Un expolicía y su esposa alimentan a cientos de niños en Argentina
Un comedor comunitario en Córdoba, Argentina, ha sido testigo de cómo los ajustes del Gobierno de Javier Milei han tenido un costo social muy alto: ya no solo atienden niños sino también ancianos.
Villa Carlos Paz, Argentina - A un año de asumir el cargo, el presidente de Argentina, Javier Milei, continúa su batalla por estabilizar la economía con algunos indicadores positivos como la reducción de la inflación. Sin embargo, en la provincia de Córdoba, Cristian Abratte, director de un comedor comunitario que alimenta centenares de niños, ha sido testigo de cómo el ajuste tuvo un costo social muy significativo para los argentinos.
El impacto del hambre disparó la demanda en los comedores y los recortes presupuestarios pusieron en vilo su supervivencia. A un año de la presidencia de Milei, la historia de Abratte es un reflejo de la Argentina vulnerable.
La misión de su vida tras retirarse
Abratte es policía retirado. Tiempo atrás, por motivos de salud, pidió la baja. Durante sus años como policía trabajó de cerca con la justicia provincial, particularmente con los juzgados de familia. Esa cercanía llevaron a que él y su familia conformaran un hogar de acogida para niños judicializados y a que adoptaran a una de sus cuatro hijas.
Aun prestando este valioso servicio, Abratte y su esposa, Gabriela Barroso, 53 años, sentían que había más por hacer. Sin saber cómo afrontar los costos, hace siete años decidieron abrir un comedor en uno de los barrios más humildes de la turística ciudad de Villa Carlos Paz, en la provincia de Córdoba. Allí asisten regularmente 200 niños y sus familias, a quienes les brindan 22.000 viandas al año y 400 litros de leche por mes.
Asistentes del comedor esperan un sorteo lúdico de distintas bolsas de mercadería. Todos se llevan algo a su casa además de la merienda, pero al no ser iguales los bolsones se sortean entre los que asisten entre risas y complicidades. (Foto: Ignacio Conese)
“Intuimos que había una necesidad muy grande, pero no teníamos la dimensión de lo que nos íbamos a encontrar”, relata Cristian, quien todavía se emociona cuando rememora la apertura del comedor. De hecho, le mostró a TRT Español el primer cartel donde invitaba a comer gratis a los niños del barrio.
En ese tiempo, tanto Cristian como Gabriela tuvieron que acarrear sus propios desafíos: él sobrevivió a un accidente cerebrovascular, ella a un cáncer que incluyó una intervención en el quirófano y quimioterapia. Aún así, decidieron que la fundación y su trabajo debían continuar.
“El Estado con nosotros no colabora, pero cuando aparecen personas en el municipio pidiendo comer los mandan a nuestro comedor. Saben que nunca vamos a negar un plato de comida”, dice Abratte, 52 años y director de la Fundación “Panza Caliente”. Se agotó de hacer trámites a todos los niveles para recibir ayuda para la Fundación. Lo dejaron solo.
“Fondos tienen, pero en lugar de comprar leche para los niños, la gastan en camionetas nuevas para los municipales”, ironiza Abratte.
Unas niñas eligen ropa de la mesa de donaciones. (Foto: Ignacio Conese)
Asistencia directa y adiós a los comedores
Sin financiamiento del Estado, y con algunos dirigentes sociales con causas pendientes en la justicia, los comedores en la Argentina han perdido influencia. Hoy en día, la asistencia del Estado es directa a través de tres programas: Asistencia Universal por Hijo (AUH), la Tarjeta Alimentar y lo que fue el Plan Potenciar, hoy dividido en dos: Volver al Trabajo y Acompañamiento Social.
No es cierto, como señalan los críticos, que la gestión libertaria de Milei cortó “todos” los planes sociales. El Estado sigue llegando a un universo de más de 10 millones de personas.
Lo que sí recortó el ajuste fue la entrega de alimentos a comedores populares, y el financiamiento a cooperativas, que tuvieron un auge durante la gestión de Mauricio Macri y continuaron durante el gobierno anterior de Alberto Fernández.
Niños corriendo y jugando en el patio del comedor comunitario. (Foto: Ignacio Conese)
Comedor de puertas abiertas
“Recibimos niños, pero también jubilados, gente sola y desesperada, adictos y marginales. Acá nadie los juzga, todos son bienvenidos”, relata el expolicía, quien también es pastor evangélico y oficia servicios religiosos en el mismo espacio del comedor.
Según Abratte, en los últimos años, la necesidad de ayuda aumentó primero de manera progresiva y, desde hace algunos meses, alcanzó un pico de demanda. Para cubrir la creciente necesidad de comida, debieron alquilar un galpón a metros de la casita donde cocinaban y daban alimentos hasta hace poco.
Sin ayuda estatal, los costos los asume Abratte de sus propios ingresos. Vende pizzas que cocinan colaboradores y recibe donaciones privadas, que llegan mayormente de trabajadores judiciales con los que trabajó en sus años de policía.
La cultura solidaria en extinción
“Hay grandes fortunas en esta ciudad. Empresarios hoteleros, gastronómicos, pero lamentablemente no tienen sentido de solidaridad. Nos ayuda la gente que me conoce de toda la vida. No hay una tradición filantrópica en nuestros ricos, como la hay en otros países. En cambio, tenemos mucho individualismo. Me salvo yo y no me importa nadie más”, dice Abratte, quien completa con una afirmación que muchas veces parece universal: “Los que menos tienen son los que más ayudan”.
El expolicía fue también un niño con hambre en la ciudad de Córdoba. “De grande me di cuenta por qué no me gusta la lechuga”, reflexiona. “Había épocas donde todo lo que había para comer en casa, era eso: lechuga”.
Colaboradores de la fundación Panza Caliente en la cocina donde elaboran las meriendas y cocinan. (Foto: Ignacio Conese)
“A diferencia de otras épocas, ahora hay más desesperanza”, se suma Gabriela, su esposa. “Hay menos fe de que las cosas se solucionen pronto y en su lugar existe un miedo generalizado. Y eso es algo nuevo”.
En el comedor, sin embargo, todo es ruido y risas. Los vecinos comparten. Los niños juegan de aquí para allá en un país donde, según UNICEF, el 60% de los menores de edad viven en la pobreza y un millón se va a dormir sin cenar.
La infancia es especialmente vulnerable a los efectos del hambre y la malnutrición, con consecuencias graves y a menudo irreversibles en el desarrollo físico y cognitivo.
Adolescentes que crecieron recibiendo ayuda de Abratte y su familia, hoy guardan unas horas para colaborar en el comedor. Aunque la fe cristiana de los directores está presente no se le impone nada a nadie.
Mientras Abratte y Gabriela sirven la comida del día, a poco metros un grupo de mujeres elige ropa y calzado de donaciones, que se arreglan y alistan previamente antes de ser donados. Otra de las necesidades que la pareja ayuda a cubrir.
“Imagínate lo que es comprar unas zapatillas o ropa nueva para una familia que, con suerte, tiene trabajo y un sueldo mínimo”, dice Barroso. “Eso en este país es casi imposible”.