Una tejedora empodera mujeres y defiende un legado ancestral en Marruecos
En la provincia de Taroudant, una tejedora berebere mantiene viva la tradición de una alfombra que une sostenibilidad y herencia cultural. Y lucha por superar los desafíos del mundo moderno.

"Todas las mujeres amazigh aprendemos este oficio desde pequeñas", explica Amina a TRT Español, quien comenzó a tejer a los siete años. Foto: Hajar Elkahlaoui
"Cada pieza cuenta una historia", murmura Amina a TRT Español, mientras sus manos separan con delicadeza retazos de tela multicolor.
En su taller en Igli-n-Sidi Ahmed, a menos de una hora de Taroudant, en Marruecos, ella y otras artesanas amazigh (también llamados bereberes) transforman telas recicladas en célebres alfombras ‘Boucherouite’, un arte que ha pasado de madres a hijas durante generaciones.
En este pequeño pueblo de calles estrechas y casas rojas, la actividad económica es limitada. Mientras las mujeres trabajan en sus telares, los niños, incluido el hijo de Amina, juegan persiguiendo cabras.
Para ellas tejer va más allá de un simple oficio. Es un punto de encuentro, una terapia colectiva y una forma de mantener viva su herencia cultural.
En cada casa del vecindario hay espacio para telares, y las artesanas rotan de hogar en hogar para trabajar juntas. Comparten tanto conocimientos técnicos como sabiduría creativa.
"Todas las mujeres amazigh aprendemos este oficio desde pequeñas", explica Amina, quien comenzó a tejer a los siete años.
Como es tradición, las niñas, al volver de la escuela, se sientan junto a sus madres para aprender el arte de tejer.
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Mujeres posan con una de las alfombras. Foto: Hajar Elkahlaoui
Las tejedoras que trabajan junto a Amina, casi todas originarias de Taznakht, una región conocida por su rica tradición textil, se trasladaron a Igli-n-Sidi Ahmed siguiendo a sus esposos por motivos laborales. Allí establecieron nuevos talleres para no abandonar su oficio.
"El tejido no es sólo una fuente de ingresos", afirma Amina. "Es nuestra manera de mantenernos conectadas, de apoyarnos mutuamente". Bajo su guía, las mujeres del grupo perfeccionan cada paso del proceso, incluida la selección de materiales.
Cada tarde, después del trabajo, se reúnen alrededor de un té, ya sea en casa de Amina o de alguna compañera, y discuten nuevos diseños y técnicas.
Recuperar el entusiasmo perdido
La educación formal ha cambiado el panorama tradicional del tejido. "Ahora las jóvenes tienen más oportunidades y van a la escuela", explica. Según ella, esto ha impactado en una pérdida de interés de las nuevas generaciones en este oficio artesanal.
Sin embargo, tal distanciamiento suele ser temporal. "Es curioso, incluso después de estudiar y casarse, cuando la luna de miel termina, regresan a casa preguntando: 'Ma, ¿dónde está el telar?' El tejido siempre vuelve a sus mentes", sonríe Amina.
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"El tejido de alfombras es parte integral de nuestra identidad amazigh". Foto: Hajar Elkahlaoui
El tejido, un reflejo femenino de las amazigh
Durante siglos, el arte del tejido ha sido un dominio exclusivamente femenino. Las mujeres controlan todo el proceso, desde la preparación de los materiales hasta el producto final.
"El tejido de alfombras es parte integral de nuestra identidad amazigh", explica Amina. "Aunque las mujeres árabes también pueden tejer, para nosotras es un conocimiento ancestral que toda mujer amazigh hereda".
Las artesanas dominan diferentes tipos de alfombras tradicionales, cada una con su nombre en Darija, el dialecto del árabe hablado en Marruecos.
"Elaboramos el 'Boucherouite', la 'Zerbiya' y la 'Lkharita'", explica Amina, mientras muestra ejemplos de cada estilo en su taller. Aunque todas las tejedoras conocen las diferentes técnicas, adaptan su producción según la demanda del mercado.
Uno de sus principales objetivos es conseguir pedidos de los “riads”, las casas tradicionales marroquíes reconvertidas en hoteles boutique, a los que llegan la mayor parte de sus creaciones. “Un pedido de un ‘riad’ puede mantenernos ocupados durante meses”, afirma Amina.
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Mujer tejiendo. Foto: Hajar Elkahlaoui
Cada tipo de alfombra requiere materiales y técnicas diferentes. La ‘Zerbiya’, elaborada con lana, exige un proceso tradicional que comienza con el esquilado. "Todo empieza con la lana de las cabras", explica Amina. "La lavamos, limpiamos y teñimos con tintes naturales: henna, cáscaras de granada y naranja, rubia, azafrán".
El proceso de teñido sigue métodos ancestrales. Las artesanas hierven los hilos con trozos de metal para conseguir tonos anaranjados y utilizan especias como la canela y el pimentón para otros matices. Cada región aporta sus propios secretos cromáticos según las plantas disponibles.
El ‘Boucherouite’, en cambio, representa la creatividad sostenible del tejido amazigh. "Utilizamos materiales reciclados, desde ropa vieja hasta retazos textiles", describe Amina. Las tejedoras transforman miles de tiras de algodón, nylon o materiales sintéticos en coloridas obras de arte.
Mientras una alfombra de lana tradicional puede requerir meses de trabajo, un ‘Boucherouite’ se completa en aproximadamente tres días. "Cuando llego al taller, continúo desde donde lo dejó la última tejedora", explica, destacando la naturaleza colaborativa del proceso.
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"Cada alfombra vendida significaba poder enviar a nuestros hijos a la escuela o mejorar nuestros hogares". Foto: Hajar Elkahlaoui
El impacto económico en las comunidades
En comunidades como la de Igli-n-Sidi Ahmed, las artesanas tradicionalmente se han organizado en cooperativas, un modelo que permite a las mujeres gestionar colectivamente su producción y venta.
Aunque las cooperativas en Marruecos, según la ley, están diseñadas para impulsar el desarrollo sostenible y satisfacer las necesidades económicas y sociales de sus miembros, Amina y sus compañeras han tenido que abandonar este modelo.
"Éramos la única cooperativa de la región, pero tuvimos que disolverla por temor a los impuestos", explica.
A pesar del cambio organizativo, las tejedoras mantienen su impacto en la economía local. En zonas rurales donde las oportunidades laborales son escasas para las mujeres, la producción de alfombras tradicionales no sólo preserva el patrimonio cultural, además genera ingresos significativos.
"Cada alfombra vendida significaba poder enviar a nuestros hijos a la escuela o mejorar nuestros hogares", recuerda Amina.
Sin embargo, el mercado ha experimentado desde la pandemia una transformación radical. "Antes teníamos compradores regulares que venían directamente a nuestros talleres", explica Amina. "Ahora, muchas ventas se realizan por internet, y vemos nuestras alfombras en redes sociales europeas a precios muy altos".
La digitalización del mercado representa un nuevo desafío para las artesanas, que carecen de las herramientas y conocimientos necesarios para comercializar su trabajo directamente en internet.
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"Cuando vendemos una alfombra, nos sentimos felices y ansiosas por comenzar el siguiente proyecto". Foto: Hajar Elkahlaoui
De cara al futuro
Para estas artesanas, sin embargo, el tejido trasciende lo económico. "Es como una terapia para nosotras", comparte Amina. "Cuando vendemos una alfombra, nos sentimos felices y ansiosas por comenzar el siguiente proyecto".
El horizonte presenta tanto desafíos como oportunidades. La disminución de pedidos post-pandemia y la brecha digital son obstáculos significativos, pero la creciente apreciación global por la artesanía sostenible y auténtica ofrece nuevas posibilidades.
"El mayor desafío no es el proceso de tejer, que disfrutamos profundamente", reflexiona Amina. "El verdadero reto hoy en día, es la falta de pedidos. Sólo quedan algunos lugares, como Taznakht, donde todavía se encuentra esta tradición", señala Amina. "Y deseamos que continúe".
Su esperanza refleja no sólo el deseo de preservar un oficio, sino de mantener viva una parte fundamental de su identidad.