La lucha negra en Colombia también es la lucha por una Palestina libre
La solidaridad entre la lucha afrocolombiana y la palestina representa un acto de memoria de los miles de negros en Colombia que fueron asesinados por el neocolonialismo.
Entre los años 1534 y 1850, unos 12 millones de personas fueron secuestradas en África y llevadas de manera violenta y deshumanizante a un supuesto "Nuevo Mundo" llamado América, creado por las colonias occidentales para consolidar el desarrollo industrial y el sistema capitalista en Europa.
Pero ya antes de esto, las colonias europeas habían comenzado su proyecto genocida en el continente americano con los pueblos indígenas, exterminando a la mayoría de su población.
La masacre, la explotación laboral y el desplazamiento forzado lo justificaron a través de la creación de una jerarquía étnico-racial que buscaba quitarle el derecho a la propiedad a los indígenas y los negros, cuestionar su humanidad, convertirlos en mercancía y despojarlos de su identidad cultural.
Lo mismo ocurre con los crímenes que los israelíes han cometido contra los palestinos desde hace más de siete décadas.
En Palestina, los israelíes han implementado una ocupación territorial y un proceso colonial que tiene como base la deshumanización y la expropiación de tierras ancestrales para desarrollar un proyecto de explotación económica, expansión de su mercado y monopolio del capital.
Una solidaridad antiimperialista y radical
Existe una relación y un paralelismo directo entre las situaciones que han vivido a lo largo de la historia las comunidades afrodescendientes de América Latina y el Caribe, y los palestinos.
Esto ha llevado a una solidaridad inquebrantable entre ambos pueblos oprimidos. Ambas comunidades comparten la resistencia decolonial ante la dominación extranjera, la lucha por la soberanía y por la autodeterminación de sus pueblos.
Además, ambas resisten a la narrativa fallida y dominante de una "lucha contrainsurgente y antiterrorista" utilizada por Israel y Estados Unidos para fortalecer el comercio armamentístico, criminalizar la defensa legítima del territorio, justificar asesinatos en masa, bombardeos y limpiezas étnicas.
Así buscan consolidar economías neoliberales a partir del despojo a los nativos de sus territorios ancestrales, categorizando como enemigos y subversivos a todos los que obstaculizan su proyecto imperial, colonial y capitalista.
Entre los años 1534 y 1850, unos 12 millones de personas fueron secuestradas en África y llevadas a un supuesto "Nuevo Mundo". (REUTERS)
Luchas compartidas
En el caso de Colombia, donde existen más de 4,7 millones de afrodescendientes, la solidaridad del pueblo negro con la lucha palestina está conectada a través de la memoria con los miles de nuestros muertos y muertas que ha dejado el neocolonialismo en el país.
Esta solidaridad también es un acto de memoria y resistencia frente al rol protagónico que han tenido los Gobiernos de Israel y Estados Unidos en nuestras tragedias colectivas, especialmente en la década de los 1980 con la llegada de fuerzas paramilitares a Colombia.
Este paramilitarismo fue justificado bajo un contexto internacional auspiciado por los Gobiernos de extrema derecha y su objetivo de derrotar a la izquierda progresista y toda práctica de oposición política e ideología comunista.
Los vínculos entre Israel y Colombia quedaron demostrados en el entrenamiento que brindaron mercenarios y exmilitares de las fuerzas de seguridad israelíes a militares y paramilitares colombianos. Esta relación también facilitó el genocidio del partido político Unión Patriótica, el destierro y desplazamiento forzoso de comunidades afrodescendientes, y la relación directa con empresas de seguridad israelíes.
Según informes del Centro de Esclarecimiento para la Verdad, se le atribuye al paramilitarismo más del 51% de los asesinatos ocurridos durante el conflicto armado bajo órdenes estatales contra la insurgencia y figuras que representaban a la oposición, entre ellos, líderes sociales, profesores, estudiantes, sindicalistas.
La investigación “The Colombia-Israel Nexus: Toward Historical and Analytic Contexts”, de L. W. Field y publicada en 2017, menciona que el expresidente Álvaro Uribe (2002) elaboró la política de "seguridad democrática" bajo el apoyo de Israel, replicando la misma ideología de seguridad estatal y paraestatal que ha mantenido en subyugación a las poblaciones indígenas palestinas.
Además, Field plantea que en regiones donde reside una gran cantidad de afrodescendientes –como Urabá, Chocó, y algunas zonas de la región del Caribe– la acción paramilitar, respaldada por Israel y por Gobiernos de derecha en Colombia, también resultó en la expropiación de tierras para el desarrollo de monocultivos de palmas africanas y proyectos de extractivismo por parte de empresas nacionales y multinacionales en beneficio de la oligarquía.
Un caso similar ocurre con las producciones agrícolas de las comunidades campesinas palestinas en el Valle del Jordán por parte de los colonos israelíes, que buscan cultivar y exportarlos, como palmas datileras.
Tanto las comunidades afrodescendendientes en Colombia como las indígenas en Palestina son testigos del funcionamiento de un sistema de represión colonial e imperial.
La temporalidad del duelo se entrecruza entre una tragedia y otra. Por esto, cuando las lágrimas y la opresión pasan las fronteras, las resistencias frente a la dominación también lo hacen.
El pueblo afrocolombiano debería continuar denunciando el crimen que está viviendo Palestina, y seguir exigiendo actos de reparación y la no repetición frente al genocidio que Israel apoyó en la propia Colombia.