El peligro del dólar como moneda de reserva imperial
Si bien pudo estar justificado en algún momento por la pujanza económica de Estados Unidos, el uso actual del dólar como moneda de reserva se ha convertido en un gran peligro para la economía mundial.
Al acabar la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos tenía un PIB que representaba la mitad del mundial, nueves veces mayor que el de Reino Unido que le seguía en magnitud, y disponía del 80% del oro existente en el mundo. En esas condiciones, y mientras los demás países occidentales estaban prácticamente destruidos y sin liquidez, no le supuso ningún problema imponer el dólar como moneda de reserva internacional en la Conferencia de Bretton Woods de 1944.
Estados Unidos disponía de oro suficiente para respaldar su moneda y pudo comprometerse a convertirla automáticamente a dicho metal cuando se le solicitara. Algo que, además, no le suponía dificultad ninguna puesto que los demás países demandaban constantemente préstamos en dólares para reconstruirse, lo que aumentaba sin cesar su cotización en los mercados.
Con el paso del tiempo, sin embargo, el resto de las economías comenzaron a despegar y a exportar sus bienes y servicios. Lógicamente, fueron reclamando que se les pagase en su respectiva moneda, de modo que la demanda del dólar comenzó a reducirse.
Paralelamente, las grandes multinacionales que operaban a escala internacional inundaban los mercados con la moneda estadounidense. Y, para colmo, las subidas en el precio del petróleo y de otras materias primas multiplicaban por su parte la oferta de dólares provenientes de los países productores. Finalmente, a todo eso se unía que la economía de Estados Unidos había empezado a debilitarse a causa de sus problemas internos por la creciente competencia internacional y por el gasto asociado a las guerras de Corea y Vietnam.
El dólar se depreciaba y al presidente Nixon no le quedó más remedio que hacer oficial esa pérdida de cotización, devaluando su divisa primero, y suspendiendo su convertibilidad en oro en agosto de 1971.
Una fuente ilimitada de crédito a cuenta de los demás
Desde el momento en que el dólar dejó de tener el respaldo del oro se convirtió en un puro papel, el cual se utilizaba en los intercambios por la confianza que pudiera tenerse sobre el buen uso que de él hiciera su emisor, la Reserva Federal de Estados Unidos. Una confianza que podría estar inicialmente justificada en la medida en que, incluso cuando se declaró la no convertibilidad, la economía estadounidense seguía siendo todavía la más fuerte y poderosa del mundo.
Las cosas, sin embargo, fueron cambiando.
Disponer de una moneda propia que los demás utilizan confiadamente es algo así como tener una fuente inagotable de crédito. El común de los países debía controlar la cantidad de moneda que emitiera. Si aumentaba su moneda en circulación sin disponer de demanda interna suficiente, sus precios se dispararían; y, si no tenían demanda externa, la cotización de su moneda se hundiría.
Desde el momento en que el dólar dejó de tener el respaldo del oro se convirtió en un puro papel, el cual se utilizaba en los intercambios por la confianza que pudiera tenerse sobre el buen uso que de él hiciera su emisor, la Reserva Federal de Estados Unidos. (AFP)
Estados Unidos no tenía que preocuparse por eso. Mientras los demás países utilizaran sus dólares podía emitirlos sin límite alguno. Por tanto, también endeudarse sin problema y comprar o invertir con ellos lo que deseara y donde quisiera hacerlo. Lo único que tenía que conseguir, por cualquier medio que fuese, era que su divisa siguiera usándose.
Eso le ha permitido que su deuda pública haya pasado de representar el 34,5 % del PIB al comienzo de 1971 al 121,6 % a finales de 2023. Y que la externa haya crecido incluso en mucha mayor proporción: sólo desde 2004 se ha multiplicado por cuatro.
Como dijo por entonces el general de Gaulle, lo que se había concedido a Estados Unidos era un "privilegio desorbitado".
Durante algunos años, como mencioné, ese privilegio pudo estar justificado por su potencia económica, pero ni siquiera eso fue suficiente.
El dólar requiere dominio imperialista y militarismo creciente
El uso del dólar ha ido disminuyendo ciertamente. Ha pasado de representar el 70% de las reservas totales de divisas hace 20 años al 58% actual, según el Fondo Monetario Internacional.
Sin embargo, su uso corresponde cada vez menos con el peso efectivo que la economía estadounidense tiene en el comercio internacional: se utiliza para liquidar el 40% de las transacciones comerciales internacionales cuando a Estados Unidos sólo le corresponde un 10% de todas ellas.
El dólar es una moneda que se utiliza sin correspondencia con la fortaleza de la economía que la emite. Sobre todo, desde que otras, hasta hace poco emergentes, se han consolidado como auténticas fortalezas tecnológicas, industriales y comerciales, tal y como ocurre principalmente con la de China.
En 1970, el PIB estadounidense era unas 11 veces mayor que el de China, mientras que hoy lo es tan sólo 1,5. Y es sabido que este último país incluso adelanta a Estados Unidos en un buen número de indicadores y registros que muestran un avance económico extraordinario.
La pregunta que debe hacerse, entonces, es bastante elemental: ¿cómo puede conseguir Estados Unidos que su moneda siga siendo tan utilizada y qué consecuencias tiene eso?
La respuesta es sencilla.
Lo consigue, principalmente, controlando antidemocráticamente los organismos económicos internacionales y los centros de decisión global para que desde allí se impongan las políticas que garanticen el sometimiento y la asunción del dólar como medio de pago y reserva internacional. Los países que se salen de ese "consenso" lo pagan caro, como es bien sabido.
Cuando ese control no es suficiente, Estados Unidos recurre a la amenaza e incluso a la agresión militar o a las sanciones de todo tipo. A pesar de que estas sean contrarias no sólo a la legislación internacional, sino también a la suya propia.
Tratar de organizar al conjunto de las economías al son de los intereses de una potencia imperial como Estados Unidos sólo puede traer, tal y como la experiencia demuestra, desequilibrio y desorden.
Los datos no dan lugar a dudas. El periodo de predominio del dólar como moneda sin respaldo se corresponde con el de peor rendimiento de las economías occidentales. Las economías han crecido menos, se ha generalizado la especulación, la deuda se ha desorbitado, han aumentado la corrupción, el crimen financiero y las desigualdades, la globalización ha multiplicado la inseguridad, todo ello ha desatado un cambio climático que amenaza a la humanidad... y se ha producido el mayor número de crisis de la historia. Según una investigación publicada por el Fondo Monetario Internacional, de 1970 a 2017 se produjeron 461 (151 bancarias, 236 de divisas y 74 de deuda soberana).
Se cuenta que el entonces secretario del Tesoro estadounidense, John Connally, dijo a los ministros de economía de los demás países occidentales con quienes negociaba en 1971: “El dólar es nuestra moneda, pero es vuestro problema”.
Han tenido que pasar más de 50 años para que se aprecie cuánta verdad había en esa afirmación y el daño general que produce el imperialismo monetario del dólar. También para que se pongan en marcha proyectos de creación de monedas de reserva mucho más seguras y favorables para el bienestar y el equilibrio mundial, descentralizadas, con respaldo efectivo y orientadas a promover el desarrollo integral, multilateral y conjuntamente gobernado de las economías y los pueblos.