Una alternativa a la exclusión, una vida a la vez
En una villa de Córdoba una fundación propone alternativas de vida distintas ante una realidad social cada vez más complicada.
La Villa “El Tropezón”, pegada al barrio “El Sauce” en la periferia sur de la Ciudad de Córdoba es uno de los tantos bolsones de extrema pobreza que rodean a la segunda ciudad más importante de la Argentina.
Ubicada donde antes terminaba la ciudad, en la actualidad la Villa se encuentra enjaulada por una autopista de tres manos que circunvala a la ciudad y que conecta el centro con el centenar de barrios privados aledaños que han proliferado en las últimas décadas en los que alguna vez fue el cinturón verde que rodeaba a la capital cordobesa.
Para los habitantes de estos barrios, las alternativas de vida generalmente son pocas y parecidas. Albañiles para los hombres, empleadas domésticas o cuidado de niños o ancianos para las mujeres. Largas horas de poner el cuerpo por míseras pagas con condiciones casi siempre informales.
Y eso para los que consiguen un lugar en el mercado laboral. Los que no consiguen, quedan relegados a ser carreros y cartoneros y depender de la cada vez más magra asistencia social o caer en algunas de las alternativas de vida ilegal, como robar o traficar sustancias. Alternativas de vida donde el progreso y el ascenso social son, en la práctica, muy difíciles.
En ese universo donde reina la exclusión es donde organizaciones como la Fundación La Morera intentan y a veces logran, una vida a la vez, proponer alternativas de vida distintas. Más parecidas a las que tendrían personas de otros barrios menos carenciados de esta misma ciudad.
Mato Jaimovich es un psicólogo de 46 años, director y uno de los fundadores de La Morera, ubicada en la villa El Tropezón, donde recibe a TRT Español para relatar su historia y el trabajo que desarrollan.
Jaimovich relata cómo en el año 2006, junto con un amigo de toda su vida -con quien también había cursado la carrera de psicología Gonzalo Montiel-, estaban desarrollando su tesis de grado trabajando en un taller de fotografía para jóvenes discapacitados dentro de una institución.
De este taller surgió la idea de hacer una película. Una vez terminado el film, que titularon “Japón", quedó un grupo humano con ganas de seguir trabajando, pero ya fuera del marco que significaba una tesis de grado y reglas institucionales.
El espacio que habían creado les permitía a estos jóvenes expresar de forma orgánica y a través del arte no solo lo que les pasaba, sino sus aspiraciones, ideas y formas de ver una sociedad que muchas veces los excluye.
Por entonces encontraron refugio en el estudio del pintor local, quien les habilitó su espacio llamado La Morera, tres veces por semana, para que pudieran continuar con sus talleres de música, teatro y fotografía. De este espacio surgió el nombre que adoptaron para la fundación.
A su vez, impulsados por la entonces Secretaria de Niñez de la Provincia, comenzaron a probar sus métodos de abordaje en jóvenes con problemas legales y judiciales que habían pasado por el Complejo Esperanza, el principal Centro de Detención Juvenil de la Provincia.
Con esos jóvenes nació el proyecto Rimando Entre Versos, un colectivo de hip-hop con sus cuatro ramas constitutivas, rap, baile, graffiti y bases musicales. Ese proyecto se convirtió en un verdadero éxito. Y los pibes y “problemáticos” que lo integraban se convirtieron en artistas que salían de giras, vendían entradas, ganaban premios y grababan discos.
Sebastián Romero (16) se instaló en la villa El Tropezón con su mamá y su hermana provenientes del Paraguay en el 2018, pero la situación habitacional de la familia era precaria, teniendo que ir y venir de refugios constantemente. El año pasado La Morera, con la ayuda de un arquitecto y donaciones, consiguieron construir a Sebastian y su familia una casa propia. Sebastian, quien posa en la entrada de su casa, aspira a terminar la secundaria y en un futuro ser abogado. (Foto: Ignacio Conese)
Abrazar el territorio
Jaimovich relata cómo se convirtió en uno de esos jóvenes, Ricardo Romero los introdujo al barrio que se convertiría en el hogar de La Morera. En su territorio. Siendo la voz principal de Rimando, muchos chicos de la villa “El Tropezón” comenzaron a seguirlo, tenerlo de referente y pedirle que les enseñaran también a ellos a ser raperos, artistas.
“Ricardo nos planteó si le dábamos una mano con estos chicos, ‘hacer lo que hacíamos nosotros’ es decir darle un formato al taller: brindarles una merienda, conseguir instrumentos, estructurar esta enseñanza para poder tener dinámicas de uno a uno. Y empezamos a hacer un taller en su ranchito, y ahí también descubrimos cómo era su ranchito, las condiciones habitacionales como vivía Ricardo, que no tenía ni agua”, señala.
Jaimovich cuenta como desde el inicio el planteo del equipo profesional de psicólogos y asistentes sociales pensaron en estos chicos como agentes de cambio cultural dentro de sus barrios.
“Descubrimos que aunque a nosotros los técnicos nos llevaba tiempo generar un vínculo con los adolescentes de un territorio en un taller, a los pibes que elegíamos como promotores les llevaba cinco minutos. Entonces, ahí había una potencialidad que nosotros vimos rápidamente, mucho más grande que si venimos los técnicos que venimos bajamos en una nave espacial, nos volvemos ahí en nuestra nave espacial. Y esa potencialidad se manifestó claramente en los territorios a donde desarrollamos este proyecto, uno fue Virgen de Fátima, que está en la zona sur de Córdoba, y otro puntualmente fue este territorio. En el año 2016 decidimos enfocar todo nuestro trabajo territorial acá en El Sauce y El Tropezón”.
El instalarse también los llevó a abrir nuevos proyectos, así nació la cooperativa Flor de Laburo, una iniciativa de La Morera, que ya tomó vida propia y a través de la cual producen una línea de cosméticos y aceites esenciales naturales fabricados a partir de plantaciones propias que tienen en una parcela prestada.
Celeste Gigena, de 36 años, es una de las 18 integrantes actuales que tiene la cooperativa que funciona en el mismo salón donde los chicos asisten a los talleres y donde recibió a TRT Español.
Gigena arrancó su vínculo con La Morera trayendo a sus hijos a los talleres y a tomar la merienda cuando estos eran más pequeños. Cómo no tenía trabajo, era ella quien preparaba la leche chocolatada que distribuía entre los pequeños junto con lo que hubiera para merendar.
Celeste Gigena junto con algunas de las bandejas de plantines que producen con la Cooperativa Flor de Laburo. (Foto: Ignacio Conese)
Preparando esas meriendas fue como conoció a otras madres y padres que estaban en su misma situación. Con apoyo de La Morera, comenzaron a comprar plantines de aromáticas para revender en los barrios aledaños.
Lo que arrancó como una changa fue tomando forma, sumando integrantes y avanzando, primero sembrando sus propios plantines, con los que además comenzaron a generar huertas urbanas en el barrio.
Los plantines que producen de aromáticas y verduras de estación son luego trasplantados a una parcela de una hectárea que La Morera tiene a préstamo en las afueras de la ciudad de Córdoba. En esa parcela, la Cooperativa Flor de Laburo produce tanto los insumos para los cosméticos como alimentos para los miembros de la Cooperativa. (Foto: Ignacio Conese)
Hace un par de años y con la intención de generar valor agregado lograron lanzar sus propios productos de cosmética y repelentes naturales fabricados con los aceites esenciales que ellos mismos producen de sus cultivos.
“Todavía no es mucho lo que sacamos, no podemos decir que vivimos de esto, pero si lo vemos crecer y es algo que a mí me llena de orgullo, porque no solo es un trabajo, sino que es un lugar donde nos encontramos, donde nos tenemos el uno al otro y todos trabajamos para seguir creciendo”, relata Celeste sobre la importancia que tiene Flor de Laburo.
“A mis hijos yo les enseñó que la vida es dura y que para ganarse el pan en la mesa hay que poner el lomo. El mayor, que tiene 20 años, quería ser militar, pero se enamoró y dejó la escuela. Hasta el año pasado trabajaba en la construcción, pero ahora se quedó sin trabajo y tiene que salir a cartonear. Y si le toca salir a cirujear, que lo haga con honra. La menor, de 16 años, también quiere ser militar, pero para eso tiene que terminar la escuela y le cuesta mucho”, cuenta Gigena.
Esa dificultad para completar los estudios es uno de los síntomas que Jaimovich y el equipo de trabajo de La Morera, vienen notando cada vez más con los chicos del barrio. Junto con síntomas más graves como el aumento de la violencia, el avance de los narcos y, en especial, el hambre.
“Si antes el desafío nuestro era que los chicos completaran la secundaria, ahora vemos que el desafío es que la comiencen. Muchos de esos chicos que quedan afuera son cooptados por los tranzas y los narcos que operan en estos barrios. Hay mucho consumo de pasta base”, relata Jaimovich, quien vincula este avance al impresionante deterioro económico que han sufrido los pobres e indigentes a partir de las medidas del gobierno de Milei.
“Lo que estamos viendo es dramático, hay mucha hambre, la mayoría de los comedores cerraron, no hay asistencia, las redes de contención están sobrepasadas. Cuando el resto de la sociedad detecta lo que pasa en los barrios es cuando ya tenemos los pies completamente hundidos en el barro y no sabemos qué puede pasar ahí. Puede pasar cualquier cosa”, afirma Jaimovich, quien en el último tiempo hasta sufrió amenazas de muerte de parte de algunos vecinos que prefieren tener este tipo de organizaciones lejos de sus negocios.
Ante esta realidad, los integrantes de La Morera se plantean el objetivo de sostener. Sostener el trabajo logrado y capitalizarlo. Sostener los proyectos. Sostener las infancias, las madres, el barrio.
“A mí me gusta pensar que está bueno sostener aunque parezca que no hay forma, que no sirve, que todo se desmorona, me parece que está bueno sostener. Con la energía como podamos, con el amor de donde sea, que nos surja o que lo podamos encontrar y sostener”, cierra Jaimovich antes de despedirse.