En Gaza no solo morimos: sufrimos y luego nos matan de maneras horribles

Una joven palestina relata lo que ha tenido que sufrir desde que Israel lanzó su brutal ofensiva en Gaza. Además de describir su actual situación, reza para morir con su cuerpo intacto y no en pedazos.

Según la ONU, 9 de cada 10 personas son desplazados internos en Gaza. Los más afortunados encuentran refugio en casas improvisadas, como se observa en esta imagen, mientras que otros duermen en los bordes de las carreteras. Foto: Reuters/Mohammed Al-Masri
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Según la ONU, 9 de cada 10 personas son desplazados internos en Gaza. Los más afortunados encuentran refugio en casas improvisadas, como se observa en esta imagen, mientras que otros duermen en los bordes de las carreteras. Foto: Reuters/Mohammed Al-Masri

El 7 de octubre, cuando comenzó la ofensiva más reciente de Israel contra Gaza, nunca nos imaginamos que ese momento sería el inicio de un genocidio.

Cuando el Ejército de Israel nos ordenó abandonar nuestras casas, insistimos en que nunca lo haríamos. Pero el 11 de octubre, recuerdo que tomé mi mochila y solo me llevé lo esencial, como dinero y documentos de identidad.

Mi hermanita sufre de alopecia debido al miedo que le ha provocado el bloqueo israelí, y ni siquiera pudimos llevarnos sus medicamentos cuando salimos de nuestra casa. No tuve tiempo de empacar mi ropa y debí irme solo con la que llevaba puesta. Más tarde, mi padre me compró un par de pantalones y una camiseta a vendedores ambulantes.

Junto con toda mi familia, mi madre, mi padre, mis tres hermanos y mis cuatro hermanas, abandonamos nuestro hogar en el barrio de Tel Al-Hawa, en el norte de Gaza, sin darnos cuenta de que este sería tan sólo el primero de cuatro desplazamientos, y que nuestro hogar se convertiría en un lugar que ya no reconoceríamos.

(La última vez que volvimos a casa, cuando hubo una pausa en los combates, nos dimos cuenta de que la ocupación había bombardeado y destruido toda el área)

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Zinha Adahdouh (a la izquierda) con su mejor amiga Sarah en una época feliz. Sarah murió el 31 de octubre en un ataque aéreo de Israel. Foto: Zinha Adahdouh

Caminamos durante una hora y media hasta llegar al hospital Al-Shifa. Ya conocíamos el lugar, pues allí habían nacido mis hermanos menores y allí trabajó mi padre como cirujano ortopédico. No sentí ningún dolor durante el trayecto y lo único que me preocupaba era nuestra supervivencia.

Al hospital llegamos sin nada, sin mantas ni ropa de cama. Dormimos en el frío suelo del hospital, acurrucados en un pequeño rincón con miles de familias a nuestro alrededor, compartiendo un solo baño. ¿Te lo puedes imaginar?

Deseando privacidad

En nuestra casa teníamos de todo y cada uno contaba con su propia habitación. Ahora llevamos 11 meses hacinados y me gustaría tener al menos un momento de privacidad.

Estuvimos en el hospital más de un mes. El tiempo se volvió incierto desde que comenzó la ofensiva israelí; hoy se siente como ayer, al igual que como será mañana.

Cuando las fuerzas israelíes asaltaron el hospital en diciembre, nos vimos obligados a marcharnos una vez más.

Mucha gente murió en ese momento, pero logramos escapar y caminamos durante ocho horas para llegar al sur bajo un clima que era caluroso, que parecía que nos estábamos derritiendo.

Pero ya conoces la traición del ocupante: los soldados israelíes nos obligaron a tirar todo lo que teníamos cuando nos detuvieron en un puesto de control en la calle Salahaddin. ¡Hasta nos obligaron a tirar el agua! Nos ordenaron que levantáramos las manos como si fuéramos criminales. Se rieron de nosotros y se llevaron a algunas mujeres, niños y hombres, a muchos de los cuales desnudaron y les obligaron a seguir caminando.

Luego dispararon proyectiles de tanque contra todos los que estaban detrás de nosotros, perpetrando una masacre masiva. Allí, mi familia y yo sobrevivimos por tercera vez. Mi madre no estaba con nosotros en ese momento, pues ya se había ido al sur antes que nosotros, junto con mis primos heridos en un ataque anterior después de que su hermana fuera asesinada.

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Buscando refugio de nuevo

Después de ocho horas de viaje, llegamos milagrosamente al Hospital Europeo de Jan Yunis, mientras yo sentía que me había fracturado los pies. Afortunadamente no tuve ninguna fractura, pero las uñas de mis pies empezaron a sangrar y a ponerse azules, debido a toda la sangre atrapada en ellas. Estuvieron así durante meses hasta que se cayeron.

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Después de un viaje de ocho horas, la familia de Adahdouh se unió a otros miles de palestinos desplazados en el Hospital Europeo de Jan Yunis. Foto: AA

Mi madre y mis primos sobrevivientes nos recibieron aquí, donde dormimos en lo que yo describiría como un pequeño almacén: 12 personas hacinadas en un solo almacén. Nos quedamos allí para protegernos del bombardeo, pero nuevamente nos ordenaron evacuar después de unos días.

Como no teníamos a dónde ir, dormimos al aire libre. A la mañana siguiente, mi padre pudo comprar una tienda de campaña, pero costó 500 dólares. La tienda está en Jan Yunis, así que no tuvimos que caminar de nuevo y es donde nos alojamos ahora. Aquí, mis hermanos y mis padres duermen todos juntos, sin tener nada con que abrigarse.

Todas las tiendas están muy juntas, pero al menos tenemos nuestro propio baño, aunque no ducha. Para ser sinceros, no es gran cosa, ya que solo está cubierto por trozos de tela, pero al menos es nuestro, lo que nos ayuda a evitar algunas enfermedades.

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Cuerpos sin alma

Antes de esta ofensiva teníamos una vida cómoda, una casa bonita. Disfrutaba pasando tiempo con mi mejor amiga Sarah, pero ella murió en los bombardeos. Pasábamos tiempo en nuestras casas, viendo películas y charlando. También disfrutaba mucho estudiando odontología en la Universidad Al Azhar y me siento muy triste de que todo eso haya acabado.

En casa teníamos aire acondicionado, en cambio ahora, tanto en verano como en invierno, la situación es extremadamente complicada. En estos meses de verano, desde la mañana sudamos abundantemente y sufrimos erupciones cutáneas en nuestra piel debido al calor, y por la noche, en invierno, el frío es muy fuerte.

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Zinha Adahdouh llevaba una vida cómoda en su gran casa familiar en Tal al Hawa antes de que comenzara la ofensiva israelí. Foto: Zinha Adahdouh.

La comida aquí no es saludable. Llevamos 11 meses comiendo alimentos enlatados sin ninguna fuente de proteína fresca. Tengo tres hermanos menores cuyos cuerpos se han desarrollado sin ninguna fuente de comida fresca ni proteína. Me siento muy triste por ellos.

Tenemos latas de frijoles, atún, garbanzos y pollo molido.

Para desayunar comemos frijoles enlatados y cosas similares, y para el almuerzo comemos sobre todo fideos instantáneos o pasta. Cuando necesitamos calentar algo, prendemos una hoguera, pero el precio de la leña es literalmente escandaloso: cinco shekels [1,35 dólares] por cinco trozos de leña. Pero no tenemos otra opción.

Somos sólo cuerpos sin alma.

Estoy cansada de mi cuerpo desgastado, cansada de cocinar sobre el fuego mientras el calor aumenta y se suma al ardor del verano. Estoy cansada y tengo tan sólo 20 años. Estoy cansada incluso de llorar hasta que me duela llorar.

Yo cocino sobre el fuego en lugar de mi madre porque soy la hija mayor y mi madre sufre de sinusitis y artritis reumatoide. Ella esperaba viajar a Egipto para recibir tratamiento antes de la ofensiva israelí que empezó en octubre.

Las condiciones empeoran

El agua está contaminada por la destrucción de la infraestructura. El agua que bebemos está mezclada con aguas residuales. No tiene mal sabor, pero sufrimos diarrea severa por eso. Conozco bien el valor del agua porque pasamos días deseándola cuando estuvimos sitiados durante días.

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La hermana menor de Adahdouh, Misk (a la derecha) de cinco años, y su hermano Mohammed, de 11, se entierran en la arena junto a su tienda de campaña para protegerse del calor del verano. Foto: Zinha Adahdouh

Llevamos aquí 11 meses sin electricidad, sin lavadora, sin frigorífico, sin nada eléctrico. Lavamos la ropa a mano con productos artesanales que nos provocan picores. Once meses lavando a mano.

Ahora, en los meses de verano, hace un calor infernal. Duermo en el suelo entre insectos que me pican y el sonido de los perros ladrando durante la noche. Apenas duermo por la noche debido al miedo.

Tengo miedo del dron que resuena sobre mi cabeza y de los insectos que me rodean. Quiero volver a tener un techo sobre mi cabeza. Y, con este calor, estoy literalmente empapada en sudor y siento que me derrito.

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Como mujer, sufro de cambios hormonales y necesito atención médica urgente. En un momento dado, sentí que me moría de dolor: sufrí de fuertes calambres sin analgésicos ni tratamiento. ¡Ni siquiera el baño me brinda consuelo! Literalmente estamos viviendo nuestros peores días.

Solo deseo que mi familia y yo vivamos una vida digna. Solo quiero continuar con mi educación. Perdí un año escolar como estudiante de odontología. Solo quiero ser como cualquier otra joven de mi edad, eso es todo lo que quiero.

Y, si muero, no quiero acabar en una bolsa. Entrego todo menos mi muerte. Quiero un sudario completo, quiero mis brazos, mi corazón, mi cabeza, mis 20 dedos y mis ojos.

No me importa que me entierren en una fosa común, pero quiero mi nombre, mi edad y una placa que diga que soy de aquí. Espero que mi tumba se encuentre en un cementerio de verdad, no en una calle, ni en una acera sin más.

Route 6