. No obstante, no tardó en extenderse a los países vecinos. Así en 1880 llegó a Perú y Colombia junto a las aguas de los ríos Putumayo y Caquetá, donde comunidades indígenas como los uitoto, bora, okaina y muinane se vieron mayormente golpeados por ‘los caucheros’.

Estos eran empresarios que se ganaron de a poco la confianza de los nativos, para incitarlos en un primer momento a trabajar por voluntad propia y luego someterlos a sangre y fuego.

Un episodio que causó la desaparición de varios grupos indígenas y la muerte de, al menos, 65.000 nativos según cifras de los mismos pueblos autóctonos.

“Ha sido duro para la comunidad comprender esa acción por la fiebre del caucho, la goma o ‘el oro blanco’, como lo llamamos. Tuvo un impacto muy fuerte sobre la riqueza de nuestra comunidad, y nos impactó de manera inhumana”, señala al respecto Manuel Gerardo Sueche, uno de los líderes de la comunidad uitoto, oriunda del Amazonas.

El trato inhumano, denunciado por Sueche, incluyó la violación de mujeres y niñas, tortura, mutilación de extremidades y hasta el “tiro al blanco”, una práctica en la que los capataces del caucho y sus promotores, cazaban a indígenas, adultos y niños, a modo de entretenimiento y bajo el espesor silencioso de la selva.

Asimismo lo recuerda Nafer Alfredo Paredes, miembro de otra comunidad indígena en la cordillera del Putumayo, cuyos antepasados sufrieron la ambición del oro blanco.

“Fueron castigados mediante cepos, mutilación, violación carnal, tiro al blanco… fueron cazados con perros. Todo esto lo hacían por el incumplimiento de la cantidad del caucho que pedían”, explicó. Y recordó también los relatos de Sir Roger Casement, uno de los primeros delegados por Inglaterra para la verificación de lo que sucedía en el Amazonas tras los crecientes rumores del horror que allí se vivía.

Tinigua, el pueblo indígena de un solo hombre

Para Felipe Arias, historiador de la Pontificia Universidad Javeriana y magíster en Historia de la Universidad Iberoamericana de Ciudad de México, la fiebre del caucho no puede ser calificada de otra forma que como un genocidio que, incluso, tuvo una gran responsabilidad en la desaparición del pueblo tinigua, una étnia de la cuál solo queda un integrante con vida.

“Hay un hombre, que vive hoy día en la Sierra de La Macarena, un hombre de 80 años. Su nombre es Sixto Muñoz y es un ejemplo de la crudeza que tuvo este exterminio porque es el último sobreviviente de su comunidad, el último hablante de su lengua”.

“Su comunidad no sólo padeció este exterminio durante la cauchería, sino que luego otro tipo de violencias, como la bipartidista en la década de 1950 y la colonización mestiza, contribuyeron aún más a que su pueblo se extinguiera”, manifiesta Arias.

“Cuando don Sixto Muñoz muera vamos a encontrar que va a desaparecer completamente una comunidad, va a extinguirse una lengua y van a desaparecer todas las singularidades que tuvo alguna vez ese pueblo para representar el mundo, para atender sus necesidades, para relacionarse con la naturaleza”, explica.

La Casa Arana, el averno de la empresa cauchera

A la orilla del río grande del Amazonas, en la Chorrera, hubo un peruano que, a la sombra del abandono estatal y valiéndose del poder económico y político, forjó un imperio sobre la sangre blanca y roja, de la selva y sus habitantes.

Su nombre fue Julio Cesar Arana. Nació en 1864, y fue el fundador de la Casa Arana, una imponente edificación que fungía como principal centro de acopio de caucho en la región. ‘El endeude’ fue el sistema mediante el cual consiguió someter a nativos y colonos, quienes tras adquirir a modo de crédito el transporte a las zonas de rayado (extracción de caucho), herramientas y machetes de los cuales desconocían su verdadero precio, así como el suministro de víveres, suscribían deudas imposibles de pagar o que les llevaría más de una vida poder saldar.

“Los nativos conseguían la goma. Sólo por un espejo les pedían una gran cantidad, por un machete aún más alta la cantidad. Eso hacía que la persona se fuera endeudando (...) Luego empezaron a cortar el miembro de los cuerpos, a violar a la mujer delante del marido, a violar a sus hijos, sólo por no cumplir las cantidades”, acotó Manuel Gerardo Sueche.

El fin de la Casa Arana y la fiebre del caucho

1907 fue un año determinante para que la fiebre del caucho llegara a su punto más alto y empezara el largo descenso de su industria.

Por un lado, Julio César Arana cambió la razón social de su empresa a Peruvian Amazon Company, en un momento donde Inglaterra era uno de sus principales compradores.

Por otro lado, el ingeniero norteamericano Walter Hardenburg publicó "El paraíso del diablo", un artículo en el periódico Truth de Londres, en el que describió, de manera muy precisa, las inhumanas condiciones en las que era extraído el caucho en América y que puso los ojos de la comunidad internacional sobre Arana y la compañía recién establecida.

En 1910 Sir Roger Casement, representante diplomático de Inglaterra en Brasil, fue designado para investigar los maltratos, mismos que fueron consignados en el denominado ‘Libro Azul Británico’, un memorial de los crímenes de Arana que acabó de conjurar la peligrosa fiebre del oro blanco.

El imperio del terror en Colombia de Julio César Arana se extendió desde finales del siglo XIX hasta la década de 1930 cuando se acabó de configurar el cultivo exitoso de caucho en la Malasia británica y otras partes de Asia, arrebatando el monopolio del látex al Amazonas.

“Arana fue un personaje enormemente controvertido. Repudiado por sectores de la opinión pública en Colombia, en Brasil, en Gran Bretaña, pero en Perú, desafortunadamente no, porque allí tenía un enorme prestigio político. Arana llegó a ser incluso congresista en ese país”, rememora el historiador Felipe Arias. José Eustasio Rivera, más relevante que nunca

José Eustasio Rivera, uno de los escritores colombianos más reputados de literatura latinoamericana de la primera mitad del siglo XX falleció el 1 de diciembre de 1928. Sólo cuatro años después de publicar ‘La Vorágine’, y sin llegar a ver su verdadero impacto en la denuncia sobre el caucho.

Este 2024, su manuscrito cumple sus primeros 100 años y por su detallado relato sobre el exterminio indígena ha sido objeto de múltiples homenajes en Colombia.

Entre ellos, el ser el centro de la 36° edición de la Feria del Libro de Bogotá, en donde el presidente de Colombia Gustavo Petro, literatos e historiadores han exaltado su prosa y valor testimonial.

De hecho, la vigencia de esta obra ha llevado a que también sea adaptada a nuevos lenguajes y formatos con el fin de que la influencia del autor, nacido en el departamento del Huila, llegue a nuevos lectores y perdure como una advertencia de lo que el pueblo colombiano no puede volver a permitir contra sus comunidades ancestrales.

“Nosotros consideramos que la literatura clásica colombiana no está siendo leída como debería ser por el público joven”, explica al respecto Julián Cruz, Productor de Resplandor Editorial, que adaptó la historia al cómic. El reto más grande, según revela, fue la adaptación de ese lenguaje “exuberante, rico, lírico”, que caracteriza a la obra, y concretarlo en un guión y unas ilustraciones.

Con el aprendizaje del pasado, pero con la vista puesta en el presente, Cruz deja una reflexión final: “La gente no debe olvidar su historia, debe reconocer que hubo un genocidio indígena por la explotación de un recurso natural. Lo que yo también considero importante señalar es que debemos hacernos la reflexión de ¿Quiénes son los explotados actualmente? ¿Hoy en día cuál es nuestra vorágine?”, se pregunta.

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