El estrés tiene consecuencias físicas, pero para los migrantes es peor
El estrés es una respuesta natural ante los desafíos, pero si se vuelve crónico puede ser problemático. Las personas migrantes enfrentan un estrés adicional por la incertidumbre, pérdida y adaptación.
Todos hemos sentido estrés en algún momento: es la respuesta de nuestro organismo ante una situación que requiere un esfuerzo adaptativo.
Cuando un bebé llora porque está incómodo, cuando un niño se frustra porque no consigue atarse los cordones, cuando un adolescente tiene que esforzarse para un examen o un adulto para entregar un trabajo, están sufriendo un tipo de estrés.
El estrés, en sí, no es necesariamente negativo. De hecho, el estrés puede funcionar como un “motivador o impulsor del rendimiento porque nos mantiene más alerta y concentrados en la situación desafiante”, asegura a TRT Español Belén Navío, psicóloga y coordinadora del servicio de apoyo psicológico de Volvemos.
Sentiremos estrés ante un desafío si hay un desequilibrio entre la demanda presentada y los recursos de los que disponemos para abordarla. Esto es lo que se conoce como estrés adaptativo. En algunas ocasiones, el estrés también funciona como un indicador emocional ante un posible peligro o amenaza.
Incluso en estas situaciones podemos decir que, aunque la percepción subjetiva del estrés sea negativa, este tiene un función positiva: ayudar a adaptarnos o protegernos. El problema, por tanto, no surge de sentir estrés, sino de la intensidad y la duración del mismo.
“El problema surge cuando el estrés se cronifica, ya sea porque hay tantos desafíos que nos sobrepasan o porque no tenemos, o creemos no tener, la influencia que nos gustaría sobre ellos”, afirma a TRT Español David Guerra, psicólogo especializado en migrantes.
Todos enfrentamos situaciones difíciles, pero los migrantes –especialmente los que están obligados a hacerlo de forma irregular– las sufren especialmente y durante un tiempo prolongado. “Cuando la respuesta de estrés se mantiene en el tiempo, llegando a la fase de agotamiento, el estrés puede tener repercusiones en la salud”, continúa Guerra.
Migrantes que buscan asilo en Estados Unidos viajan en los vagones de carga del tren mexicano conocido como "La Bestia", mientras llegan a la ciudad fronteriza de Ciudad Juárez, en el estado de Chihuahua, México, el 24 de abril de 2024. Foto: AFP.
Las características especiales del estrés migratorio
El sufrimiento es subjetivo. El duelo por una pérdida es independiente de la forma. El estrés, en cambio, es gradual: entre mayor sea el desafío y menores las herramientas para abordarlo, mayor podrá ser el estrés. Existe un componente subjetivo, pero no es lo mismo la incertidumbre de si se pasará o no un examen que no saber dónde se dormirá esa noche.
Los migrantes enfrentan situaciones que confieren características especiales al estrés que sufren. Belén Navío explica que “la persona se despide de su círculo de apoyo, de su cultura, idioma, y otras cuestiones como pueden ser el estatus social y el grupo de pertenencia. También se dan riesgos como un mayor peligro para la integridad física”.
Esto se suma a las dificultades de llegar a una cultura y lengua que puede ser nueva y diferente. Además, sin tener redes de apoyo, lo que puede dar lugar a un “sentimiento de indefensión (o impotencia) que implica el autopercibirse sin los recursos o habilidades suficientes para afrontar los retos de un entorno a menudo desafiante, por no decir hostil” según Guerra.
No solo son desafíos, sino también pérdidas que superar. De acuerdo a Guerra, “el duelo es un proceso natural de readaptación ante una separación o pérdida”. En este caso la pérdida no es la de un ser querido, sino la de un hogar, una cultura y una comunidad.
Dependiendo de las habilidades personales y de circunstancias de la sociedad de acogida, el estrés migratorio puede ser normal y adaptativo o convertirse en patológico. Si el proceso de duelo y adaptación se extiende durante mucho tiempo la persona puede entrar en una fase de agotamiento que, a su vez, puede resultar en el llamado “síndrome de Ulises” o “síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple”.
“Aunque este síndrome puede darse en personas con situaciones migratorias muy complicadas –tanto en la salida, como en la travesía y en la llegada al país de acogida-también puede darse en otras personas que no pueden afrontar cuestiones muy ligadas a la migración tales como la soledad, la tristeza o la culpa (entre otras)”, asegura Belén Navío.
Ante situaciones estresantes pasamos por tres fases. La primera es la de reacción, en la que aumentan los niveles elevados de cortisol y adrenalina para mantener la alerta y el esfuerzo. Esto causa cansancio, pero si se responde al estímulo y se descansa no es problemático. La dificultad llega cuando se entra en la fase de resistencia, y, si el estímulo o la situación estresante se mantiene, en la fase de agotamiento.
Navío advierte que “cuando la respuesta de estrés se mantiene en el tiempo, llegando a la fase de agotamiento, el estrés puede tener repercusiones en la salud de las personas tales como infartos de miocardio, anginas de pecho, síndrome del intestino irritable, enfermedad de Crohn y un sistema inmunitario deficiente entre otras”.
Emigrar es un acto de valentía
Nadie se enfrenta a la incertidumbre y el peligro si no existe una motivación o una necesidad. Para los migrantes, en muchos casos, se dan ambas cosas. Puede existir una necesidad de abandonar la familia y el lugar conocido puesto que la vida de una forma digna –o simplemente el continuar con ella– no es posible. A la vez, existe la motivación de llegar a un lugar que ofrezca esperanza.
Quienes se enfrentan a viajes largos y peligrosos, como quienes cruzan el tapón del Darién o el Atlántico, son conscientes de los peligros. Cuando una mujer se monta en una barca improvisada para cruzar el estrecho con un bebé de pocos meses ¿acaso lo pondría en peligro si tuviera otra opción?
Emigrar, en casi todos los casos, es un acto de valentía. No podemos juzgar a quien huye del sufrimiento, sino reconocer su valor y ayudarlo. Lo que sí podemos juzgar son las condiciones que obligan a que una persona emigre: las condiciones socioeconómicas de un mundo interconectado en el que la abundancia de unos pocos descansa en la falta de muchos. Y reconocer nuestra responsabilidad en ello.
Migrantes esperan para desembarcar de una embarcación de fibra en el puerto de Arguineguín, en la isla de Gran Canaria, España, 18 de julio de 2024. Foto: Borja Suarez. Reuters
Cómo evitar que el estrés se cronifique
Hay dos formas de que el estrés desaparezca. La primera es que cese el desafío que lo causa, la segunda es que se desarrollen las habilidades para afrontarlo. Generalmente, ambas van de la mano.
Según la psicóloga Belén Navío, “el estrés suele ser mayor en los primeros momentos en los que la persona se despide de su país y comienza su viaje migratorio, y se va reduciendo normalmente mientras se va adaptando”.
Es decir, a medida que la persona va enfrentando los retos de la migración empieza a adquirir confianza de que tiene las habilidades para superarlos. Esto puede implicar “conocer personas del país de acogida, que le irán introduciendo en la cultura, tradiciones e idioma, en caso de que este sea diferente a su lengua materna, también le ayudarán a hacer una transición más llevadera al país al que se ha migrado e ir reduciendo el estrés porque poco a poco se irán sintiendo más integrados”, continúa Navío.
El psicólogo experto en migración, David Guerra, coincide en que a pesar que las políticas de integración son clave “lo más importante es la actitud que los migrantes perciban que el grupo dominante tiene hacia ellos. Esto depende mucho del discurso en los medios, pero también –y para mí es lo más importante– de la convivencia vecinal”.
La convivencia vecinal somos todos. Si somos capaces de vernos en el otro, de reconocer que yo podría ser tú y tú podrías ser yo si las bombas hubiesen caído en un lugar diferente o si mis país no hubiese explotado los recursos del tuyo, podremos desarrollar la empatía necesaria para que el estrés de los migrantes no se cronifique. Y para no crear nuevas situaciones estresantes tanto para los migrantes como para las sociedad de acogida.