La Canchita, escuela de fútbol que cambia la realidad de jóvenes argentinos
En un barrio de la ciudad de Córdoba, un potrero de fútbol se erige como símbolo de unión y resistencia frente a la gentrificación. El espacio se convirtió en refugio para la infancia que lo habita.
El potrero, esa canchita de fútbol abierta, con césped y tierra mezclados, de límites difusos, a veces con ambos arcos, es quizá la esencia más pura del fútbol argentino y sudamericano.
Ese fútbol que ha sabido ser multicampeón, rebelde, y que sigue asombrando al mundo con atletas de puro talento, forjados en la destreza de gambetear pelotas gastadas.
"La Canchita de la Academia" es un potrero más para quien pase por allí sin ser del barrio. Ubicada junto al río Suquía y la Costanera, bajo el puente Tablada, entre los barrios Marechal y Villa Páez, en la ciudad de Córdoba, esta canchita lleva casi 50 años albergando gambetas, barridas y goles en una parte histórica de la ciudad, situada a 800 kilómetros de Buenos Aires, la capital argentina.
En las ciudades latinoamericanas, especialmente en los barrios obreros, densos y con escasos metros cuadrados por habitante, el potrero es también el patio de la casa. Es donde juegan los niños, donde crecen los adolescentes, donde el barrio organiza sus torneos informales los fines de semana, donde se inician y se resuelven disputas. Es el lugar de encuentro, el corazón latente de un territorio.
Hasta mediados de la década de 1970, esta zona de Córdoba conocida como "Pueblo Alberdi", una de las más densamente pobladas, formaba parte del área industrial de la ciudad, con la mayor cervecería y decenas de talleres metalúrgicos e industriales en funcionamiento.
Sin embargo, las crisis que provocaron el cierre de la cervecería y las políticas neoliberales de los años 80 y 90 condujeron a un lento pero constante deterioro de esta zona que rodea el río Suquía.
Al otro lado del río, en el norte de Córdoba, la realidad es completamente distinta, con algunos de los barrios históricamente más ricos de la ciudad, que en los últimos 20 años han visto un sinfín de desarrollos inmobiliarios.
Este crecimiento ha estado acompañado por obras públicas municipales y provinciales que han priorizado la construcción o renovación de autopistas y autovías, mientras que otras obras esenciales, como la ampliación del tendido cloacal —ausente en gran parte de la ciudad, incluidos los barrios Marechal y Villa Páez—, permanecen desatendidas.
A fines de 2015, los vecinos del barrio se enteraron, con la llegada de las topadoras, que la nueva ampliación de la Costanera Sur atravesaría por completo el potrero del barrio. La noticia se propagó rápidamente y, en pocas horas, cientos de personas se ubicaron frente a las máquinas, impidiendo su avance.
Érika Fronteras, profesora de historia, educación física y entrenadora de fútbol relata a TRT Español la historia de cómo este potrero llegó a su vida, en una gélida tarde de invierno, mientras cae el sol y coloca los conos para las clases que comenzarán en unos minutos.
Fronteras fue una de las vecinas que participó en esa "pequeña pueblada", que tras semanas de protestas logró que el municipio cambiara el trazado vial, respetando la canchita y rodeándola con una curva.
"Cuando los vecinos se dieron cuenta, ya habían cargado los arcos en un camión, al cual detuvieron e hicieron que los devolvieran. Las topadoras ya habían comenzado a remover el suelo, estaba destruida", rememora esta profesora de historia de 31 años, quien hasta entonces, a pesar de vivir en el barrio, no frecuentaba la canchita.
Niños y niñas desde los 6 años hasta la adolescencia comparten el mismo espacio, horario, profesora y pelota. La competitividad clásica del deporte, sobre todo expresada en la corporalidad, pasa a un segundo plano de esta forma. (Foto: Ignacio Conese)
La resistencia de los vecinos, al verse las caras y luchar por un espacio común, los llevó a reactivar el centro vecinal, que no había funcionado durante décadas. Fue en ese espacio donde, a mediados de 2016, a Érika, sin experiencia previa en entrenar fútbol, se le ocurrió la idea de dar clases de fútbol femenino.
"En realidad, estaba buscando chicas para poder practicar, por las ganas que tenía de jugar, y pensé que montar una escuela para adolescentes que quisieran entrenar sería una buena forma de conseguirlo", dice Fronteras, quien recuerda cómo en la primera clase se acercaron un puñado de chicas, pero también varios chicos, que esa vez solo se quedaron mirando.
En la siguiente clase, algunos de esos chicos pidieron participar. A la semana, Érika se dio cuenta de que su idea inicial podría funcionar, pero que en realidad lo que los niños demandaban era algo más amplio. Así fue como esa escuela de fútbol para niñas se convirtió rápidamente en una escuela de fútbol mixta.
El fútbol como agente de cambio y contención social
"Siempre se nos cae alguna pelota al río. Es parte de lo que hace especial a este espacio", dice Fronteras mientras interrumpe la conversación para ayudar a sus alumnos, que intentan rescatar la pelota atorada en el cauce que atraviesa la ciudad de este a oeste.
En esta ocasión, a pesar de los menos de 10 ºC, uno de los niños, de unos once años y que vive cruzando la calle, termina metiéndose hasta la cintura para rescatar la pelota, y luego corre hasta su casa a ponerse ropa seca.
Los niños junto con Fronteras rescatan la pelota del río Suquía. Numerosos análisis y denuncias a lo largo de los años han detectado cantidades muy por encima de los máximos permitidos de residuos fecales y químicos industriales en el río. Sin embargo esto no impide que muchos niños lo utilicen de balneario en las épocas estivales, a pesar de que está prohibido bañarse. Córdoba, Argentina. (Foto: Ignacio Conese)
Numerosos análisis y denuncias a lo largo de los años han detectado cantidades muy por encima de los máximos permitidos de residuos fecales y químicos industriales en el río. Sin embargo esto no impide que muchos niños lo utilicen de balneario en las épocas estivales, a pesar de que está prohibido bañarse.
El río Suquía de un lado, el puente Tablada y la “Canchita de la Academía” un potrero clásico, como tantos miles en latinoamérica. Córdoba, Argentina. (Foto: Ignacio Conese)
Fronteras cuenta que una de las preguntas que siempre recibe es si no les gustaría cerrar la cancha, poner algún tipo de contención para evitar perder tantas pelotas. Dice que si cerraran el espacio, el lugar dejaría de ser la invitación abierta que es, dejaría de ser un potrero. Pero que también les cerraría el acceso al río, que aunque está prohibido por la alta contaminación de sus aguas, es el lugar de veraneo de los niños del barrio y donde se refrescan durante el verano.
Lo que comenzó como una idea hace ocho años se ha convertido en un ritual de martes y viernes que esta profesora de historia solo interrumpe durante algunas semanas para las fiestas.
Al entrenamiento acuden entre 20 y 30 niños y niñas, de entre seis años y la adolescencia.
Además de Fronteras, las clases son asistidas por Alexis, de 27 años, y Melina, de 22, ambos exalumnos de la escuelita y ahora estudiantes de profesorado de educación física, carrera que ambos eligieron por incentivo de "la profe Érika".
La Avenida Costanera Sur y la curva para proteger el potrero del barrio que los vecinos de “Pueblo Alberdi” consiguieron y que la Escuelita de fútbol mixta mantiene como un espacio vivo, latente, donde los niños pueden seguir siendo niños. Córdoba, Argentina. (Foto: Ignacio Conese)
Mientras que en muchas escuelas de fútbol los niños son rápidamente empujados a una lógica mercantilista, convirtiéndolos en los primeros engranajes de un negocio que mueve millones, la escuela de "la canchita" funciona bajo parámetros completamente distintos: más lúdicos, pero también de contención, de un espacio que, a pesar de ser público, los niños pueden sentir como propio.
"Creo que, como dice Marcelo Bielsa, el fútbol puede ser un agente de cambio social", reflexiona Fronteras.
Érika Fronteras, 31 años, profesora de historia, educación física y entrenadora de fútbol. Fronteras fundó y mantiene la Escuelita de Fútbol Mixto La Canchita, una iniciativa deportiva y social enfocada a los niños y niñas de “Pueblo Alberdi” como se conoce esta zona del norte de la ciudad de Córdoba. (Foto: Ignacio Conese)
"Si me preguntas de qué estoy orgullosa en estos años, no son logros deportivos, sino haber estado aquí la tarde en que un padre me pidió que me quedara con uno de los chicos después de la práctica porque estaban allanando su casa y llevándose presa a la madre del niño por narcotráfico, y no quería que su hijo lo viera,” afirma Fronteras.
“Haber hecho un taller de literatura con los chicos durante la pandemia, que después publicamos como un libro. O el orgullo inmenso de que dos chicos que empezaron de niños aquí hoy estén estudiando en la universidad, siendo ambos los primeros de sus familias", agrega.
Érika luce un colgante brillante, de cerca se puede observar que es su número en la cancha, el de enganche, el más famoso de todos los dorsales, especialmente si es un dorsal argentino, el número 10. Fronteras dice que desde que lleva adelante la escuelita, todo en su vida gira en torno a este espacio y a los niños y niñas que asisten.
"Muchas veces se dice que el deporte puede alejar a los chicos de las calles, pero a mí me gusta pensar que el deporte también puede cambiar las calles, hacerlas un lugar seguro donde los chicos puedan volver a jugar. La Canchita se trata de eso también", dice Fronteras. Un concepto que bien valdría incorporar, especialmente en los barrios más carenciados. Como dice la jerga futbolera argentina: "La pelota siempre al 10".